José Antonio Rojas Nieto
En
cualquier momento serán aprobadas las leyes de la reforma energética.
El 4 de junio las comisiones unidas de Energía y de Estudios
Legislativos Primera del Senado acordaron que prepararían y
presentarían cuatro dictámenes entre los días 10 y 23 de este mes. Así,
a más tardar mañana debieran presentarse los dos que faltan. En la
página del Senado ya hay dos:
1) Iniciativa de Ley por la que se
expide la Ley de Hidrocarburos, y se reforman diversas disposiciones de
la Ley de Inversión Extranjera; Ley Minera, y la Ley de Asociaciones, Público
Privadas;
2) Iniciativa de decreto por el que se expide la Ley de la
Industria Eléctrica. Iniciativa de decreto por el que se expide la Ley
de la Industria Geotérmica, y se adicionan y reforman diversas disposiciones de la Ley de Aguas Nacionales.
Al rato encontraremos dos más:
3) Iniciativa de decreto por el
que se expide la Ley de Petróleos Mexicanos y la Ley de Comisión
Federal de Electricidad, y se reforman diversas disposiciones de la Ley
Federal de Entidades Paraestatales; y la Ley de Adquisiciones,
Arrendamientos y Servicios del Sector Público y servicios relacionados
con la mismas; 4) Iniciativa de decreto por el que se expide la Ley de
Órganos Reguladores Coordinados en Materia Energética, y se reforman diversas disposiciones de la Ley Orgánica y de la Administración Pública Federal; Iniciativa de decreto por el que expide la Agencia Nacional de Seguridad Industrial; y de Protección al Medio Ambiente, del sector de hidrocarburos.
En
el caso eléctrico (que me ocupa, aunque advierto con temor los términos
de la legislación de hidrocarburos, básicamente por la liberalidad con
la que se maneja el delicado asunto de los costos de producción de
crudo y gas, que determinará el todavía más delicado monto de excedente
petrolero (renta básicamente) que debe ir al Estado mexicano),
entonces, sigo, en el caso eléctrico se aprobarán las leyes de la
Industria Eléctrica, de la Industria Geotérmica, las modificaciones a
la de Aguas Nacionales y, todavía sin dictámenes, la de la Comisión
Federal de Electricidad y la de los órganos reguladores en energía.
No obstante, ya podemos advertir la enorme complejidad en este
terreno. Permítaseme hoy sólo referirme un poco más al sensible asunto
de los precios de electricidad, los que –a decir del gobierno– deberán
bajar. Tengo enfrente dos documentos oficiales:
1) estudio sobre
tarifas eléctricas y costos de suministro de 2008 de la Secretaría de
Energía (Sener) y ordenado por el Congreso para el ejercicio fiscal de
2008, con la intención de analizar su congruencia y, eventualmente, su
ajuste;
2) cuadros de Tarifas y relación precio-costo de energía
eléctrica por sector de consumo, del Primer Informe Presidencial de
este sexenio. En el primer documento se presenta una muy importante
serie de conclusiones (doce) que, en síntesis y luego de explicar la
complejidad y la heterogeneidad tan grandes a este respecto, asegura
que las tarifas domésticas, agrícolas, de servicios públicos e
industriales en media tensión, están por debajo de los costos de
suministro y contienen subsidios.
Y que las demás (comerciales e
industriales en baja tensión, e industriales en alta tensión, JARN)
superan los costos de suministro los que –por cierto– se determinan con
base en la contabilidad anual de los organismos del sector. Sin
embargo, en los cuadros del Informe Presidencial –con datos a junio de
2013– se asegura que a nivel global, los usuarios del sector eléctrico
aportan 74 por ciento de los costos contables. Y que el monto del
subsidio eléctrico –del que, por cierto, no sólo no se dice nada,
absolutamente nada, sino que ni aparece el término en la nueva Ley de
la Industria Eléctrica del Segundo Dictamen del Senado –alcanza cerca
de 9 mil millones de dólares. Acaso un poco más si consideramos –como
aseguran los documentos oficiales– las aportaciones de los usuarios que
pagan por encima de su costo.
En
el caso de pequeños comercios e industrias –para sólo dar un ejemplo–
no es menor a 300 millones de dólares. De manera más específica y con
estos mismos datos oficiales, hay que decir que, en promedio, los
consumidores residenciales apenas pagan 37 por ciento de su costo
contable.
En buen romance significa que una disminución de tarifas
exigiría que el nuevo costo de producción fuera –al menos– 36 por
ciento de ese costo contable. Así los precios bajarían un poquitito:
2.7 por ciento. Pero, ¿sabe usted dónde o cómo se podría lograr ese
descenso de costos? El informe de tarifas de Sener lo muestra.
El costo
del suministro residencial se compone en 56 por ciento de los costos de
generación. Un 10 por ciento por la transmisión en alta tensión. Un 17
por ciento por la distribución. Finalmente, 17 por ciento por la
comercialización. La suma de esos componentes da –evidentemente– ciento
por ciento del costo.
Una baja de costos de 100 a 36, es decir, un descenso de 64 por
ciento tiene que provenir de descensos en una o en todas las partes del
costo. Se dice que provendrá de una generación a gas natural, en lugar
de la tradicional a derivados del petróleo. Eso será posible si el
marcador de precios en el nuevo esquema del mercado eléctrico mayorista
es, evidentemente, el gas natural.
Siempre y a todas horas. Lo que,
evidentemente, supone
hundir(no utilizar más o retirar) los equipos de generación a combustibles
más caroscomo el combustóleo (una carga financiera fenomenal). Y, asimismo, dejar libre el
despacho eléctricopara que el costo horario de referencia sea determinado por un gas natural que no sólo se conserva bajo, sino en una baja relación de precio con el combustóleo y el diesel.
Todo esto para decir que al menos para el caso del sector doméstico
–se pueden analizar de manera similar otros casos– la baja de tarifas
será muy, pero muy difícil. Y de darse será raquítica. Y eso
advirtiendo –como lo hacen a manera de lamento expertos uruguayos ante
su propia experiencia– que el mercado por sí mismo pueda no conducir a
resultados adecuados.
Pero esto, junto con otros aspectos de la reforma
energética, se podrá discutir en el Senado en 15 minutos, antes de
mañana, o de pasado mañana, que no es lo mismo, pero –dice Perogrullo–
es igual. De veras.
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