Pedro Miguel
El
mapa político mexicano fue reconfigurado por las elecciones del
domingo. El primer dato significativo a consignar es que las
formaciones del régimen (bien delimitadas por su afiliación al Pacto
por México, es decir, PRI, PRD, PAN, Verde y Panal) pasan de la era de
los partidos (antecedida, a su vez, por el tiempo de los partidazos) a
la época de los partiditos: ni el tricolor logra el respaldo
de un tercio del electorado y sólo éste y Acción Nacional consiguen
obtener una quinta parte de los sufragios. La alianza PRI-PVEM se
desinfló de 43.65 por ciento de los votos en 2009 (la más reciente
elección comparable) a 36.14 este año y, por separado, el partido de
Peña Nieto logró apenas 29.06 por ciento del total, algo apenas por
encima del peor desempeño de su historia en elecciones legislativas,
que fue el 28.21 por ciento que obtuvo en 2006, cuando quedó en tercer
lugar.
No deja de ser impresionante el que, con toda su maquinaria
corporativa y clientelar, y con todo y el reparto de 10 millones de
televisores digitales entre la población de escasos recursos, la
facción dominante del régimen haya perdido más de 2 millones de votos y
que, según las cifras oficiales, hoy esté parado sobre el respaldo de
menos de 14 por ciento del electorado: 10 millones 554 mil votos (si se
toma en cuenta que la abstención fue de 47 por ciento), cifra apenas
superior al número de receptores de televisión que repartió con
inocultables propósitos electoreros.
De los otras facciones del régimen, al PAN le fue moderadamente mal,
el Verde y el Panal se estancaron y el PRD enfrentó un voto de castigo
que disolvió su hegemonía en el Distrito Federal, lo dejó sin Guerrero
y le redujo a la mitad su bancada legislativa. Los estrategas chuchos, qué
duda cabe, calcularon mal el costo de la factura que tendrían que pagar
por su sometimiento a Peña y sus reformas neoliberales. Ahora la
dirigencia del Sol Azteca tiene ante sí el problema de encabezar un
aparato clientelar vacío de contenido (su discurso de izquierda es
equivalente al discurso ambientalista del Verde), sin más propósito que
preservar prebendas y posiciones, y que deberá seguir funcionando con
un presupuesto público drásticamente reducido.
En contraste, el Movimiento Regeneración Nacional vivió una jornada
de triunfos. Los obtuvo sin alianzas y sin dinero, sin respaldos
ilegítimos desde oficinas públicas, sin experiencia previa en
elecciones (aunque en Morena se conjuntaran muchas experiencias
individuales) y a menos de un año de haber obtenido el registro; con
guerras sucias del PRI y del PRD encima; con encuestas amañadas para
minimizarlo; con una campaña anulista y de desaliento claramente
dirigida en su contra; con operaciones de compra de voto puestas en
marcha por esos dos partidos; con golpeadores, mafiosos y provocadores
merodeando en sus actos públicos.
En esas circunstancias Morena tiene al menos cinco delegaciones
capitalinas ganadas, será la mayor bancada en la ALDF y la cuarta
fuerza política en el escenario nacional y en la Cámara de Diputados.
Tendría mucho más, de seguro, si el régimen no hubiera impulsado la
abstención atizando en forma deliberada los conflictos sociales más
candentes y conduciéndolos a escenarios de violencia represiva con el
propósito de disuadir a la ciudadanía de salir a votar. Aun así, la
victoria de Morena resulta sorprendente. Para ponerla en perspectiva,
baste con mencionar que ni Podemos, en España, ni Syriza, en Grecia,
lograron semejante posicionamiento en las primeras elecciones a las que
concurrieron.
Morena
capitalizó el voto de castigo a las facciones del Pacto por México,
propuso a los descontentos sociales un cauce institucional y su
propuesta fue parcialmente escuchada. Ello fue posible gracias al
tesón, la entrega y la imaginación de dirigentes y candidatos pero,
sobre todo, al trabajo incansable de miles y miles de ciudadanos que en
todo el territorio nacional, y con el viento en contra, visitaron
hogares, organizaron reuniones informativas, distribuyeron materiales
de estudio y propaganda, se trenzaron en discusiones inacabables con
toda clase de gente, se capacitaron en leyes y prácticas electorales,
vigilaron las urnas, documentaron y denunciaron una montaña de delitos
electorales, participaron en arduos recuentos, en ocasiones rodeados de
gente hostil y corrupta. Se demostró, así, que es posible abrir la
puerta para incidir en el rumbo del país a pesar de los comicios
amañados, de la inoperancia y la parcialidad de las instituciones
electorales y de la ofensiva gubernamental en contra de los sectores
populares.
El desafío que el nuevo partido tiene por delante es enorme: debe,
en primer lugar refrendar y consolidar su compromiso con los
movimientos sociales –redoblando, para empezar, la vinculación con las
causas de los derechos humanos y sociales y por el cese a la represión,
y con las resistencias a los megaproyectos–; sin ese compromiso
permanente, Morena muy pronto acabaría convertida en un PRD bis. Tiene
que fiscalizar el comportamiento probo y recto de sus propios
candidatos y cuadros convertidos en representantes populares y
funcionarios; debe, asimismo, pugnar hasta el límite de sus
posibilidades por le cumplimiento de su Plataforma Electoral 2015 –que
busca revertir las reformas del peñato– y está obligado a actualizar un
proyecto de nación que sigue siendo la propuesta más integradora e
integral pero que fue redactada antes del brusco deterioro de la
situación nacional generado por la imposición de las reformas
antinacionales, antilaborales y antipopulares.
Por el trabajo realizado y por el que se viene, Morena debería darse una pequeña y fugaz tregua y permitirse un festejo.
Twitter: @Navegaciones
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