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Freud, en el más
profundo de sus libros, propone que la cultura surge de la represión de
los instintos, que esa represión produce un malestar insoluble en las
sociedades y que la historia se desarrolla en la modalidad de un
antagonismo incesante entre los dos elementos constitutivos de la
condición humana: la pulsión de muerte y el Eros. Entregado a un
pesimismo que era el de los mejores sujetos de su tiempo (el ensayo es
de 1930, sólo tres años antes de la llegada de Hitler a la Cancillería
del Reich), termina por confesar el casi imposible triunfo de Eros sobre
su enemigo: la pulsión de muerte. La que se establece entre Eros y
pulsión de muerte no es una simple relación binaria. Los dos elementos
están internamente sobredeterminados. Sin embargo, como tantos otros
grandes pensadores, la propuesta es la de la lucha entre el Bien y el
Mal. Eros es el Bien. Eros es el amor, la vida, la valoración de los
otros. Eros es la lucha contra el sufrimiento y contra la violencia que
lo provoca.
Entre los hombres y las mujeres que habitan este
cascote que gira alrededor del sol son muchas las relaciones que se
establecen dentro del campo del Eros. Eros es la fuerza del amor. El
erotismo es el lazo que une a dos sujetos libres, a dos cuerpos
sexuados, y hace de ellos una pareja, es decir: una dualidad que forma
una unidad en la diferencia. El habitual concepto de pareja expresa eso y
algo más: una pareja es la relación de dos seres parejos. El amor es
una paridad consentida entre dos sujetos dispares. La pareja, sin
embargo, es una ardua construcción. Los seres humanos no son parejos. Y
menos los hombres y las mujeres. Pero el Eros impulsa un contrato
formidable. El contrato del amor. Yo me entrego al Otro porque lo/la
amo. Pero, ¿puedo entregarme por completo al Otro sin perder mi centro,
mi identidad? La relación de amor requiere –para ser libre– que los dos
sujetos de la paridad se entreguen al Otro sin dejar de ser ellos. Te
amo, pero no me pierdo, no me anulo en vos. Te amo, y lo mejor que puede
pasarte es que te ame desde mi libertad. Te amo, con mi cuerpo y con
todo mi espíritu, que son uno en la pasión. Te amo y ese amor se expresa
totalmente en el sexo, cuando el cuerpo vehiculiza toda mi riqueza y me
entrego buscando perderme, llegar al éxtasis culminante y hasta perder
mi principio individuationis, no ser yo, no tener centro, estallar en
ese punto exquisito en que el placer, la muerte y la locura me llevan
más allá de mí. Luego habré de retornar. Y te seguiré amando, pero sin
perderme en vos.
La relación de pareja raramente es pareja.
Siempre uno de los dos ama más al Otro de lo que éste la/lo ama. En el
amor, el que menos ama es el que más domina. Hay uno/una que ama hasta
perderse en el ser del Otro, del, precisamente, ser amado. El ser amado,
el que recibe el amor del que se entrega más, manipula y domina. Ese
polo de la pareja, el que se entrega menos, el que mira la relación
desde otro lado, es el que la des–equilibra. La pareja sigue, pero se
establece una relación de poder. Sobre todo si el que más ama acepta su
subordinación, el dominio del Otro, que no necesita dejar de amar para
imponer su dominio. Con amar menos le alcanza. La violencia de género
surge cuando el hombre advierte que no logra imponer su dominio. Si no
logra dominar porque la mujer que lo ama no lo ama totalmente, no se
pierde en él, no se anula amándolo, construye un mundo propio, una
subjetividad libre, impenetrable a sus preguntas, a sus pesquizas,
buscará dominar golpeando.
Aun al costo de repetirnos busquemos
precisar estas cuestiones. Bastará recordar que lo que se repite se
piensa dos veces. El amor es la libre y apasionada enajenación de la
libertad. Es libre porque es el compromiso que establezco con otra
conciencia desde una situación sustantiva, lúcida, que nace desde mí y
expresa mi autenticidad. Es apasionada porque no es un acto de la razón,
o, al menos, no sólo de la razón, sino que exige el compromiso de las
pasiones, y el compromiso del cuerpo, que las vehiculiza, expresándolas.
En el amor mi libertad se enajena, porque toda relación de amor con
otro ser implica una limitación de mi libertad absoluta. No obstante, es
desde esa libertad absoluta que he decidido limitar mi conciencia
entregándome a otro ser, que también se me entrega, y con el que
establezco un juramento, el de amarnos, que nos limita a los dos, pero
es también nuestra superación, nuestro ir más allá de nuestra condición
solipcista, de nuestra soledad. Amar no es caer, no es enceguecer, no es
entregarse a la irracionalidad. Se ama con todo lo que somos. Nuestro
amor se construye, se arma, se trabaja con la pasión, la inteligencia,
la paciencia y el laborioso, arduo, y deslumbrante conocimiento de la
persona amada. Lejos de cegar, el amor es una fuerza de conocimiento. A
nadie conoceré mejor que a la persona que amo, y a través de ese amor
descubriré acaso las mejores cosas que ignoraba de mí. Y digo mejores
porque somos mejores cuando amamos.
El amor es un pacto de dos
libertades. Muchos le temen a esto. Creen que el pacto que implica el
amor les hará perder la libertad. Pero la libertad está para usarla.
Somos libres para, desde nuestra libertad, comprometernos, entregarnos.
La más alta forma del compromiso y de la entrega es el amor, donde mi
libertad se realiza y se enriquece con la libertad de la conciencia que
se me entrega, libremente, para ser más plena junto a mí. No somos uno.
Somos y seremos dos. Nuestro pacto está alimentado por la cotidiana
renovación del juramento. Nadie se condena a amar ni a ser amado para
siempre. Nuestra libertad pone a prueba y fortalece nuestro juramento.
Así, el amor es un trabajo cotidiano. Sé que el ser que me ama dejará de
hacerlo si dejo de ser el ser de quien se enamoró. Esto no significa
que ya no habré de cambiar, sino que hay un pacto esencial que deberá
permanecer a través de todos los cambios y aun las sorpresas de la
existencia. Cada día seré otro, porque eso me permitirá sorprender,
enriquecer al ser amado. Pero, a la vez, cada día seré el mismo porque
no habré de traicionar el juramento primero. Hablamos, desde el primer
día, un lenguaje que nos expresa a los dos. Ese lenguaje se habla con
las palabras, con el cuerpo, con las ideas. Tiene la modalidad de la
pasión, de la ternura y hasta de la agresividad. Es único y existe
porque lo he creado junto al ser que amo. No es un lenguaje
cristalizado, sino un lenguaje que incorpora –cada día– palabras nuevas.
Cuando ya no existan las palabras nuevas, cuando el juramento esencial
se realice por medio de las viejas palabras, infinitamente repetidas, el
juramento será una áspera cosa y no una vivencia lúdica y palpitante.
Ahí, el amor habrá muerto. Y cada uno se recluirá en la libertad triste,
inútil, estéril, de los solitarios. El trabajo del amor, del amor
entendido como creación constante, es sofocar esa posibilidad, impedirla
por medio de la razón, de la pasión, de la inteligencia y la libertad.
Que
nadie confunda agresividad con violencia. Los amantes pueden agredirse
como se agreden los animales al entregarse al acto de la procreación.
Los animales no aman. El amor es el acto espiritual más hondo al que
pueda acceder el sujeto humano. Los animales sufren como nosotros (de
aquí que la violencia contra ellos sea también parte del Mal), pero
carecen de la dimensión espiritual del sujeto humano. Esta dimensión
espiritual no hace superiores a los seres que llamamos humanos, pues es
por ella que amamos y es también por ella que sometemos a los otros al
sufrimiento, a la tortura. Los animales no torturan. Que nadie llame
“bestia” a un torturador. Repetimos esta propuesta: las “bestias” no
torturan. Torturar es parte de la condición humana. Así, también lo es
la violencia de género. La violencia machista. El machista se aterroriza
ante la libertad del Otro, de ese Otro incognoscible, para él, que es
la mujer. Hay un título de una vieja película: el hombre que entendía a
las mujeres. Al ser postulada como un sujeto secreto, ajeno a las
posibilidades del conocimiento, la mujer se le vuelve sospechosa al
hombre que castiga. ¿Quién es ella? ¿En qué recóndito, clandestino
lugar, se le escamotea? Aquí nacen los celos. Los celos se basan en la
incapacidad de dominar completamente a la mujer, en la imposibilidad de
saber de ella todo lo que ella sabe. Si no nos engaña ahora, sin duda
nos ha engañado antes. ¿O acaso conocemos su pasado? Sólo lo que ella
nos ha dicho. ¿Qué aventura pasajera, que acto gratuito nos oculta?
Cierta vez, una amiga me dijo: “Las mujeres no tenemos pasado, tenemos
prontuario”.
El agresor machista siempre se escuda en una frase
que traslada la responsabilidad a la víctima: “Ellas son las que
provocan”. Aquí habrá que reflexionar sobre la relación
moda-mujeres-violencia de género. Los capitostes de la moda –los que
dictan las leyes de cada temporada, ya que cada temporada la moda cambia
para que el consumo aumente– deberán responder por qué durante, al
menos, los últimos treinta años, el arte de la moda se convirtió en el
arte de desnudar a las mujeres. Los “desfiles de modas” sugieren e
imponen ya las transparencias, cuando no el desnudo. Fabulosas mujeres
desfilan por una pasarela imposible de abordar y hasta dolorosa de
contemplar. Ver la imposibilidad genera ira. Es la codicia irresponsable
de un capitalismo también irresponsable de las consecuencias que
provoca. Esto habrá que verlo mejor. También la relación entre el cine,
la televisión y la violencia machista. Rita Hayworth se hizo célebre
cuando Glenn Ford le dio una enorme cachetada que sacudió su cabellera
pelirroja en Gilda. Richard Widmark se ganó el estrellato en su debut
por tirar a una mujer paralítica por una larga, interminable escalera de
un edificio de los años cuarenta.
Por ahora bastará con insistir
en esto: el castigador machista busca eliminar la libertad de la mujer.
Pero las mujeres, las lúcidas y corajudas mujeres que lo hacen, buscan
ser cada vez más libres.
Posdata: En la plaza se
levantó una pancarta que decía: “No quiero ser la mujer de tu vida. Ya
soy la mujer de la mía”. Aunque no quieras ser la mujer de mi vida,
igual lo serás. Porque no es una decisión tuya, es mía. Con mi amor, con
mi deseo, con mi libertad, te elegí como la mujer de mi vida. Si querés
ser sólo la de la tuya, todo bien, pero cuidado: la libertad absoluta
es la soledad, el encierro en uno mismo. Podés ser la mujer de mi vida
aunque no me ames. Sugerencia: Bajen, compañeras, esa pancarta. Es
machista. Ningún macho busca una mujer de su vida. El mundo machista es
un mundo de hombres.
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