Acusada por gobernador de Sonora, Gisela Villa narra su historia
Gisela
Peraza Villa cayó presa un día cualquiera, en forma inesperada. Por la
noche la encerraron primero en una recámara, luego en los calabozos de
la Policía Estatal Investigadora, después en un hotel de arraigo, y
finalmente la recluyeron en tres Centros de Readaptación Social
(Cereso). Fue sentenciada, pero el delito nunca fue comprobado.
Con su número de identificación 2542864, Gisela aprendió a sobrevivir.
Cuatro años en el internamiento forzado le enseñaron que debía ser
fuerte.
Ya no había nada más grave que le pudieran hacer: la encarcelaron y
sentenciaron sin pruebas, acusada de robar en la Casa de Gobierno del
estado de Sonora.
A sus entonces 26 años de edad supo lo que era la tortura. Experimentó
los métodos arcaicos que dejan sin aliento a las y los detenidos que por
decisión del acusador deben decir un sí o un no, y firmar un guión en
forma de declaración, preparado por el Ministerio Público, tan sólo para
no seguir recibiendo el castigo físico, pero asumiendo que en adelante
cargarán con la responsabilidad que desafortunadamente no siempre es
real.
Ser el “ama de llaves” de la familia del gobernador Guillermo Padrés
Elías la puso en el foco de la sospecha. De la duda pasó a culpable y
cargó con un delito que todavía no se sabe quién cometió.
“LA LEY DE LA SELVA”
“Vivir en una penitenciaría es regirse por la ‘ley de la selva’:
sobrevive el más fuerte. Si tienes dinero vives muy bien, si no,
batallas para ganarte un peso… dos pesos. La principal lección es no
prejuzgar. Aprendí que cada mujer que cruzaba la puerta de la cárcel
podría venir acusada injustamente como sucedió conmigo”.
Son palabras de Gisela Peraza Villa, quien en entrevista esboza una
sonrisa muy amplia que refleja la grandeza del aprecio de la libertad,
ese derecho humano que para muchas personas es más importante incluso
que la vida.
“Las mujeres se drogan ahí dentro, se vende comida, hay tienda, nos
empleamos en trabajos igual que afuera, dependiendo el Cereso, son las
actividades laborales. Si a las celadoras les caes bien, todo es
tranquilo, pero si no, te traen a carrilla. Te levantan a las cuatro de
la mañana, a limpiar por 15 días pisos, baños. En fin, si te portas mal
esos son los castigos.
“Portarse mal en un penal significa infringir el reglamento, así sea
mínimamente. Y es entonces cuando se recibe el castigo normativo, pero
también el castigo de esa pequeña sociedad que coexiste con la realidad
externa. ‘Directo al hoyo’ te vas si cometes una falta. Por cualquier
cosa te castigan y te mandan a esa celda en donde te aíslan y te pueden
tener hasta por tres meses”.
Lo que Gisela cuenta significa una sanción más implacable. Es una ley no
escrita, que se aplica a todas las internas, primero cuando llegan y
después si cometen alguna falta. Es el castigo dentro del castigo. Es
como enviarlas a lo más profundo del pozo en el que ya cayeron, con
motivos o sin ellos.
EMBLEMA DE LIBERTAD
Como prisionera, poco a poco Gisela Peraza se convirtió en un emblema,
dentro y fuera del penal. Adentro, era la mujer fuerte, decidida,
merecedora de gran respeto, que se sostuvo en su inocencia hasta el
final sin reparar en los castigos sufridos, y en los que pudieran venir
más adelante.
Pero era también la líder que defendía las causas justas dentro de la cárcel.
En cuatro años aprendió a no prejuzgar, pues es común que cuando llega
alguna interna nueva las demás empiecen a opinar, algunas veces
fustigándola, a lo que Gisela llamaba la atención: “Déjenla, no sabemos
si es verdad que es responsable de lo que la acusan. Aquí todas somos
iguales, al rato va a andar aquí con nosotras. Aquí todas somos
hermanas”.
La vida de Gisela en prisión se divide en tres. El tiempo en el penal de
Huatabampo, a 355 kilómetros al sur de Hermosillo, su ciudad de
residencia.
El periodo en San Luis Río Colorado, 628 kilómetros al noroeste de la
capital, cerca de Mexicali, Baja California. Y los días en el Cereso
femenil de Hermosillo.
De todos recuerda haber sido tratada muy bien por sus compañeras. En los
tres dejó amigas, cómplices que avisaban a su familia de cualquier
situación extraordinaria que ocurriera con ella. Como por ejemplo los
traslados inesperados, nocturnos, sin ningún aviso, sin notificación de
las razones.
Son momentos en los que su vida estaba totalmente en manos de quien
decidía moverla a otra cárcel. Sin que nadie atestiguara las condiciones
en que iba, sin que su familia conociera la acción, incomunicada y con
rumbo desconocido, por no haber explicación.
Pero también reconoce a las y los guardias que la cuidaron, la trataron
muy bien, y se encargaban de que no fuera víctima de provocaciones que
la metieran en algún problema que derivara en un castigo extra. “No
todos son malos”, recuerda.
Por ello no se detenía cuando en alguna ocasión alguien violentaba a
alguna compañera a quien defendía si lo consideraba injusto, al tiempo
que reportaba el hecho a la coordinación del penal.
REPUDIAR LA INJUSTICIA
En el cautiverio, Gisela Peraza se fortaleció moralmente porque nunca
dejó de tener información por parte de su familia de cómo su caso
empezaba a tener apoyo, sobre todo en el tercer y cuarto años.
A diferencia del momento de su detención y arraigo en que los medios de
comunicación corporativos eludieron publicar su caso, y sólo algunos
medios independientes lo dieron a conocer.
Cuando salía de prisión alguna compañera que había cumplido su condena
por robo, habiéndolo asumido, o se pagaba una fianza que daba la
libertad a otra, una y otra vez Gisela se preguntaba: “¿Por qué yo no
puedo salir?”.
La visita de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) al penal de
Huatabampo y la recomendación emitida por ese organismo al gobernador
Guillermo Padrés fueron decisivas para que Gisela se empoderara.
Al platicar con ella no parece una mujer que acaba de dejar atrás los
días de cárcel; no es para nada una persona disminuida. Al contrario,
más bien refleja ser una mujer fortalecida que hoy ve claramente que
existe la discriminación.
Critica la forma en que se trata por ejemplo a internas que padecen
enfermedades como la tuberculosis o el Sida. Le conmueve ver a las
internas de mayor edad que tienen algún tipo de discapacidad y no hay
forma de que salgan. “¿Para qué las tienen aquí?”, comenta que era una
de las preguntas que le rondaban la cabeza.
Por ello Gisela no descarta formar alguna asociación para apoyar a las
mujeres presas tomando como punto de partida, no lo que las personas que
viven afuera creen, sino lo que ella tiene bien claro que sucede
adentro.
Al vivirlo en carne propia aprendió que la comida no es buena ni
suficiente, que no hay medicamentos, y que si los familiares los llevan,
tienen que pasar un largo recorrido en el que va disminuyendo la
cantidad, pues por humanidad no pueden negarse a compartir con otra
compañera que lo requiera y se los pida.
“Ahí la que come es porque tiene mucha hambre y no tiene dinero para
comprar comida. Los caldos prácticamente son de agua y un poco de
verdura y hueso. Comprar huevo, impensable”, recuerda mientras agradece a
su familia porque ella siempre contó con alimento suficiente.
Su primera noche en casa fue reparadora; no obstante despertó de súbito a
la hora del pase de lista esperando el grito programado ya en su
cerebro: “¡Gisela Peraza Villa!”.
A Gisela le deben cuatro años de su vida y muchas cosas más, pero ahora
sus ojos se llenan de esperanza, al tiempo que responde automáticamente y
casi en un grito cuando preguntamos “¿volverías a trabajar en la Casa
de Gobierno?”. A lo que responde sin perder la sonrisa: “¡N’ombre! No
quiero saber nada de esa casa”.
El Juzgado Octavo de Distrito concedió el pasado 8 de junio el auto de
formal libertad a Gisela Peraza Villa, encarcelada bajo el señalamiento
de robo de una maleta llena de dinero y joyas de la Casa de Gobierno de
Sonora.
Gisela Peraza Villa | Foto: Silvia Núñez Esquer, corresponsal
Por: Silvia Núñez Esquer, corresponsal
Cimacnoticias | Hermosillo, Son.-
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