Fuentes: La Tizza
Las mujeres cubanas no solo confeccionan nasobucos para enfrentar la pandemia que vivimos.
Sabemos que hay muchísimas doctoras que lidian día a día con
personas enfermas, aunque a veces se diga «médico y enfermera», en esa
malacostumbre nuestra de no tener aún un lenguaje inclusivo. Como hay
médicas o doctoras, hay enfermeros que también están desempeñando un
rol activo. Es importante que cuando hablemos de médicos no queden, de
modo abstracto, incluidas las mujeres. Pensemos mejor en decir —aunque
creamos en el genérico y aunque nos canse el «todas y todos»— «doctores
y doctoras, médicos y médicas». Es una cuestión de derechos; creo que
hay que ir desmontando lo que la vida y la experiencia nos hacen ser. Y
no porque sea un capricho, sino porque hay quienes quieren ser
nombradas y ya no se sienten identificadas en un «nosotros». ¿Por qué
no dejar el ego, o los aprendizajes de la Academia Machista de la
Lengua Española? Aquella que no nos enseñó que está compuesta en su
casi absoluta mayoría por hombres, y que los intereses que defiende
—porque hay intereses— no todos tienen que ver con la emancipación y el
reconocimiento de las y los excluidos, e incluso «de lxs» —porque no
se consideran ni las ni los— que no nos gusta nombrar.
A Barbados fue una brigada compuesta por noventa y cinco enfermeras, pero el Noticiero Nacional de Televisión las presentó como «enfermeros».
Se está haciendo una buena cobertura sobre la pandemia del coronavirus,
se está haciendo una representación balanceada al entrevistar tanto a
hombres como a mujeres, pero el lenguaje, todavía, no es inclusivo.
Deberíamos
hacer algunas lecturas en cuanto al personal de salud que en estos
momentos labora en las misiones internacionalistas. En la composición de
estas brigadas la mayoría son hombres, médicos. También eran hombres
todos los que fueron enviados para atender y curar a los pacientes con
ébola en África occidental, en 2014. Muchas mujeres estuvieron
dispuestas. Conozco de compañeras médicas que se apuntaron. Entiendo la
peligrosidad, pero estamos hablando de derechos. Y entonces ahí tenemos
que hablar de privilegios del patriarcado para las mujeres, que se
quedaron en sus casas cuidando hijos, o atendiendo sus labores
hospitalarias, o de salud pública en general, porque ellas «tienen esa
responsabilidad» y mandarlas a una misión como el combate del ébola las
ponía en riesgo. ¿Es preferible que los hijos e hijas pierdan a sus
padres que a sus madres? Y aquí el rol que se asume siendo madres o
padres también hay que analizar y desmontar, de manera continua, el
patriarcado que lo envuelve todo. Estos temas traen contradicciones. No
tengo respuesta ni criterio absoluto, y respeto al que no concuerda con
este criterio ni con los argumentos expuestos con anterioridad; pero es
importante, por lo menos, entrar en el debate, e incluso en el debate
público.
Más que hacer nasobucos —insisto que son imprescindibles en estos
momentos— las mujeres están emprendiendo muchísimas tareas. En esa
costumbre absurda que el patriarcado nos ha impuesto, las mujeres
garantizan la reproducción y producción de la vida. La mayoría de las
personas en las colas, en tiempos de pandemias o no, son mujeres, las
que garantizan los alimentos; y no hablo de aquellos y aquellas que van
un día a la tienda y compran todo para el mes. Aunque también
encontrar hoy todo lo que necesitamos en una sola tienda cuesta y hasta
puede ser el milagro del día.
Hace falta decirnos a toda voz: «también luchamos contra la pandemia patriarcal»
Encontramos familias donde se reparten las tareas, e intentan que
sea de forma equitativa, donde participe cada una de las personas que
la componen, pero sabemos que esa realidad es menor, pues las triples
jornadas que tienen las mujeres es algo vivible y visible: trabajan en
la calle, trabajan en sus casas, trabajan en proyectos, emprendimientos
o hasta la labor en las organizaciones donde participan, atienden los
hijos, hijas, e incluso a los ancianos que viven en casa. No se trata
de la superwoman —supermujer— que tanto han criticado las
feministas, y algunas mujeres que escriben sobre equidad de género. La
dinámica actual de la vida nos ha deparado a las mujeres estar en todos
los frentes, listas para lo que se necesite. Y siempre las mujeres
hemos sido la base social: mujeres indígenas, mujeres obreras, mujeres
campesinas, trabajadoras del hogar, estudiantes…
Esa relación armónica y no pesada entre el espacio público y el espacio privado es un desafío que tenemos las mujeres. Incluso en aquellas parejas que intentan hacerlo de forma diferente: todavía hay reminiscencias del patriarcado en esos espacios. Y no solo estoy hablando de parejas heteropatriarcales.
¿Cuánto
tiempo las mujeres dedicamos a nosotras mismas? Seguro es más el tiempo
que dedicamos a otras y otros. Y no está mal dedicarle tiempo a los
demás, así se construyen las relaciones afectivas, pero no puede ser que
eso vaya en detrimento de nuestros deseos y de nuestras necesidades y
del constituirnos más allá de la relación que establecemos con los
otros. Y tampoco que confundamos nuestros deseos con el orden social
impuesto: las mujeres se ocupan de las labores de cuidado.
Hay que ser muy respetuosas para abordar el tema del cuidado, porque
si bien implica relaciones de dominación, hay sentimientos que se
entrecruzan y lo determinan. Muchas mujeres estamos a favor de que sea
remunerado el trabajo realizado en la casa. Pero también otras se
preguntarán «pero si el cariño y la atención que doy no tienen precio».
No es precio lo que le pondríamos al cuidado, es justicia. No es justo
que las mujeres —porque el sistema patriarcal dijo que sí, que las
mujeres a esos roles y los hombres a otros— tengan que asumir las
responsabilidades de todo y de todos. Es incluso una cuestión de
mantener independencia económica y porque lo que se hace en casa
garantiza que la ciudad de afuera también funcione.
Pero si pidiéramos más que un rabo de nube deberíamos pedir también la transformación de las relaciones humanas.
En el artículo Mujeres cuidadoras. Entre obligación y satisfacción,
Marcela Lagarde devela lo que esconde el tema del cuidado. Hay dos
frases que resumen un poco las esencias de este tema, aunque tenga otras
aristas y perspectivas.
«La
fórmula enajenante asocia a las mujeres cuidadoras otra clave política:
el descuido para lograr el cuido. El uso del tiempo principal de las
mujeres, de sus energías vitales (intelectuales, afectivas, eróticas,
espirituales) y la inversión de sus bienes y recursos va para los otros.
Es por ello que las mujeres desarrollamos una subjetividad alerta a las
necesidades de los otros. De ahí la famosa solidaridad femenina y la
abnegación relativa de las mujeres».
Ahí hacemos una disquisición en el tema de la solidaridad. No es lo mismo solidaridad que la propuesta feminista de sororidad entre las mujeres, un sentimiento de respeto y acompañamiento.
Por
otra parte Marcela nos comenta que «los hombres contemporáneos no han
cambiado lo suficiente como para modificar ni su relación con las
mujeres, ni su posicionamiento en los espacios domésticos, laborales e
institucionales. No consideran valioso cuidar porque, de acuerdo con el
modelo predominante, significa descuidarse: usar su tiempo en la
relación cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad con los otros.
Todo ello porque en la organización social hegemónica cuidar es ser
inferior».
Y
en este tema del cuidado invito a la reflexión sobre quiénes están
pendientes del cloro que hay que buscar, de los nasobucos que hay que
lavar, de la frazada en el piso a la entrada de la casa, del cloro para
desinfectar las llaves, los objetos, del lavado de la ropa. Existen
hombres ocupándose de esas tareas, pero la gran mayoría de estas
actividades,y no hace falta hacer una encuesta nacional, recae en las
mujeres.
En este sentido, el cuidado de niñxs en casa pone en evidencia esa
construcción de roles que se le han asignado a las mujeres; no solo la
cuestión de la maternidad obligatoria sino las horas dedicadas al
cuidado de las infancias. En tiempos de coronavirus, lxs niñxs, excepto
los que van a círculos —porque estos últimos siguen abiertos— se
quedan en casa, aunque se da el caso de que no todas las familias están
llevando a lxs niñxs a esas instituciones; en algunos casos porque
quieren protegerles mejor y en otros porque con algún catarro o
enfermedad no se pueden llevar.
Para
la edad escolar existe una programación de las teleclases. ¿Quiénes en
su mayoría se disponen a que esa clase sea visionada? ¿Quiénes asumen
ese rol? Las mujeres, que incluso antes de esta situación crítica que se
está viviendo asumían la mayoría de las tareas dentro del cuidado y la
educación de infantes. Según la Oficina Nacional de Estadísticas e
Información (ONEI), en el documento Tasas brutas y netas de matrículas por niveles educativos,
en 2017 último año registrado, la población en edad escolar, en la
enseñanza primaria entre 6 y 11 años es de 713 199 personas.
Existen
muchas aristas dentro de un análisis al sistema patriarcal, y que no se
acaban ni se pueden profundizar solo en un artículo, ya que la vida
cotidiana pone de relieve todas las actitudes machistas en que ese
patriarcado se expresa, y sabemos que en tiempos de crisis se agrava.
Habría
que analizar qué pasa con todas las funciones desempeñadas por mujeres
en la sociedad más allá de las médicas, enfermeras, epidemiólogas,
laboratoristas, todo el personal de la salud; otras que están en
disímiles labores estatales y no estatales y cuáles son sus funciones,
garantías, oportunidades y roles.
Pero
quizás, si cada una de las personas pusiera en un papel los roles que
desempeñan en los distintos espacios donde interactúa, pertenece o
habita, pudiéramos ver otras aristas o dimensiones del patriarcado. No
solo los roles de género, los espacios a donde las mujeres llegamos y
los que no podemos llegar, la llamada toma de decisión, los derechos
sexuales y reproductivos y la garantía de estos en tiempo de pandemias,
la violencia por motivos de género, la economía familiar y su
desenvolvimiento, las políticas y medidas sociales en tiempos de crisis,
y hasta la autoestima.
Un aspecto para revertir el patriarcado en la sociedad es la mirada feminista que se le debe dar a las políticas y medidas sociales, no solo en tiempos de coronavirus. Es pensar con perspectiva feminista estas medidas, a quiénes favorecen, cuáles son las consecuencias, cuáles las soluciones para esas consecuencias, cuáles son los riesgos para grupos vulnerables, y además pensar en más de la mitad de la población cubana que son las mujeres.
Una
amiga comentaba que imagináramos en cualquier política social, en
cualquier medida, e hiciéramos un análisis con enfoque de género. Y
ponía el ejemplo del agua y el cloro que se le echa y cómo se piensa
esta política. Y en este sentido lo que pudiera afectar este producto a
la flora vaginal de las mujeres, por solo citar un ejemplo. Pensar con
enfoque feminista es tener en cuenta cada aspecto, que desde el
feminismo las mujeres, y no solo las mujeres, pudieran profundizar en
las situaciones que las ponen en desventaja, pero también a la inversa.
Se trata de no poner a alguien por debajo de otros, y tener en cuenta
que afecta a cada persona en la sociedad y que las vulnera. Y de ahí
también el concepto: «lo personal es político».
Con esto, no me estoy desvirtuando del tema. Pensar desde una
perspectiva feminista todos los aspectos de la sociedad creo que es el
camino para comenzar a superar al patriarcado, en tiempos donde este se
afianza. El feminismo es la apuesta política donde, al contrario de lo
que propone el machismo —explicado de modo breve, la superioridad de
lo que se considera masculino sobre todo lo que no esté en esa cuerda—
todo el mundo cuenta y todo el mundo se responsabiliza con la sociedad.
No unos más que otros. No otros con la superioridad que otorga el
patriarcado ni con los privilegios.
Hay otros temas a tratar en tiempos de coronavirus, donde el
patriarcado, que existe incluso antes del sistema capitalista, está en
la subjetividad y en las actitudes que llevamos a cabo —los hombres y
las mujeres, y aquellas personas que de forma muy legítima no aceptan
el binarismo. Hay un sinnúmero de temas en los que podemos ir pensando
para debatir más adelante, como por ejemplo, las organizaciones de las
colas y la forma en que los policías hombres las organizan; quiénes le
llevan los alimentos a los ancianos y a las ancianas que están solos en
la comunidad; qué pasa aún en las calles cubanas que, hasta con
nasobuco, casi sin pronunciar palabras, los hombres ejercen acoso
callejero sobre las mujeres; qué pasa dentro de las casas con las
mujeres que sufren violencia de género y cómo en esta coyuntura su
protección se hace más complicada.
Pues son temas para pensar… intentemos que sea desde casa, para ver
si acabamos con el coronavirus y también con el patriarcado, que por
estos días también está apululu —en abundancia—.
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