Frantz (2016), largometraje que el prolífico, imprevisible y muy disparejo François Ozon realiza justo antes de El amante doble (2017), su cinta más reciente, tiene como primera inspiración El hombre que maté (1930), obra de teatro de Maurice Rostand (hijo del también dramaturgo Edmond Rostand, autor de Cyrano de Bergerac).
El director berlinés Ernst Lubitsch había llevado ya a la pantalla la
obra de Rostand hijo en 1932 remplazando el título original por otro, a
su juicio, más evocador: Broken lullaby (Arrullo roto) para ofrecer un conmovedor drama antibélico, algo inusual en su trayectoria de director de comedias.
El director de Una nueva amiga (2014) propone en Frantz su
propia versión de la película de Lubitsch, y se apoya de modo más firme
en el original teatral. Ofrece así un drama de época, el segundo
después de Ángel, su desafortunada cinta de 2007, y ambienta la
acción en 1919, un año después del fin de la Primera Guerra Mundial, en
un pequeño pueblo alemán donde vemos al soldado francés Adrien
(François Niney) en un cementerio, llevando flores a su amigo Frantz,
fallecido en el combate, ante la mirada intrigada de Anne (Paula Beer),
quien fuera la prometida del joven combatiente alemán. Lo que sigue es
una aguda observación de los sentimientos colectivos de frustración y
rabia a los que debe enfrentarse Adrien en ese rincón de provincia de
una nación derrotada y humillada. Se observa la desconfianza instintiva
del doctor Hans Hoffmeister (Anton von Lucke), padre del soldado alemán,
ante la aparición del enigmático intruso, misma que contrasta con la
comprensión que el joven francés recibe de la joven Anne, quien ha sido
adoptada por la familia del novio desaparecido. Las primeras
dificultades de entendimiento entre ese visitante inoportuno y la
familia agraviada en duelo, son reflejo fiel del encono recalcitrante
que persiste entonces entre las dos naciones enemigas y de la enorme
fragilidad del armisticio reciente.
Lubitsch utilizaba la anécdota para enderezar un fuerte alegato en
contra de un espíritu bélico aún muy vivo en la Alemania del periodo de
entre guerras; François Ozon, en cambio, rebaja mucho ese tono dramático
cuando filma su cinta desde la perspectiva de esta época nuestra, tan
proclive a un diálogo más fructífero y conciliador entre Francia y el
país de Angela Merkel. Así, la historia romántica que se desprende de la
película sugiere la metáfora de una gran reconciliación, moralmente
enaltecedora, económicamente indispensable.
El director francés aprovecha también la vieja trama de
Lubitsch para abordar temas que en su propio cine son recurrentes. Uno
de ellos es la amistad viril con tintes homoeróticos (sugerida en el
texto teatral de Rostand), y el azar que de manera muy irónica confunde y
reorienta no sólo las identidades de los personajes, sino también sus
sentimientos y apetencias físicas. Contrariamente a la cinta Broken lullaby,
centrada más en los agravios de una familia y en un discurso contra la
guerra, con el amigo del soldado alemán muerto que vivía la culpa de
manera casi histérica, lo que propone Ozon es un apaciguamiento
melancólico y sereno. La película transita así de una fotografía en
blanco y negro evocadora de un antiguo romance fallido, a los colores
más vivos de un duro presente donde el protagonista debe luchar contra
la incomprensión y los prejuicios nacionalistas. Pero si algo afirma de
modo vigoroso esta historia de un secreto romance en las trincheras, es
el camino que emprende la propia Anne para despojarse a un mismo tiempo
de los lastres de los rencores colectivos y de su muy íntima frustración
sentimental, para acceder a una suerte de liberación personal, esa sí
muy de los tiempos presentes, que François Ozon sigue estudiando y
manejando en su cine con una destreza incuestionable.
Frantz forma parte del 21 Tour
de Cine Francés que se presenta en la Ciudad de México a partir del 8
de septiembre en la Cineteca Nacional y en salas Cinépolis. Sedes,
títulos y horarios: www.tourdecinefrances.com
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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