Se ha hablado en mucho
espacios y desde diversos sectores de la necesidad de una Asamblea
Nacional Constituyente en Colombia, entre estos, en espacios de mujeres y
en grupos que trabajan el género y la sexualidad. El propósito será
esbozar algunos elementos para el debate, a la vez que alertar sobre los
peligros y limitaciones de una Asamblea Nacional Constituyente (ANC)
que no se potencie, impulse y aborde desde una perspectiva feminista.
Algo de tinta se ha regado ya denunciando y visibilizando las
consecuencias diferenciales que acarrea el conflicto armado para las
mujeres y las disidencias sexuales y de género. En una compleja relación
se da una intersección entre las Violencias Heteropatriarcales y la
Violencia propia de la Guerra: mujer como botín de guerra, empalamientos
a lesbianas para que dejen de serlo, “espectáculos” de boxeo con
hombres homosexuales, amenazas a grupos de transgeneristas, y un largo
etc. Sin olvidar la justificación que directa o indirectamente hay a
estas violencias desde prácticas y discursos muy cercanos: la
homosexualidad como enfermedad según la facultad de medicina de la
Universidad de La Sabana; la negativa a los niños y niñas a tener una
familia por la tozudez del gobierno para reconocer como completamente
“Idóneas” a las familias homoparentales, niños cuyo abandono obedece en
muchos casos a las consecuencias nefastas de la guerra; o la negativa al
aborto, que no es otra cosa que el derecho de las mujeres a decidir
sobre su propio cuerpo.
Por otra parte, junto al respaldo popular
que ha tenido la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente
demostrado tanto en la marcha del 9 de abril como en el desarrollo de
las Constituyentes por la Paz con Justicia Social a lo largo y ancho del
país, se han presentado claros y contundentes argumentos para su
convocatoria. Será el mecanismo más idóneo política y jurídicamente para
refrendar los acuerdos de los Diálogos de La Habana, así como para
resolver los puntos en los cuales no se ha llegado a acuerdo; suplirá la
enorme falencia que han tenido los Diálogos en términos de
participación protagónica del pueblo en la construcción de paz; será el
punto de confluencia de los diálogos con el ELN y, posiblemente, con el
EPL; será el salvavidas a la crisis ética, económica, política, social e
institucional tras los cíclicos escándalos de corrupción en el país, el
último de los cuales ha sido el de la “Justicia”; fundamentará
nuevamente a Colombia sobre bases sólidas tras una Constitución del 91
que quedó obsoleta después de más de treinta reformas y haberle abierto
las puertas a la noche neoliberal en que nos encontramos. Como este no
es el espacio para profundizar en los argumentos que sostienen la
necesidad de la Constituyente, baste decir que una condición ineludible
para su desarrollo será la participación de los históricamente excluidos
en la construcción del Estado en Colombia, esto es, los sectores
populares.
Sin embargo, y a pesar del desarrollo de la
Subcomisión de Género de los Diálogos cuya trascendencia es innegable;
los nuevos informes y proyectos del Centro Nacional de Memoria Histórica
sobre violencias de género en las víctimas del conflicto armado después
de la omisión de un enfoque integral de género en anteriores informes;
las centenas y centenas de madres e hijas que siguen llorando a padres y
esposos ante la obstinación del gobierno colombiano de decretar un Cese
al Fuego Bilateral; o las decenas de mujeres y población diversa
víctimas de diferentes formas de violencia sexual que han quedado en la
total impunidad en campos y ciudades; poco se ha dicho sobre la posible
participación, propuestas y proyecciones que puedan tener las
feminidades y nuevas masculinidades en una ANC; o, en otras palabras,
sobre la necesidad de una perspectiva feminista en la Constituyente.
La ANC: una oportunidad histórica para des-patriarcalizar el Estado colombiano
Nuestra postura en la Constituyente va más allá de igual número de
escaños para “hombres” y “mujeres”. A lo que nos enfrentamos es a una
posibilidad histórica de (re)construir una de las bases que con mayor
firmeza ha reproducido y propagado el patriarcado: el Estado. El Estado
liberal es masculino, sus leyes legitiman la visión de los hombres sobre
las mujeres, que no es otra que la de una jerarquía con base en el
sexo. Nadie sino las y los feministas defenderemos posturas como la
remuneración del trabajo doméstico y reproductivo, el derecho de las
mujeres a tomar decisiones sobre su propio cuerpo, el desarrollo de
políticas que pongan fin a la violencia heteropatriarcal a través del
sistema de salud, la escuela o la iglesia, el fin del militarismo, o la
posibilidad de nuevas formas de asumir los cuerpos, las sexualidades y
las familias, por poner solo unos pocos ejemplos.
A lo que nos
avocamos es a la tarea de construir un entramado constitucional que
reconozca la desigualdad existente por razón de sexo, es decir, que
reconozca unos sistemas de opresión socialmente establecidos. La actual
carta constitucional presume la igualdad, por eso es masculina: no busca
transformar nada, su aplicación legal no requiere de cambios reales en
la vida social. Por eso también es obsoleta.
Muchas personas, y
la actual constitución, desconocen la existencia de un sistema basado en
la explotación de una(s) clase(s) sobre otra(s), y así mismo desconocen
la existencia de un sistema basado en la subordinación de las
feminidades y la heterosexualidad obligatoria. Las y los feministas
tenemos la tarea de comprender y hacer comprender la compleja relación
entre ambos sistemas y su relación con otros sistemas de dominación con
miras a elaborar una propuesta programática que tendremos que debatir y
defender en la ANC. ¿Por qué no una y más pre-constituyentes feministas?
No quiere decir todo esto que en la Constituyente solucionaremos todos
nuestros problemas, que como vemos no son pocos, o que tengamos un
fetichismo constitucional; de lo que se trata es de apuntalar en la paz
con justicia social, y por tanto en el momento histórico en que nos
encontramos, nuestras más sentidas reivindicaciones como mujeres,
feministas, y disidentes sexuales y de género. Como lo dijera una
valerosa insurgente desde La Habana, a propósito de la Subcomisión de
Género, “esto es solo el comienzo”. No todo será contra el Estado
liberal, la opresión por sexo e identidad de género a la que queremos
dar fin se ha desarrollado con y sin la legitimidad del Estado, en
contextos íntimos, cotidianos y domésticos. Lo que sigue son años y años
de luchas y movilizaciones, luchas que tendremos que dar, -y como
feministas bien lo sabemos- también desde nuestros cuerpos. Se trata de
no perder la oportunidad de ir desmantelando este Estado y construir uno
nuevo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario