La respuesta presidencial dada sobre la violencia contra las mujeres
en México a raíz del confinamiento, dejó ver su desinformación, por un
lado, y sus profundas convicciones desde las cuales gobierna, entre
ellas el modelo tradicional de familia jerárquica y una idea romántica
de ella.
De acuerdo con el presidente, la violencia contra las mujeres en
confinamiento no ha crecido, cosa que no es real de acuerdo con reportes
oficiales, según la visión presidencial no ha crecido la violencia
porque las familias mexicanas son solidarias y fraternas, producto de
una cultura milenaria.
Él está convencido que así son las familias mexicanas, por eso las
llama patrimonio de México que hay que conservar. El problema, radica,
que, al romantizar la familia mexicana, desde la visión tradicional, le
impide mirar y analizar las otras realidades.
Ciertamente hay familias solidarias y amorosas que desde la igualdad
están construyendo otras realidades, pero por desgracia son las menos y
no están exentas de resabios de desigualdad. No hay familias perfectas.
La familia como institución a la que se refiere el presidente es
aquella tradicional que mantiene un orden jerárquico, donde hay jefes de
familia, que dictan órdenes, y no acuerdos familiares que parten del
consenso y el diálogo. Donde los hombres tienen un papel “más
desprendido de los cuidados” y las mujeres tienen lo opuesto, es decir,
un apego al cuidado, por eso asegura Andrés Manuel son ellas las que
cuidan a los viejitos.
No es que unos sean desprendidos y otras cuidadoras natas, lo que hay
es una división desigual de las tareas y las responsabilidades dentro y
fuera de las casas, que por siglos se ha idealizado como naturales de
los hombres y las mujeres y de esa naturalización está convencido el
presidente.
El modelo tradicional de familia, es el núcleo primario de la
reproducción de las desigualdades y abusos en todos los ámbitos, y es
también, el primer núcleo que castiga a quienes buscan romper con este
modelo tradicional.
Hoy en día los hombres que niegan su masculinidad tradicional
heterosexual, que son gay, son corridos de sus casas, orillados a la
mendicidad y la prostitución. Pensemos en nuestra historia, cuando las
hijas e hijos nacidos fuera del matrimonio eran estigmatizados como
bastardos sin derechos.
Cambiar esta visión discriminatoria nos ha llevado años a la sociedad
mexicana, especialmente empujada desde las feministas que proponemos
crear familias y sociedades basadas en la igualdad, la justicia y el
afecto.
Por ello desde el feminismo se han aportado otros datos, para
evidenciar que dentro de las tres sílabas que conforman la palabra
familia, se encierran los mayores abusos contra las personas con menos
jerarquía familiar y social, es decir, las mujeres, la infancia, las
personas adultas mayores y las personas con alguna discapacidad.
La preocupación, es que esta visión presidencial impide gobernar
desde la igualdad y la diversidad, pues no le permite ver lo que sus
propias instituciones están evidenciando y que no concuerda en muchas
ocasiones con su versión de la realidad.
De acuerdo con los datos oficiales que se tienen en nuestro país,
desde que inició la Jornada Nacional de Sana Distancia se registraron 19
mil 602 agresiones contra las mujeres en el país, se denunciaron 490
agresiones dentro de la familia, es decir, 20 agresiones cada hora, una
cada tres minutos.
Dónde está la solidaridad, la fraternidad familiar, de la que habla el presidente con estas realidades.
Hace unos años se publicó una investigación sobre la violencia contra
niñas y niños dentro de los hogares, se llamó “Detrás de la puerta que
estamos educando”, el libro nos revelaba el maltrato físico que viven
niñas y niños a manos de sus padres. Madres y tutores, quienes están
convencidos que un golpe a tiempo educa, y ciertamente lo hace, educa en
la violencia y la imposición, la misma que hoy nos tiene al tope en
nuestro país.
Ciertamente muchos hogares se han hecho cargo de sus personas
mayores, muchas veces más por interés que por amor. Datos dados a
conocer en 2017 reportaron que 90 por ciento de los casos de maltrato
contra esta población, denunciados ante la procuraduría capitalina,
tenía como agresor a sus hijos.
Conservar desde la presidencia la idea de familia tradicional,
condena a todas las personas a una política que profundizará las
desigualdades, el abuso y la violencia.
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