Adelfo Regino Montes*
Gran devastación y profundo dolor es la trágica consecuencia
que han dejado el terremoto y las intensas lluvias de los últimos días,
en la vida de los pueblos indígenas del sureste mexicano. Aunque el
epicentro del terremoto ha sido en Pijijiapan, Chiapas, sus efectos más
destructivos se han dejado sentir en el Istmo de Tehuantepec y la Sierra
Mixe de Oaxaca, regiones donde habitan los pueblos zapoteco, huave,
zoque, chontal y mixe.
Juchitán, municipio zapoteco emblemático por su historia de
resistencia, y las demás municipalidades del Istmo de Tehuantepec hoy
lloran a sus muertos ante los ojos de México y el mundo. Aquí la
naturaleza se ha mostrado con todas sus fuerzas y energías, dejando una
secuela de destrucción que ha hecho evidente nuestra gran fragilidad
como seres humanos. Al mismo tiempo, de los escombros se han levantado
miles de hombres y mujeres, con la firme voluntad de reconstruir sus
vidas y volver a dar aliento a sus colectividades.
En los pueblos indígenas de las montañas de Oaxaca, tiembla y llueve
sobre mojado. Estos pueblos, acostumbrados a la adversidad, no sólo han
tenido que soportar el terrible embate del terremoto y las intensas
lluvias derivadas de los huracanes que azotan el Golfo de México y las
islas del Caribe, sino que están en el completo olvido y abandono por
parte del gobierno y la sociedad. Aunado a las calamidades de la
naturaleza, parece ser que su destino irremediable es la
invisibilización, la indiferencia y la marginación.
Si en el pasado inmediato, las comunidades indígenas de la serranía
oaxaqueña han tenido que soportar la destrucción de sus cultivos, como
el maíz por el exceso de las lluvias y el café por la plaga de la roya,
hoy tienen que sacar sus machetes, palas y picos para levantar los
escombros de sus humildes casas caídas, reconstruir sus instalaciones
comunitarias, quitar los derrumbes en los caminos y dotar de los
servicios básicos a sus familias. El tequio, institución ancestral,
vuelve a ser la ruta de salvación y de reconstrucción, después de
ocurrida la desgracia.
Los
xeemaapyëj, hombres sabios de estas tierras, saben que los seres humanos hemos roto la armonía con la naturaleza, nuestra madre tierra y el cosmos. Por eso todo ha llegado a su límite. Los terremotos y los huracanes, son un grito de la naturaleza para que pongamos un alto a la destrucción y devastación que hemos hecho los seres humanos en nombre de un supuesto
desarrollo.
Los antepasados sabían muy bien de esta gran fuerza de la
naturaleza. Por eso en la cosmovisión indígena uno de los principios y
valores más elementales ha sido el respeto a la madre tierra, como
creadora y dadora de vida, en virtud de que ella nos da alimento y
cuando nos morimos abre su seno para que en ella reposemos y volvamos a
dar vida.
Era tan grande y vital este respeto que en el calendario mesoamericano uno de los días más emblemáticos es justamente
ujx, en mixe, u
ollinen náhuatl, que significa temblor, movimiento y vida, paradójicamente. Este hecho puede apreciarse en San José Mogote, Oaxaca, donde se ha encontrado uno de los glifos más antiguos sobre este fenómeno.
Frente a estos graves acontecimientos ha llegado la hora de la
reflexión y la acción. Y no sólo me refiero a la necesaria solidaridad y
apoyo que en estos momentos requieren los pueblos indígenas que han
sufrido esta tragedia, sino sobre todo a poner nuestra mirada en las
causas profundas que nos han llevado a este punto, es decir, la
necesaria conciencia de que los seres humanos hemos destruido nuestra
madre tierra, nuestra casa común, alterando todo el conjunto de la
naturaleza y el cosmos.
Detener urgentemente el ecocidio es un asunto de sobrevivencia de la
especie humana. Reconstruir la armonía entre nosotros, con la madre
tierra y el cosmos es una tarea vital. Desde luego no será fácil, ya que
ello implica abandonar el actual modelo de desarrollo mundial
–consumista, ecocida y etnocida–, que sólo da valor al dinero y los
bienes materiales.
Nuestro reto como humanidad es construir una nueva concepción de la
vida humana, fundada en el respeto a la madre tierra, en el respeto al
otroy en la necesaria solidaridad que debe existir entre nosotros. Es en este punto donde tenemos que aprender mucho de la cosmovisión de los pueblos indígenas, a guiarnos de ese valioso calendario que con mucho esfuerzo construyeron nuestros antepasados en el que la naturaleza y el cosmos tienen un lugar vital. Y que sea esta nueva lógica de vida que marque el rumbo futuro de la humanidad. En medio del dolor y la tragedia, esta es la más valiosa señal que en estos días nos han dado la naturaleza y la madre tierra.
*Abogado mixe
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