Una educación
sentimental. Cuando el joven de 16 años Ari (Atli Oskar Fjalarsson),
quien vive con su madre y su padrastro, se ve obligado a abandonar
Reikiavik, y con ello sus estudios y la iglesia donde participa en un
coro para regresar a su pueblo natal, en el norte de Islandia, luego de
seis años de ausencia, y reanudar ahí la convivencia con su padre
Gunnar, ahora casi un extraño, el rencuentro es desconcertante, casi
abrumador.
Despegando a la vida, segundo largometraje del
islandés Rúnar Rúnarsson, ambienta su relato en un clima social de
hostilidad latente, donde la iniciación sexual está fuertemente ligada a
la fanfarronería machista, y donde el joven educado en la urbe, dueño
de una intensa sensibilidad artística, se sentirá paulatinamente
rechazado. Son pocos los adolescentes en esa provincia alejada con
quienes podrá identificarse, donde ya sólo su abuela paterna y la joven
María, una compañera sentimental de infancia, le reservan un afecto
incondicional.
La relación más difícil y problemática la tiene Ari, sin embargo, con
su propio padre, un ser alcohólico, anímicamente inmaduro y sin trabajo
fijo, cuyo único patrimonio y orgullo parece ser el culto a su propia
virilidad y a la ajena. En este contexto, para Gunnar, el hijo recién
llegado puede resultar, a mediano plazo, gran decepción; para Ari, el
padre es ya, en lo inmediato, la imagen de un fracaso.
El también director de Volcano (2011), una primera
cinta centrada en el tema de la jubilación laboral y la forma dramática
en que la vive un hombre hosco apartado de su familia, vuelve a analizar
en un relato intimista, esta vez desde una perspectiva adolescente, la
misma noción de un padre ausente, también los saldos de la
incomunicación afectiva y el difícil tránsito de la indignación y el
recelo juvenil al reconocimiento de la fragilidad emocional que un hijo
puede compartir con su padre.
Un típico relato de iniciación moral, como especifica el título en español que remplaza al original Gorriones.
Pero la cinta es algo más que eso: se trata de la crónica muy sobria,
de lirismo melancólico, de una abandonada región nórdica, con sus
prejuicios, borracheras y animosidades, donde en medio de las rudezas de
las costumbres locales puede surgir, como una revelación, el raro
fenómeno de una sensibilidad artística. Concha de Oro en el pasado
Festival Internacional de Cine de San Sebastián.
Cineteca Nacional, en la sala 3, a las 12 y 17:30 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil
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