Luis Hernández Navarro
Óscar Chávez fue una
figura nodal en la formación de una cultura crítica de masas y en la
educación sentimental de varias generaciones. Mantuvo vivo el cancionero
popular mexicano. Recuperó y difundió las canciones de nuestras tres
grandes revoluciones sociales. Escribió o interpretó melodías de culto
en las luchas sociales de los últimos 50 años.
A lo largo de su trayectoria como cantautor, desde sus primeras
tocadas en el movimiento estudiantil de 1968 hasta sus recitales con los
zapatistas en Oventic o los grandes conciertos en el Auditorio
Nacional, forjó un público transgeneracional masivo y leal, integrado
por gente de su edad y por sus nietos y bisnietos.
Óscar nació en la colonia Portales en 1935, vivió en Ixmiquilpan y
Puebla y creció en Santa María la Ribera. Creció escuchando a su padre
que, aunque nunca se dedicó profesionalmente al canto, en la bohemia era
un buen intérprete de música tradicional mexicana, trova yucateca y
cubana, y ritmos colombianos.
Arrancó su carrera artística estudiando teatro en la escuela de
Bellas Artes, en la academia del maestro Seki Sano y en la UNAM.
Participó en obras experimentales tanto como actor o director, en
radioteatro, telenovelas y cine. Su papel como El Estilos, en el filme Los caifanes,
lo inmortalizó. Hizo cabaret político entre 1970 y 1979 en La Edad de
Oro y el Café Corona, cuando la ciudad tenía una agradable y rica vida
nocturna.
Rompió con la Asociación Nacional de Actores (ANDA) y fue parte del
Sindicato de Actores Independientes (SAI) que dirigió su primo y amigo
entrañable Enrique Lizalde. Sus integrantes armaron una buena
remambaramba para depurar y democratizar el gremio. Cuando la aventura
del SAI llegó a su fin, asfixiada por el autoritarismo gubernamental, se
negó a regresar a las filas de la ANDA, que nunca le perdonó la afrenta
y le cerró cuanto espacio de actuación pudo. Su congruencia tuvo un
gran costo para él, porque le quitaron la posibilidad de actuar en
palenques y en otros foros.
En 1963 grabó Herencia lírica mexicana, su primer disco de
una lista de cerca de 90. Desde ese momento, comenzó, a través de su
obra, un alucinante viaje por la historia de México y América Latina.
Recuperó y difundió las canciones de nuestras tres grandes revoluciones
sociales (Independencia, Reforma e Intervención Francesa y la de
1910-17). Hizo un vinilo completamente dedicado a Benito Juárez.
Musicalizó a José Martí y le cantó a Genaro Vázquez Rojas, a Salvador
Allende, a Chiapas y a los pueblos indios que resisten con dignidad.
Se zambulló de lleno en la parodia política. Fuera de la disputa (en
la tipología de Federico Arana) entre fans del folklorito venceremos y
seguidores del huaraches de ante azul, Óscar desarrolló un estilo
propio, más allá de la canción testimonial.
“El dinero –decía– impone lo que se toca, lo que se difunde. Lo hace
en todo. Lo hace en la radio, en la televisión, en el cine, en la
literatura, en todo. El dinero pone las reglas. Para mucha gente
creativa en nuestro continente, esto es muy difícil. Es doble trabajo.”
Sin embargo, a pesar de ello, produjo una obra vastísima al margen de
las presiones comerciales.
Su apuesta fue transmitir y mantener viva una larga tradición musical
que viene de siglos atrás. Este legado fue su raíz y su fuente. “Esto
de la canción de protesta o testimonial –explicaba– es una gran
tradición en nuestro país. He cantado parodias políticas que se cantaban
en el virreinato. Los versos del poeta popular, que era el negrito José
Vasconcelos, son críticas a los virreyes y a los gobernantes. Es
impresionante. Uno no está inventando nada. Ya existe” (https://bit.ly/2xvmDY2).
A lo largo de su carrera, tuvo varias escaramuzas con el poder. Su disco Mariguana fue censurado durante un tiempo, a pesar de que el material que lo integra son piezas tradicionales mexicanas. La canción Mariguana, por ejemplo, se escribió para criticar a Antonio López de Santa Anna, a quien el autor de Por ti definía como
nuestro mejor vendedor.
Óscar creía que,
aunque la canción no transforma las cosas, es una herramienta, un arma muy poderosa, muy importante para informar, para opinar, para hablar bien, para hablar mal e incluso para insultar y también para burlarte.
Militante de la Liga Leninista Espartaco de José Revueltas, al lado
de Eduardo y Enrique Lizalde, Chávez fue, a lo largo de su vida,
solidario con las causas más justas. Autodefinido como fidelista a
muerte, tuvo por el comandante gran admiración. Para él, Castro fue un
líder fuera de serie, que rompió el molde. Apoyó con todo a la
Revolución cubana.
Fue solidario desde los primeros días de levantamiento armado con el EZLN.
Sigo apoyándolos, sigo creyendo en ellos. Me merecen mucho respeto. Me merecen más respeto que muchos políticos a los que no les tengo ninguno, decía. En 2018 fue promotor de la iniciativa para incorporar a Marichuy a la boleta electoral como vocera del Concejo Indígena de Gobierno y firme opositor a la construcción del Tren Maya.
En reciprocidad, recibió el cariño y reconocimiento de indios y rebeldes. En 2000, los zapatistas lo llamaron
hermano grande. A raíz de su muerte, el Congreso Nacional Indígena saludó su vida solidaria y sus sueños
que se atreven a imaginar justicia y hacerla mensaje y música. La vida –decía apenas hace unos meses– hay que vivirla hasta que lo permita la energía. Lo de más es lo de menos. Así lo hizo.
Twitter: @lhan55
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