Ricardo Raphael
México es una nación que derrocha el talento de su población. Millones de personas se dedican en nuestro país a actividades laborales que están por debajo de su inteligencia, su capacidad y sus habilidades.
Subvierte a la conciencia toparse con tantos seres humanos desperdiciados. Enoja que el joven de 17 años tenga como modo de vida limpiar el parabrisas de los automovilistas a cambio de unas cuantas monedas; entristece que el mejor escenario para su hermana sea vender tarjetas pre-pagadas de teléfono celular o agua embotellada en una calle congestionada; revuelve el estómago encontrarse con el adulto que tiene como última opción comerciar películas pirata o líquido refrigerante para motor viejo de automóvil, sobre el camellón de una avenida transitada.
El listado grandísimo de sub-empleos mal remunerados, extenuantes y poco propicios para elevar la autoestima es parte fundamental del problema económico en el que se halla estancado el país. Se trata de un territorio llamado coloquialmente “informalidad,” que no es breve sino inmenso y ocupado por una mayoría de individuos en edad de trabajar.
La élite del país suele referirse a la informalidad con un tono de desprecio y también de discriminación. Acaso por distancia con la realidad, desde el piso más alto de la pirámide se percibe como un problema solo relacionado con el pago de impuestos.
Sin embargo, la cuestión va mucho más allá del tema hacendario. Lo verdaderamente grave es el enorme desperdicio de recursos humanos que comete México en contra del crecimiento, desarrollo y satisfacción de sus habitantes.
Si el cerebro humano es la máxima invención de la biología en nuestro planeta, resulta inaceptable que buena parte de esa masa neuronal mexicana se derroche en puestos de trabajo mal pagados y también insatisfactorios.
Si llevamos treinta años mostrando un declive sistemático en la productividad laboral, ello se debe a que ni el Estado, ni la sociedad han sido capaces de crear ambientes propicios para que sus integrantes participemos con creatividad, innovación y agrado en la economía del conjunto.
Desde el costado neoliberal se pretende que con mayor inversión lograremos mejorar las ganancias en productividad de la economía mexicana. Pero la hipótesis olvida que entre los factores con que cuenta México para competir, el más importante es el trabajo y no el capital.
Si México quiere mejorar su productividad debe jugársela primero por ese grupo inmenso de mexicanos que no merece dedicar su talento al pequeño empleo que reditúa tan poco y humilla tanto.
Y sin embargo, se ha impuesto la versión del impulso al capital. (Quien crea que la reforma educativa reciente tiene algo que ver con la mejora de la productividad laboral mejor que se compre un boleto para conocer la Luna).
Cuando se habla de democratizar la productividad se piensa sobre todo en crecer la infraestructura física (puertos, aeropuertos, carreteras), en mejorar la competencia entre las grandes empresas, en dotar de mejores vías de comunicación, en fin; prácticamente todo tiene que ver con multiplicar la productividad del capital.
Mirando el Programa para Democratizar la Productividad 2013-2018 del actual gobierno federal, cabe preguntarse cuánto de su contenido tiene que ver con sacar de la economía improductiva a la inmensa mayoría de mexicanos para que encuentre empleo en los sectores que sí cuentan con condiciones de desarrollo y crecimiento personal, y cuánto esfuerzo se tiene contemplado para mejorar la renta de quienes ya se benefician con la riqueza mexicana.
La productividad en el trabajo es una calidad que se obtiene gracias a que la persona participa de un empleo que tiene perspectivas amplias de desarrollo, mejora sostenible en el ingreso, prestaciones sociales para salvar las circunstancias difíciles que impone la vida y derechos mínimos relacionados con la dignidad y la autonomía humana.
No hay creatividad, ni innovación si tales condiciones están ausentes del ambiente donde se labora. Es justamente ese hábitat el que merece ser diagnosticado y transformado, desde el Estado, la sociedad y la empresa. Pero en México estamos todavía lejos de colocar la mirada de la productividad donde se debe: en el talento de sus recursos humanos.
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