Gustavo Gordillo/iii y Último
En recuerdo a El Gran Caifán, por los momentos de alegría que nos regaló.
¿Cuál guerra? Me disgusta que
se haga el símil de la pandemia del coronavirus con la guerra, porque
es un pretexto que sirve a los intereses de líderes e instancias
autoritarias en el propósito de erosionar los derechos fundamentales.
Es, también, una mampara tras la cual se eluden los dilemas centrales de
este momento: la relación entre emergencia sanitaria y capacidad de
atención médica a todos los ciudadanos; la relación entre el impacto
económico de la pandemia y las diversas crisis de la globalización
económica que venían gestándose; las fragmentaciones sociales que
conducen a la anomia frente las expresiones solidarias en el ámbito
familiar o comunitario; el egoísmo y el aislamiento internacional frente
a la necesidad de idear o reforzar mecanismos de cooperación.
La pandemia como reto. La pandemia representa un conjunto de desafíos
a la humanidad. Tiene, desde luego, distintas expresiones, pero dos
aspectos en común: la desigualdad como principio articulador y el
individualismo egoísta como narrativa. Dado que en esto se resumen los
retos que presenta la pandemia, he dado un largo rodeo a llamada gripe
española de 1918, la más grave que hemos venido en 100 años.
He seguido el relato detallado que sobre esa pandemia elaboraron
tanto el historiador Alfred Crosby (2003) como el reportaje-crónica de
Gina Kolata (2001), el artículo de Markel et al (JAMA, 2007) y el libro
de John Barry (2005). Quiero enfocarme en los errores de políticas
públicas cometidos entonces.
La mayor lección. Para Barry, la mayor lección de la epidemia de 1918
es que los dirigentes deben hablar con la verdad por más dolorosa que
sea. Mentir genera miedo, sospechas y aislamiento. El propósito central
es construir confianza. Cuando se destruye, la gente pierde rumbo. En
1918 los gobiernos mintieron, porque ahí sí estaban en medio de la
guerra. Estados Unidos acaba de declarar la guerra al eje encabezado por
Alemania y el triunfo era inminente. Cuando enviaban tropas
estadunidenses a Europa comenzó la segunda ola de la pandemia. Más de un
millón y medio de soldados fueron embarcados. Para entonces todos los
campamentos militares en Estados Unidos, comenzando en Kansas y
expandiéndose por varias regiones como Boston, estaban infectados. Se
trató de una
epidemia de los cuarteles. Sólo hasta octubre de 1918 suspendió el gobierno la siguiente convocatoria para reclutar a soldados. Aún en pleno auge del contagio, ciudades como Filadelfia y San Francisco convocaron a grandes concentraciones denominadas Marchas de la Libertad. Así se convirtieron en centros de contagios y decesos en la población civil también.
Cuando la gente se da cuenta de las mentiras. Desde luego, siempre
hay tensión entre decir la verdad y provocar pánico, pero parece ser
–así lo cree Barry y yo también– que la gente puede manejar mejor la
realidad y la verdad, por dura que sea, que enfrentar la incertidumbre.
¿Cuándo y cómo sales del confinamiento? Algunas ciudades levantaron
las intervenciones temprano y experimentaron una segunda ola de
contagios, lo que condujo a establecer nuevamente medidas de
confinamiento y a efectos disruptivos sobre las cadenas económicas. Un
estudio de tres economistas, dos de la Reserva Federal de Estados Unidos
(Correia, Luck y Vernier, 2020), compara casos en 30 estados de la
Unión Americana y entre 45 y 60 ciudades en 1918, llega a dos
conclusiones. Una, que la pandemia tuvo un efecto económico devastador
tanto del lado de la demanda como de la oferta. Y, segundo, que las
ciudades que implementaron las intervenciones de manera más vigorosa,
incluyendo el confinamiento, tuvieron mejores resultados sanitarios y
una más consistente recuperación económica.
Con este en mente quiero dedicar mis próximas entregas a la reflexión
sobre el Covid-19, su impacto económico, político y cultural.
Twitter: gusto47
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