Si la adhesión a toda costa a la legalidad es, en efecto,
completamente característica de los oportunistas, se caería
completamente en el error al atribuir mecánicamente a los partidos
revolucionarios la voluntad contraria, a saber, la voluntad de la
ilegalidad. En todo movimiento revolucionario hay ciertos períodos
en que domina o, al menos, se afirma un cierto romanticismo de la
ilegalidad. Pero ese romanticismo es claramente una enfermedad
infantil del movimiento comunista, una reacción contra la legalidad
a toda costa […]; ese romanticismo debe ser superado y lo es
seguramente por todo movimiento llegado a la madurez.
Georg Lukacs. Historia y conciencia de clases
Respetar esta legalidad es cosa de tontos.
Sin embargo, desdeñarla no sería menos funesto. Sus ventajas
para el movimiento obrero son tanto más reales cuanto menos ingenuo
se es. El derecho a la existencia y a la acción legal es, para las
organizaciones del proletariado, algo que se debe reconquistar y
ampliar constantemente. Lo subrayamos porque la inclinación opuesta
al fetichismo de la legalidad se manifiesta a veces entre los buenos
revolucionarios, inclinados -por una especie de tendencia al menor
esfuerzo en política (es más fácil conspirar que dirigir una
acción de masas)- a cierto desdén por la acción legal. Nos parece
que, en los países donde la reacción todavía no ha triunfado
destruyendo las conquistas democráticas del pasado, los trabajadores
deberán defender firmemente su situación legal, y en los otros
países luchar por conquistarlas.
Víctor Sergei. Lo que todo revolucionario debe saber
sobre la represión.
“Los
extremos se tocan” es una frase trillada… pero no por eso menos
verdadera. Las dos posturas entre las que se desgarra la izquierda
mexicana (el electoralismo y el anti electoralismo) lo confirman.
Al menos desde 2006 la izquierda mexicana se divide entre quienes
creen que el voto es la forma de transformar al país y quienes creen
todo lo contrario y promueven en consecuencia la abstención, el voto
nulo e incluso el boicot. Cada bando acusa al otro de tener una
estrategia poco efectiva y que al final termina por favorecer al PRI
y demás partidos neoliberales… y ambos tienen razón.
La crítica más inmediata a quiénes apuesta por la vía
electoral es que no se dan cuenta, o no quieren darse cuenta, de que
ésta está clausurada. Los neoliberales jamás reconocerán el
triunfo que en las urnas obtenga una fuerza no neoliberal y mucho
menos una fuerza anticapitalista. La historia reciente de
México, los grandes fraudes de 1988, 2006 y 2012 son una prueba
palmaria de ello. Entonces, alentar la ilusión en un futuro triunfo
en las urnas es un engaño para el pueblo, dicen los anti
electorales.
También se le acusa de legitimar el sistema capitalista y su
Estado por el mero hecho de participar en unas elecciones organizadas
por él, en sus términos y en sus reglas. En las semanas previas a
las elecciones del 7 de junio en México, circuló ampliamente en
las redes sociales una frase atribuida a Eduardo Galeano o a
Charly García: “Si votar sirviera de algo, estaría prohibido”.
En realidad, no sabemos quién es el autor de esa frase pero en todo
caso se ha convertido en un verdadero prejuicio, en parte del sentido
común de muchas personas y con base en ella se emprenden las
campañas de abstención, voto nulo y boicot.
Pero aún más, a la izquierda electoral se le acusa de estar
presa de la ilusión de que ganar las elecciones y con ello llegar al
gobierno es sinónimo de conquistar el poder. El poder está en otra
parte, se le dice. Ganar unas elecciones no cambia el país, lo que
hay que cambiar es “el sistema”. Depositar una boleta en una urna
cada seis años no transforma nada, no genera organización popular,
no es verdadera democracia, dicen los anti electorales.
Esto en el mejor de los casos, porque algunas organizaciones ni
siquiera conciben a los partidarios del voto como parte de la
izquierda sino como una variante más de la derecha y del
neoliberalismo. Conceden que existen algunos pocos “ingenuos” y
bien intencionados que creen que votando van a lograr algo pero en el
fondo le hacen el juego al PRI, al neoliberalismo y al sistema
capitalista en general pues al participar en la contienda electoral
con las reglas puestas por el régimen, lo legitiman.
La crítica es correcta en lo general. Efectivamente, la burguesía
mexicana no tiene la menor disposición a reconocer el triunfo en las
elecciones de un partido con un programa no neoliberal, mucho menos
de uno con un programa socialista. Por otro lado, también es cierto
que hasta ahora los partidos electorales en México que se
reivindican de izquierda (PRD y MORENA) no están interesados en
organizar a sus militantes y al pueblo más allá de lo electoral, de
promover una participación política que rebase los límites de la
participación en los comicios. Por último, también es cierto que
ganar unas elecciones no es lo mismo que conquistar el poder aunque
cabría ser más precisos. El poder político es un asunto complejo,
no tiene su asiento solamente en el aparato estatal sino que también
tiene como sede lo que Gramsci llama sociedad civil, organismos
aparentemente apolíticos que en realidad son totalmente políticos y
desde ellos se ejerce también el poder: televisoras (particularmente
notable en el caso de Televisa en México), periódicos, iglesias,
organizaciones de derechos humanos, asociaciones profesionales,
etc.). Ganar las elecciones permite ocupar ciertos puestos en el
aparato estatal y acceder al ejercicio de una parte del poder, pero
no es “El poder”. Para conquistar el poder plenamente no basta
con ocupar el aparato estatal y poder desde ahí ejercer la coerción,
también hay que lograr una hegemonía intelectual y cultural desde
las instituciones de la sociedad civil.
En suma, a grandes trazos, las críticas a los partidos
electorales (a aquellos cuya función principal y casi única es
participar en las elecciones, como MORENA y el PRD) son correctas.
Sin embargo, las organizaciones anti electorales en México cometen
un error paralelo al de los electoralistas. En realidad unos y
otros están presos del mismo fetichismo de lo electoral y del Estado
pero desde extremos diferentes, extremos que forman parte de un mismo
fenómeno. Si depositar una boleta en una urna cada seis años no
genera organización popular y no cambia al país, anular o quemar la
misma boleta cada seis años tampoco.
Las limitaciones del abstencionismo y el voto nulo son conocidas.
En primer lugar no son una acción colectiva, son acciones
individuales que no requieren ni genera organización popular. En
segundo lugar, no puede distinguirse en las cifras el abstencionismo
provocado por el rechazo al sistema de partidos del provocado por
accidentes, pereza o cualquier otra circunstancia y el voto nulo
provocado por el rechazo a las elecciones no se contabiliza aparte
del provocado por errores a la hora de emitir el sufragio.
Efectivamente, los partidos engañan y se engañan cuando dicen
ser representativos de la sociedad pues los porcentajes que presumen
(en el caso de la elección del pasado 7 de junio, por ejemplo, el
PRI obtuvo el 29%, el PAN el %20, el PRD el 10 y MORENA el %8) se
refieren al total de los votos emitidos, no al total del padrón; en
otras palabras, no toman en cuenta la abstención y el voto nulo.
Éstos últimos fueron del 47% y el %6, respectivamente. Entonces, en
realidad, el PRI solo representan a cerca del 14% de los electores;
el PAN al %10 y así sucesivamente. Conclusión: los partidos no
representan a la sociedad, todos ellos representan a una minoría.
Sin embargo los abstencionistas se engañan a sí mismos de una
manera similar: atribuyen a su campaña de abstención y voto nulo el
%47 y el %6 respectivos y, como ya señalamos, existen mil razones
por las que la gente no va a votar o por las que su voto es
invalidado. Sería un error o un autoengaño tremendo pensar que ese
%47 de personas que no votó y el %6 de personas cuyo voto fue
anulado comparten los planteamientos, programa y métodos de lucha de
la CNTE, la FECSUM o el EZLN. Sin embargo, dirán los anti
electorales, si la gente no fue a votar o anuló su voto es porque
rechaza el sistema de partidos aunque no esté de acuerdo totalmente
con las organizaciones antes mencionadas. Yo creo que ni eso podemos
suponer, pues muchos tenían la intención de votar y se los impidió
la enfermedad, el trabajo o cualquier otra contingencia; del mismo
modo, muchos votos nulos no fueron intencionados, fueron errores.
¿Qué porción de los votos nulos y de la abstención podemos
atribuirle a una posición activa y consciente de rechazo a la
partidocracia y la farsa electoral? No lo sabemos, pero es seguro que
no todos, quizá ni siquiera la mayoría.
Sin embargo la principal limitación del abstencionismo y el voto
nulo es que en México no tiene efectos legales sobre el proceso
electoral. No importa qué porcentaje del electorado se abstenga o
anule su voto, los comicios son legales y válidos sus resultados. Si
la ley fijara que en caso de que los votos nulos o el abstencionismo
llegaran a cierto porcentaje la elección se anularía, entonces sí
tendría caso plantearse esas acciones como una estrategia. Los
promotores de estas acciones dirán que aunque no tengan efectos
legales sobre la validez de la elección, la abstención y el voto
nulo tienen efectos políticos, que desgastan y restan legitimidad al
gobierno y al sistema de partidos. Sin embargo habría que considerar
que en México los partidos, los procesos electorales y el gobierno
de por sí cargan ya con un gran descrédito al que no suma mucho la
poca participación electoral. En los últimos años, particularmente
desde que empezó el gobierno de Peña Nieto, está visto que el
sistema puede funcionar con bajísimos niveles de consenso o de
aprobación por parte de la población. Funciona a punta de metralla
y a través del terrorismo de Estado pero funciona para los fines que
está concebido que funcione, para resguardar los intereses de una
fracción de la burguesía mexicana (la que está enganchada al
Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos), el imperialismo y la
alta burocracia estatal y partidaria. No queremos decir que sea
totalmente irrelevante que alrededor de la mitad de los mexicanos no
participe en las elecciones; definitivamente hace mella en el poder
de la burguesía mexicana y su aparato estatal pero no
sobredimensionemos las cosas, de ninguna manera provocará un colapso
suyo, no se trata de una dificultad que no puedan sortear, no es la
primera vez que en una elección federal se dan estos niveles de
abstencionismo.
La crítica más extendida al abstencionismo y al voto nulo es que
beneficia indirectamente al PRI y demás partidos neoliberales ya que
ese llamado es atendido solamente por el electorado progresista, por
los potenciales votantes de MORENA. Los simpatizantes del PRI y del
PAN jamás hacen caso a las campañas por la anulación del voto. Por
ello, porque solamente le resta votos a MORENA y deja indemnes al PRI
y al PAN, es que se dice que estás campañas anti electorales
benefician a la derecha. Sin embargo, desde el lado de los
abstencionistas, está critica se desecha con el argumento de que
todos los partidos son iguales, que MORENA no solo es capitalista (lo
que es verdad) sino que también es neoliberal y por tanto, no
importa que se le resten votos.
En cuanto al axioma de los anti electorales, “Si votar sirviera
de algo, estaría prohibido” podemos decir con toda seguridad que
es completamente falso. La idea sobre la que se asienta es que todo
lo legal es inútil para la lucha de los oprimidos por su liberación.
Una vez aceptado eso, es fácil caer en un error paralelo y mucho más
grave: que sólo lo prohibido o ilegal es útil, o peor aún, que
todas las acciones y métodos prohibidos e ilegales son útiles.
Partiendo de esos supuestos, algunos creen que las marchas (por ser
legales) son completamente inútiles y que lo verdaderamente
provechoso para el movimiento popular son las acciones ilegales como
la destrucción de mobiliario urbano o de comercios. ¿De verdad son
completamente inútiles acciones legales como las marchas? ¿De
verdad son útiles acciones ilegales como encapucharse y romper los
cristales de los bancos? Para refutar una afirmación universal como
la que nos ocupa (“Todo lo legal es inútil y todo lo ilegal es
útil”) basta con encontrar un sólo ejemplo en contrario y es el
derecho de huelga. En México las huelgas son completamente legales y
muy útiles para el movimiento obrero. Ciertamente, el gobierno
quisiera ilegalizarlas ¡pero lo hace justamente porque son útiles
para que los trabajadores consigan mejores condiciones laborales!
Sobre el boicot podemos decir otro tanto. Si participar en una
elección no implica que el país cambie, impedirla tampoco porque,
efectivamente, no es ahí donde de verdad se juega el poder. Se puede
boicotear una elección pero eso no significa que la burguesía deje
de gobernar y dirigir el país. Mucho menos si ese boicot es a nivel
local y aislado, como fue el caso del domingo 7 de junio. Impedir las
elecciones no le arrebata el poder a la burguesía, solamente le
quita una vía de legitimarlo. De hecho conservan el poder,
legitimándolo de otra manera, o sin legitimidad alguna, pero lo
conservan.
Cuando en cierta localidad o zona ya está en pié un auto
gobierno popular, el boicot es una necesidad imperiosa pues no se
puede permitir que mediante un proceso electoral se pretenda erigir
otro poder que compita con él. Cuando ya existe un gobierno popular,
como en el municipio de Cherán, en el Estado de Michoacán, el
boicot es totalmente necesario. Sin embargo, el error está en creer
que ahí donde todavía no existe ese gobierno del pueblo, éste será
generado mediante el boicot a las elecciones. El boicot no produce,
no es causa de un gobierno desde abajo. Más bien es un efecto, una
necesidad suya. El boicot puede ser exitoso y no necesariamente por
ello habrá un gobierno autónomo. Tratando de ser lo más precisos,
diremos que el boicot no es suficiente para arrebatarle el poder a la
burguesía y la partidocracia y crear un gobierno popular. Y tampoco
es necesario en todas las etapas. En el caso de los Municipios
Autónomos Zapatistas en boicot electoral ni siquiera se plantea
porque el poder popular es tan firme que el Estado burgués ni
siquiera se atreve a intentar realizar ahí las elecciones; en cambio
en Cherán, donde el poder popular aún lucha por consolidarse y el
Estado pretendió echar a andar la farsa electoral, lo cual
significaba desplazar al auto gobierno de la comunidad, el boicot era
una necesidad imperiosa. Una situación muy distinta es la que
tenemos en algunas zonas del Estado de Guerrero, donde los auto
gobiernos populares son incipientes, en este caso impedir las
elecciones no es, a nuestro juicio, lo prioritario y hasta puede ser
contra producente. En el intento de boicotear los comicios solamente
se provoca la respuesta represiva del Estado y la militarización de
la zona, tal como ha sucedido en Guerrero, Oaxaca y Chiapas; la
abrumadora presencia militar y policiaca puede ahogar en la cuna el
naciente poder del pueblo. En otras palabras, emprender el boicot
cuando apenas va naciendo el poder popular solamente es exponerlo a
una lucha para la que no está preparado, es ponerlo a la orilla del
precipicio de la derrota cuando apenas va desplegándose. Quizá más
que impedir las elecciones, lo prioritario sería seguir creando
organización desde abajo, trabajando bajo tierra como el viejo topo,
y dejar que arriba, a nivel del Estado, la burguesía y sus partidos
sigan adelante con su farsa. A final de cuentas, desde el año 2000,
los diversos procesos electorales no impidieron la formación de las
Policías Comunitarias en Guerrero. Por supuesto, éstas han tenido
grandes confrontaciones con los gobiernos emanados de esos procesos
electorales (la prisión de la Comandante Nestora Salgado es prueba
de ello) pero para formar la formación de las Policías Comunitarias
no pasó por el boicot a las elecciones, no era algo indispensable.
El boicot reducido a ciertas zonas del país tiene grandes
limitaciones pero aún si fuera exitoso a nivel nacional, no resuelve
el problema de fondo. Insistimos, impedir que los partidos de la
burguesía se legitimen por la vía de las elecciones no es lo mismo
que quitarles el poder. Pueden seguir gobernando, legitimándose por
otros medios o sin legitimidad alguna, al menos por cierto tiempo.
Quizá este sea el objetivo no explícito de quienes promueven el
boicot, desnudar al régimen, obligarlo a gobernar con la fuerza
bruta aún más de lo que ya lo hace. Si esto sucede, si el régimen
burgués mexicano se despojara de toda apariencia de legalidad, si se
instaurara una dictadura desembozada que prescindiera de toda “farsa”
electoral, que ni siquiera convocara a elecciones y sustentará en la
fuerza bruta, al movimiento popular no le quedaría otro camino que
combatir la fuerza del régimen burgués con una fuerza superior. La
pregunta es ¿estamos preparados para eso?
No existen fórmulas mágicas para el cambio social. Las
elecciones no son una pócima milagrosa y el boicot tampoco. Si la
izquierda electoral yerra al apostar todas sus fuerzas al proceso
electoral, la otra izquierda yerra al apostar todas sus fuerzas, o la
mayor parte de ellas, a boicotearlo.
A costa de un gran sacrificio, el pasado 7 de junio el boicot tuvo
éxito en varios puntos del Estado de Guerrero. ¿Cuál es el paisaje
después de la batalla? Que el dinosaurio sigue ahí.
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