Luis Linares Zapata
Desde diferentes
ópticas se lanzan llamados a modificar la actitud presidencial para
incluir, en su visión, actos y discurso, al conjunto de los mexicanos.
Se parte de considerar, como cierta, que la existente narrativa es
parcial, incompleta y hasta polarizante, situación harto complicada que
en nada ayuda a la convivencia y sí tensiona el ambiente general. Se
sostiene con vehemencia que va quedado fuera de la mirada gubernamental
extensa parte de los ciudadanos. Y son, esos excluidos, precisamente
aquellos que tienen y manifiestan posiciones divergentes de la oficial.
No importa si el conjunto humano referenciado en el discurso y las
acciones presidenciales sean, o no, efectivamente mayoría. Los urgidos
llamados, expresados en el ámbito público, se sustentan en una
concepción que abarque, sostienen enfáticos, a toda la población del
país. Las minorías, por tanto, tienen que ser consideradas para dar
debido sustento a la idea y práctica democrática. Aunque, en efecto,
tales minorías hayan contado, de manera consistente y durante décadas,
como objetivo primordial del excluyente modelo hasta hace poco vigente.
Los llamados no se detienen en buscar la inclusión, sino que parten
de llevar consigo vetas de probada eficacia sobre la manera para
conducir los asuntos públicos. En particular aquellos de carácter
productivo, ya sea financieros, comerciales, industriales, tecnológicos y
demás. Aunque también pretenden orientar los asuntos de naturaleza
social, de justicia, seguridad o culturales incluso. Es decir, no sólo
pretenden ser tomados en cuenta para todas las decisiones estratégicas,
sino que éstas lleven impregnado el acostumbrado sello de la continuidad
modélica. Llegado a este punto, los proponentes se adentran, con
múltiples palancas argumentales, en la disputa por la conducción
política de la nación en marcha.
El modelo que ampara las actuales decisiones públicas, fruto de la
oferta masivamente votada, no es aceptado porque, según los críticos, no
se hace extensivo para todos. Este reclamo subraya programas que
alivien los efectos de la pandemia sobre aquellos mejor situados en la
escalera económica, social y productiva. Se reconoce, no sin la mohína
al calce, que hay razón de justicia en enfocar las baterías oficiales en
los secularmente excluidos de todo alivio. Pero, de inmediato se
solicita que el gobierno recurra a todos los medios disponibles para
rescatar la estructura económica, ya muy afectada. Ello implica, tal
como lo hace España que, hasta el momento, se endeudó hasta llegar a
cifras superiores a 110 por ciento de su PIB. O el gobierno de Trump,
que ha puesto en marcha cantidades fantásticas (3 billones de dólares)
con cargo a la ciudadanía actual y futura. Y de similar manera se puede
repasar la recurrencia al endeudamiento de la mayoría de las economías
del mundo. La mexicana es, hoy por hoy, una honrosa excepción. El reto
es y será, en efecto, grande e incierto.
Los proponentes de un cambio, además de no aceptar el nuevo modelo en
legítima ejecución, lo desprecian, lo ridiculizan. No tiene pies ni
cabeza, no hay estrategia, son recursos de poca monta los comprometidos,
está equivocado, lleva al país al abismo y sutilezas condenatorias por
el estilo. Los proponentes de la vuelta a lo básico –a sus trilladas
concepciones acumuladoras y desiguales– desean, con inconfesable ardor,
que la economía nacional se desbarranque hasta cifras inverosímiles (–30
por ciento del PIB y millones adicionales de pobres). El culpable, ya
lo apuntan a toda voz, no será otro que AMLO. Y no sólo de eso será
culpado, sino de propiciar también contagios y muertes al por mayor por
su inconsistente actitud. Dejar la conducción del combate a la pandemia a
una sola persona –puesta en picota diariamente– abre precipicio
inevitable. La difusión de cualquier cifra es, de inmediato, atacada por
inconsistente, incierta y hasta mentirosa. Ni siquiera el más que
aceptable ritmo de atenciones, curaciones, contagios y hasta muertes les
hace recapacitar. Prefieren voltear a escudriñar hacia otros países:
Europa ha sido recurrente. Aunque sus cifras y proporciones digan otra
cosa. O que se le prediga a España una caída de –9.25 por ciento del
PIB, un desempleo de 19 por ciento o un déficit de 10.34 por ciento. El
haber emprendido trabajos urgentes sobre un maltrecho sistema de salud,
tras largos 40 años de cortapisas, latrocinios y ninguneos a su
importancia, poco interesa a la mirada de los críticos. Hacerlo sería
reconocer complicidades y evasiones al por mayor.
La tendencia privatizadora de la medicina mexicana cobra ahora su
precio. Pero no cabe duda que, después de salir de esta crisis, se
tendrá por delante una tarea de rescate obligado. Y se tendrá que llevar
a cabo con recursos escasos y sobre la recurrente oposición de los
intereses creados. Tal como se hará con los demás componentes del
bienestar, la producción o la justicia. Ese es buena parte del nuevo
cometido transformador.
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