La crisis sanitaria
originada por el Covid-19 nos coloca en un escenario inédito, al menos
entre los conocidos y relacionados hasta ahora con la amplia crisis de
civilización que enfrentamos en estos últimos tiempos.
Ante a esto, y frente al actuar del gobierno de México en turno, los
comentarios surgen a borbotones, y no se han dejado de escuchar diversas
opiniones sobre cómo y qué hacer. Muchas de éstas probablemente desde
la estabilidad de una computadora, que si bien son valiosas, no alcanzan
para comprender el nivel de complejidad en que estamos y seguiremos
enfrentando.
Coincido con quienes han llamado la atención enfáticamente para
colaborar con aquellas y aquellos que con mucha dificultad intentan
resguardarse en casa; es decir, con los más pobres, pues con una crisis
económica llamando a la puerta, y también con pocos antecedentes, no
podemos obviar el hacer esfuerzos sociales articulados y encaminados a
entretejer trabajos con aquellas voces y resistencias que vienen desde
el sótano, como dice Raúl Zibechi.
Quisiera referirme en este artículo a dos iniciativas concretas que
nos ayu-dan a identificar cómo continuar apoyando en medio de esta
crisis, partiendo de un enfoque integral de derechos humanos, y desde la
necesaria y urgente solidaridad con y entre las y los de abajo. Me
refiero primeramente a la Carta que el pasado 12 de abril el papa
Francisco escribió a los movimientos y organizaciones populares. En
ella, como expresó Bernardo Barranco en La Jornada en su
colaboración el pasado miércoles (p. 17), el Papa se dirige a los
invisibles para el sistema, a quienes no gozan de esta globalización del
mercado y de sus
beneficios.
No es menor que ponga énfasis en los grupos periféricos sin un
salario fijo, sin tierra, sin techo y sin trabajo, pues en ellos se
encuentra una solución a la crisis. Con alegría, como él dice, seguimos
confirmando que la esperanza viene de estas poblaciones empobrecidas,
porque allí siempre se vive al día y la solidaridad está siempre
presente.
El Pontífice es contundente al convocarnos a construir el
proyecto de desarrollo humano integral que anhelamos, centrado en el protagonismo de los pueblos, en toda su diversidad. Nos dice igualmente que no existe Estado o mercado que en este momento histórico alcance para atender la crisis, y que sigue siendo el momento de las redes de apoyo y de la esperanza que vienen desde barrios y comunidades.
Nos invita entonces a pensar en el después, y comparte su propuesta de un
salario universalque ayude a todos aquellos grupos que cargarán sobre sus hombros el mayor peso de esta crisis.
Por otro lado, con beneplácito hemos conocido que, probablemente en
el mismo espíritu del Papa, la Conferencia del Episcopado Católico
Mexicano impulsa la iniciativa Redes Vecinales de Solidaridad. Esta
estrategia intenta generar entre barrios de la Ciudad de México y zona
metropolitana una serie de acciones encaminadas a ejercitar la
solidaridad con y entre las y los marginados, buscando extenderse a la
mayor parte del país.
Como sabemos, en zonas con mayor densidad de población y
empobrecidas, se registrarán los estragos más duros ocasionados por la
pandemia y su correlato, las crisis económicas. Estos ejercicios han
sido frecuentes en este tipo de zonas suburbanas. Baste mencionar lo que
siguen aportando las reflexiones y acciones de las Comunidades
Eclesiales de Base en diversos espacios de la República, por mencionar
un ejemplo.
Y en esto no podemos escatimar reconocimiento, pues ¿quiénes mejor
para decir cómo se vive la solidaridad, sino aquellas y aquellos que
siempre la experimentan en el día a día? Son los olvidados por este
sistema, basado en el despojo y la acumulación, quienes saben que, por
cierto, éste ya no aguanta más, y que devela ahora consecuencias
sociales y ambientales sumamente preocupantes.
Este saber, cultivado entre los pueblos, es un ingrediente
importantísimo para activar aún más la solidaridad desde abajo. Da
esperanza saber que en las iglesias fluye fuertemente el espíritu del
compartir y de hacer comunidad, el espíritu del ágape en estos momentos
de crisis.
Considero que es el tiempo de la crítica, siempre necesaria, pero no
hay que olvidar que también es el tiempo de la propuesta creativa y
sensible, aprovechando la experiencia de lo sencillo y humilde. Sería
conveniente igualmente evitar polarizaciones que limitan nuestra
capacidad de colaborar, escuchar, dialogar y construir soluciones
colectivas, donde se incluyan gobierno, movimientos y organizaciones
sociales y populares, iglesias, sector privado, y actores
internacionales.
Esta crisis es una oportunidad para transformar. Después de estos
días de emergencia sanitaria ya no seremos los mismos. Hago votos para
que colectivamente descubramos aún más el poder de lo pequeño, evitando
la cultura del descarte y aumentando integralmente el ejercicio del
cuidado de la vida. Porque tal vez queramos que todo esto sea
efectivamente parte de nuestra intersubjetividad y vida colectiva para
darle nuevo rumbo al mundo.
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