3/23/2011

Mazatlán y sus alrededores, lo mejor de Sinaloa



Más allá de sus costas y su historia, este puerto nos acerca a poblaciones con sabores exquisitos y reservas naturales de playas vírgenes, manglares y marismas

Carlos Velázquez

CIUDAD DE MÉXICO, 20 de marzo.- Si el puerto de Mazatlán es conocido por su historia, sus playas y su clima tropical; a sus alrededores se encuentran uno de los sitios arqueológicos más alucinantes de México; poblaciones con personalidad provinciana y sabores exquisitos y una reserva de playas vírgenes, manglares y marismas, en donde se planea construir el nuevo polo turístico de México.

Mazatlán hoy e

stá dividido en la zona centro, con sus hoteles boutique, pequeños museos, restaurantes, el teatro Ángela Peralta y el malecón que da a la playa de Olas Altas, en donde la estatua de un motociclista disfrutando permanentemente del mar rinde tributo a su personaje popular más sobresaliente: Pedro Infante, el actor al que las abuelas todavía recuerdan con lágrimas en los ojos.

Hacia el norte está la Zona Dorada, con sus grandes hoteles de las décadas de los 80 y 90 y sus campos de golf, para rematar en lo que se conoce como el Nuevo Mazatlán, que alberga a los establecimientos de hospedaje de construcción más reciente.

Por ese rumbo, y de camino a Culiacán, la capital de Sinaloa, en el municipio de San Ignacio, se encuentran “Las Labradas”, que es un conjunto de enormes monolitos amontonados en la playa, en cuyas paredes fueron talladas figuras sorprendentes, tanto por la belleza de su concepción abstracta, como por el buen estado en que se encuentran.

Un pequeño museo de sitio del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) sitúa su origen hace entre mil y mil 500 años y señala como procedencia a los primeros pobladores de Sinaloa, emparentados con la cultura tolteca.

La hipótesis más aceptada dice que eran los sacerdotes y los artistas que trabajaban para ellos quienes labraban estas figuras sobre las rocas con la ayuda de otras piedras, una puntiaguda y otra más que era golpeada hasta herir la dura superficie.

Espirales que evocan al infinito, círculos perfectos y otros no tanto, rectángulos y estrellas hacen referencia a los sueños de los sacerdotes, pero también los perfiles de distintos animales son interpretados como peticiones a los dioses para que los provean de alimentos.

Venados, peces y tortugas, concebidos a través de líneas simples pero con un evidente sentid

o estético, pueblan también las superficies de las rocas, igual que algunos dibujos humanos, caricaturizados.

Algunos de ellos con un notable parecido a Wilson, la pelota de “pelos parados” que hizo compañía a Tom Hanks en su película El Naufragio.

Sólo algunas piedras ostentan las figuras, así es que necesario dedicar una o varias horas, según el entusiasmo que susciten, para caminar entre ellas, de preferencia utilizando botines elásticos de suela de hule y hasta el apoyo de un bastón, para quienes no sean particularmente ágiles.

Uno de los factores que ha contribuido a la conservación de las figuras es que todas ellas se en

cuentran en la cara de las piedras que mira hacia la playa, por lo que no reciben directamente la energía del mar.

Además, y conforme va cambiando la posición del sol, la luz va “descubriendo” u ocultando las figuras, por lo que una caminata a paso lento permite ir viendo distintas áreas de las rocas.

Ubicadas a unos kilómetros de donde cruza el Trópico de Cáncer, hay planes para construir cerca de este sitio, de naturaleza frágil y que merece ser preservado intacto, un espacio con facilidades turísticas, incluyendo la posibilidad de tomarse una foto sobre uno de los meridianos de la Tierra.

El Quelite

Dice una estrofa del Sinaloense, la canción más famosa de la igualmente célebre banda “El Recodo”: “Por Dios que borracho vengo/que me siga la tambora/que me toquen el Quelite/después el Niño Perdido/y por último el Torito/pa’ que vean como le brinco”.

Y resulta que El Quelite, que le da nombre al “corrido de la canción”, no sólo es un pintoresco pueblito sinaloense conurbado a Mazatlán, sino uno de los sitios que ofrecen lo mejor de la gastronomía rural del estado.

Aunque hay varias opciones, el Mesón de los Laureanos, del doctor Marcos Osuna, es el más reco

nocido y su oferta gastronómica es realmente memorable.

Carnitas, barbacoa, lengua de res en salsa verde, manitas de cerdo, carne asada, consomé de pollo y una casi interminable lista de postres que incluyen tamales colados de elote, capirotada, natilla de maíz y dulce de camote con piña, son algunas de las razones por las que el restaurante se llena los fines de semana.

Pero también porque Osuna tiene espíritu emprendededor y ha rescatado el Ulama, el juego de pelota prehispánico, que se sigue practicando en esta zona, hasta el punto de que el Grupo Xcaret importa desde aquí los jugadores que se presentan en sus parques de la Riviera Maya.

El Quelite cuenta con otros atractivos para el turismo, como un rancho para la procreación de gallos de pelea y uno de los criaderos de peces de ornato más importantes del noroeste de México.

Pueblo Mágico

Pocos destinos como Cosalá han sido impactados de forma tan importante por el programa de los Pueblos Mágicos, de Sectur, debido a lo cual hoy no sólo cuenta con una población orgullosa de su historia y de sus atractivos sino que, además, ha logrado que prácticamente todas las fachadas de sus casas estén pintadas y que la conducción eléctrica se haga bajo tierra.

En medio de la sierra que divide el sur de Sinaloa y el altiplano de Durango se ubica la des

viación en la autopista que une Culiacán y Mazatlán, y que indica La Cruz–Santa Rosa antes de llegar a Cosalá.

El Museo de Historia de esta ciudad recoge el pasado minero de una población que, alguna vez, fue tan rica que sus ingresos fiscales bastaron para sustentar económicamente la separación de los estados de Sonora y Sinaloa.

Allí nació también Heraclio Bernal, el Rayo de Sinaloa, un bandido al estilo de Robin Hood y Chucho el Roto, animado por la búsqueda de la justicia social, para llevar a cabo diversos actos fuera del marco de la ley.

Pero de todos, es Luis Pérez Meza, el Trovador del Campo, el único que tiene una sala en su honor en el museo, en donde se recrea su participación en la película Allá en el Rancho Grande y que hace énfasis en sus famosas canciones, La cucaracha incluida.

El poblado de Cosalá, alberga otras sorpresas, pues cuenta con hoteles de buena calidad y a sus alrededores es posible realizar caminatas, visitar cascadas en la época de lluvias y hacer recorridos, con permisos previos, por las minas que siguen en activo.

Teacapán, futuro del turismo

A una hora desde Mazatlán por carretera, en esta ocasión con rumbo al extremo sur del estado y, por tanto, a Nayarit, se encuentran Escuinapa, pueblo bicicletero, y Teacapán.

Además, en medio de los dos, más cerca del primero que del segundo, está el otrora Rancho Las Cabras, una reserva que tiene más de dos mil hectáreas, adquiridas por el Fideicomiso de Infraestructura, para desarrollar el nuevo Centro Integralmente Planeado de Sinaloa, a través de Fonatur.

Si en otros sitios hablar de un “pueblo bicicletero” tiene un sentido peyorativo, en Escuinapa un “monumento a la bicicleta” rinde tributo a ese medio de transporte.

Específicamente la escultura de uno de estos vehículos de dos ruedas refiere en su base: “Tradición escuinapense que contribuye a evitar la contaminación y fortalecer la salud”.

Escuinapa es conocido por su vasta producción de camarones y mangos, entre otros productos, y en consonancia con lo anterior, su platillo más típico son las dobladitas de camarón, tortilla frita rellena del crustáceo seco, que es bañada por una salsa de jitomate, al estilo de las tortas ahogadas de Jalisco.

Mientras tanto, en el nuevo CIP de Teacapán, que todavía no está abierto al público, se han invertido 380 millones de pesos en estudios e infraestructura y sólo este año vienen 526 millones de pesos más.

Si hay que describir con una sola frase este sitio, hay que decir que se trata de un ecosistema de marismas, canales y grandes explanadas plagadas de palmeras, con un frente de playa de 12 kilómetros.

El día de nuestra visita, una escuela de unos 40 delfines pescaba a menos de 15 metros de la playa, un espectáculo que refiere en sí un espacio prácticamente libre de la presencia humana.

Teacapán, por su parte, es un pueblito que conecta con un sistema de lagunas saladas, manglares y marismas, entre los cuales se encuentra una pirámide prehispánica construida exclusivamente de conchas.

La abundancia de alimento marino, así como la protección que ofrecen los manglares y los canales, explican la presencia de miles de aves, de especies distintas.

En un paseo en panga de tan sólo una hora, fue posible contar 23 especies, incluyendo a los halcones marinos, las águilas pescadoras y cuatro variedades de gaviotas, ideal para los amantes de las aves.

Todo esto está cerca de Mazatlán, un destino que, más allá de la riqueza de una ciudad que nacida hace siglos y que amplió sus horizontes con el turismo, alberga a sus alrededores fantásticos atractivos.

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