Por: Cecilia Lavalle*
Dicen que hay mujeres que se adelantan a su tiempo. Yo no lo veo así.
Creo que son mujeres que toman al toro por los cuernos y abren camino. Y
por eso van a la vanguardia. Una de esas mujeres fue Flora Tristán
Laisney.
No fue una mujer excepcional en el sentido en que nos hacen creer. Es
decir, se sabe tan poco de tan pocas que pareciera que mujeres como
Flora venían con un chip tipo diamante en el corazón o el cerebro, y por
eso hacen lo que hacen.
En esa lógica, la mayoría de las mujeres, ¡oh simples mortales!, no
tenemos ese chip que viene “excepcionalmente” en una que otra en cada
tramo de la historia.
Si hace siglos las mujeres hubiésemos podido escribir y contar las
historias, sabríamos de muchísimas mujeres insumisas, valientes, sabias,
tenaces; porque las hay en todas las épocas y en todos los lugares. Por
eso ahora hay que rescatarlas para la memoria y, también, reconocer a
las que viven en nuestro tiempo y valorar nuestros propios aportes.
Flora nació en Burdeos, Francia, el 7 de abril de 1803. Fue hija de una
mujer francesa y un hombre peruano, y vivió en tiempos del Código
Napoleónico; es decir, en una época en que legalmente las mujeres no
eran dueñas de nada y debían obediencia al marido.
No podían donar, vender, hipotecar sus bienes sin la autorización del
marido. No tenían potestad sobre sus hijas o hijos. No podían abandonar a
un marido violento, ni acudir a un juicio sin su compañía, entre otras
cadenas legalmente impuestas.
Nació entre sábanas de seda, y vivió su adolescencia y juventud entre la
pobreza a la muerte de su padre. Así que a los 17 años se vio obligada a
casarse con su empleador André Chazal, hombre violento con quien
procreó dos hijos y una hija. Precisamente embarazada de esta última,
huyó de su marido, quien la persiguió 13 años.
En su huida, Flora viajó lo mismo a Inglaterra que a Perú, que de nuevo a
Francia, y el derecho a la custodia de sus hijos y el divorcio se
convirtieron en una prioridad (escribió dos libros al respecto).
“Al separarme de mi marido renuncié a su nombre y volví a tomar el de mi
padre. Bien acogida en todas partes como viuda o como soltera, siempre
era rechazada cuando la verdad llegaba a ser descubierta... una sociedad
que soporta el peso de las cadenas que se ha forjado no perdona a
ninguno de sus miembros que trate de librarse de ellas”
(“Peregrinaciones de una paria”).
Su pasaje de libertad fue el balazo que su marido le disparó en medio de
la calle. Chazal fue detenido y sentenciado a 20 años de trabajos
forzados. Para entonces, su hijo mayor había muerto. Todas estas
experiencias forjan en ella una clara conciencia por los derechos de las
mujeres, en particular de las mujeres obreras, de las cuales se
convierte en declarada defensora.
En su destacado libro, “Unión obrera”, escrito cuatro años antes del
Manifiesto Comunista de Marx y Engels, escribe: “Todas las desgracias
del mundo provienen del olvido y el desprecio que hasta hoy se ha hecho
de los derechos naturales e imprescriptibles del ser mujer”.
Flora escribía “La emancipación de la mujer” cuando murió de tifus a los 41 años de edad.
Mujeres como Flora nos muestran que un mundo mejor es posible, sólo hay
que hacer lo posible y, a menudo, lo que se cree imposible. En el
aniversario de su natalicio digo: ¡Gracias Flora!
Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com.
*Periodista de Quintana Roo, feminista e integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género.
Cimacnoticias | Quintana Roo.-
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