Miguel Concha
Nada
importa al mundo del dinero y del poder. Los megaproyectos impuestos
siembran violencia, muerte y desesperanza a nuestras niñas y niños en
los diversos rincones del país y del mundo. En el contexto del derecho
internacional, sin embargo, el principio de prevención implica la
realización de las debidas diligencias y el aseguramiento de
condiciones que garanticen la vida digna de las personas.
La prevención
es anticipación. Es decir, que tendríamos que adelantarnos a lo que
puede suceder en determinado contexto, sobre todo cuando se conoce el
riesgo que implican ciertas acciones u omisiones de empresas y
gobiernos. Por ejemplo: los riesgos que implican las mineras, las
termoeléctricas, los acueductos y demás megaproyectos son conocidos y
documentados. Por eso mismo no deben permitirse, y mucho menos cuando
se instalan junto a comunidades.
Ello no obstante, el principio de prevención es ignorado
sistemáticamente por las corporaciones y el Estado que, sin importarles
los costos sociales y ambientales, ejecutan planes y proyectos
impelidos por la práctica de planes de desarrollo y políticas
públicas extractivistas, de visión limitada, de corto plazo, y colocan
por encima de todo interés común el crecimiento económico, poniendo así
en riesgo la seguridad de sus pobladores y la vida de pueblos enteros.
Donde por supuesto las niñas y niños se encuentran en grave situación
de vulnerabilidad.
De acuerdo con el artículo 6 de la Convención sobre los Derechos del
Niño, los estados tienen la obligación de reconocer el derecho
intrínseco a la vida de niñas y niños y de garantizar su supervivencia
y desarrollo digno. Del mismo modo, en los artículos 24 y 27 se obliga
a los estados a garantizar el derecho de las y los niños al grado más
alto de salud y a disfrutar de un nivel de vida digno y adecuado para
su desarrollo físico, mental, espiritual, moral y social.
El gasoducto Morelos, parte del Proyecto Integral Morelos,
constituye un ejemplo claro del nivel de arbitrariedad, negligencia,
ilegalidad y servilismo gubernamental, que responde únicamente al
capital transnacional y antepone la ejecución de proyectos altamente
riesgosos para el interés superior de la niñez, en detrimento de la
dignidad de los pueblos. El trazo del gasoducto afecta directamente, en
efecto, a varias comunidades. Por ejemplo, en La Trinidad Tenexyecac,
en Tlaxcala, el trazo pasa a 15 metros de la zona urbana. Incluso lo
hace en medio de una calle habitada, a escasos 100 metros de la
telesecundaria Emiliano Zapata y muy cerca de hornos con temperaturas
mayores a los 800 grados centígrados, que la comunidad ocupa para
alfarería, actividad económica principal en ese pueblo.
En San Jorge
Tezoquipan pasa por campos de cultivo de milpa, a 200 metros del jardín
de niños Bicentenario, del CBTis 211, de la secundaria técnica 33 y del
jardín de niños Benito Juárez. En este caso han violentado la decisión
de los pueblos, quienes al conocer el proyecto y los riesgos que
acarrea, han manifestado su total inconformidad y rechazo.
Las
autoridades locales y federales ponen además en extremo riesgo a la
infancia si ocurre alguna fuga o explosión, ya que el trazo no respeta
las directrices de las mismas normas oficiales mexicanas, y por tanto
vulnera de tajo los derechos de las infancias. Éste es un ejemplo
sensible de cómo se menosprecia la vida, valorándola muy por debajo del
enriquecimiento de unos cuantos. El megaproyecto del gasoducto Morelos,
y en general el Proyecto Integral Morelos, ha revelado también que la
producción de energía eléctrica se dirigirá a las industrias, no a las
comunidades, a pesar de que la Comisión Federal de Electricidad (CFE)
ha dicho engañosamente que con el proyecto disminuirá el precio de la
energía eléctrica para uso doméstico. Además, se ha igualmente revelado
que los beneficios serán irrisorios, pues la misma CFE ha promocionado
el megaproyecto entre los pobladores de las comunidades afectadas
afirmando que generará empleos. Lo que no ha dicho es que sólo se
ofrecerán escasos 66 empleos y que serán temporales.
Este megaproyecto implica también violaciones a derechos
fundamentales de las comunidades como a la alimentación, la salud, el
medio ambiente y los culturales, ya que dañará cuerpos de agua
importantes, campos de cultivo, sitios arqueológicos, y contaminará
seriamente el medio ambiente. De presentarse esta trágica aunque
anunciada situación, estaremos también ante el riesgo de explosiones de
gasoductos, poniendo en riesgo por ejemplo el jardín de niños ABC, y
con ello se multiplicarían aún más las violaciones a derechos humanos.
Es preciso reconocer que muchas de las violaciones a los derechos
humanos, así como el sistemático desprecio por la vida de la gente y
sus culturas, tienen sus consecuencias más sensibles y más injustas
sobre las infancias. Con estas acciones, que atentan frontalmente
contra ellas, se manifiesta la actitud de un Estado que apuesta por la
muerte y no por la vida.
El gobierno actual tiene la obligación de respetar, garantizar,
promover y proteger los derechos humanos de todas y cada una de las
personas en el territorio nacional, y por ello nada puede estar por
encima de las mismas. Por tanto, un supuesto plan de desarrollo
que considere menospreciar la vida y la dignidad de las personas,
privilegiando la producción y el negocio de la energía, es a todas
luces un desarrollo de muerte. Es tiempo de insistir que se requiere un
Estado social de derecho que garantice la dignidad de las y los
excluidos, incluyendo especialmente a niños y niñas. Mientras no exista
un cambio de modelo y de políticas económicas, no existirá protección y
garantía de los derechos humanos. Mientras se siga despreciando la vida
y el medio ambiente y se siga encumbrando la acumulación del capital,
no podrá pensarse en el respeto de la dignidad, y mucho menos lograr un
buen vivir para todas las personas.
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