La
gran pregunta que debemos hacemos millones de mexicanos, es cómo quitar
el control de las instituciones a la derecha, porque así como vamos lo
único que habremos de conseguir es entregar el país a los grandes
intereses trasnacionales, convertir el territorio nacional en un
basurero tóxico de Estados Unidos y asegurar condiciones de esclavitud
a la población mayoritaria en edad de trabajar. Es un hecho que al paso
de los años refuerza su hegemonía, con el apoyo de Washington, de los
poderes fácticos, de la “izquierda” a su servicio y de la incultura
política de la masa de ciudadanos de a pie. También lo es,
desgraciadamente, que la vía electoral no es el camino, porque está
plenamente bajo el control del sistema.
La única posibilidad es
cambiar radicalmente la correlación de fuerzas del Estado, y el mejor
modo de lograrlo es mediante la organización de la sociedad mayoritaria
bajo liderazgos democráticos con autoridad moral. Es el camino más
difícil, pero no hay otro para evitar la violencia, recurso que la
derecha tiene a la mano para frenar los avances que pudieran
presentarse, aprovechando la descomposición del régimen, su inagotable
proclividad a la corrupción, su divorcio irreparable del pueblo. Los
pasados comicios dejaron muy claro que el bipartidismo al estilo
estadounidense tiene bases sólidas, pero también que la población
identifica y castiga a la falsa izquierda.
El Partido Verde cumplió muy
bien su cometido de hacer creer que el PAN es un partido de
“oposición”, además de distraer a la ciudadanía bajo el supuesto de que
es una organización que defiende la ecología. El hecho concreto es que
el blanquiazul mantiene su voto corporativo, en riesgo de reducirse de
no haber sido por el papel que jugó el partido del “niño verde”, a fin
de posicionar al PAN como un instituto de oposición al régimen priísta.
Por eso Gustavo Madero no tiene empacho en afirmar que para el 2018,
“su misión fundamental” será articular a la mayoría opositora “de los
que no queremos al PRI”.
La realidad es muy diferente,
pues ambos partidos mantienen un firme amasiato, que quisieran
conservar eternamente como así sucede en Estados Unidos con dos
partidos dizque rivales, cuando no son más que primos hermanos que
tienen un mismo origen y defienden intereses afines, como lo patentiza
el hecho de que las políticas públicas de la Casa Blanca difieren sólo
en la forma, nunca en el fondo. Así es el modelo que la plutocracia que
detenta el poder real en la nación vecina, quisiera se implementara en
el sistema político mexicano.
La “izquierda” mexicana, con
el PRD a la cabeza, se presta perfectamente a este juego sucio de la
oligarquía. De ahí que no tenga empacho en aplaudir la creación de
“partidos” como Movimiento Ciudadano, el Partido del Trabajo y otros
que surjan con el objetivo de dividir al pueblo, confundirlo y prestar
así un invaluable servicio al bipartidismo que mantiene el control del
sistema político, bajo sus reglas y componendas canallescas. Ahora el
binomio pretende implantar una nueva maniobra: las candidaturas
“independientes”, cuando así convenga a sus intereses. ¿Acaso alguien
con un poco de inteligencia, podría asegurar que Jaime Rodríguez
Calderón, alias “El Bronco”, no tiene nexos con la oligarquía de Nuevo
León?
Como las alianzas con la
“izquierda” ya no tendrán futuro, tanto por el descrédito de los
partidos como por la desconfianza de la gente al binomio PRI-PAN, se
dará impulso a las candidaturas “independientes”, método que tampoco
tendrá posibilidades de larga vida porque muy pronto se evidenciaría su
dependencia plena a intereses creados de origen oligárquico. De ahí el
rol histórico que jugará el Movimiento Regeneración Nacional (Morena),
como la única organización con autoridad moral y capacidad para
enfrentar al binomio reaccionario.
No hay otro camino que la
organización de las masas de trabajadores de la ciudad y del campo, con
reglas que obedezcan al interés supremo de restarle poder a la derecha,
a pesar de todos sus recursos. Sí se puede, porque son mayoría las
clases sociales que no tienen nada que perder en una lucha social en la
que esté en juego no sólo el futuro de la nación, sino el de nuestros
hijos y nietos, quienes podrían acabar como esclavos de seguir bajo las
reglas que nos impone la oligarquía, a su vez socia minoritaria de los
grandes intereses trasnacionales.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario