Por
Héctor Tajonar
El tono triunfalista de Enrique Peña Nieto en su quinto informe de
gobierno contrasta con la realidad del país y con el rechazo de 80% de
la ciudadanía a su gestión. Arropado en la campaña publicitaria y en la
fastuosa puesta en escena para enmarcar su mensaje ante unos mil 500
invitados proclives al aplauso fácil, el mandatario actuó como si la
ficción de un país “incluyente, próspero, con educación de calidad y en
paz” fuese real.
Con el fin de revertir su merecida impopularidad, y en clara
violación del artículo 134 constitucional, Enrique Peña Nieto ha
utilizado sus dotes histriónicas además de recursos multimillonarios del
erario en la promoción de su imagen. Para desgracia suya –y del país–,
su vocación actoral no mejora su exigua capacidad como gobernante. Lo
que natura no da, la mercadotecnia no presta.
No se puede hablar de un México incluyente cuando la desigualdad y la
pobreza provocaron que el país, siendo la decimoquinta economía
mundial, descendiera al lugar 77 de la lista del Índice de Desarrollo
Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, cinco
lugares abajo del que ocupaba en 2010 (PNUD, 2017). Entre 2012 y 2014,
la pobreza aumentó en 2 millones de personas, al pasar de 53.3 a 55.3
millones de personas, de 45.5 a 46.2% de la población (Coneval). El país
padece una desigualdad extrema: el 10% más rico gana 20 veces más que
el 10% más pobre (el promedio de la OCDE es de cerca de ocho veces más).
Mientras el PIB per cápita crece menos de 1% anual, la fortuna de los
16 mexicanos más ricos se multiplica por cinco (Oxfam, 2015).
No es sensato ni ético ufanarse de un México próspero si persisten
tales niveles de pobreza y desigualdad. Además, la mitad de la fuerza de
trabajo está en la informalidad, la productividad es muy baja, no
existe seguridad jurídica, el desarrollo financiero es insuficiente, los
servicios de salud son deficientes, la corrupción es rampante y el
crecimiento económico ha sido de sólo 2.2% anual.
La educación de calidad en México es una meta todavía muy lejana. Más
de la mitad de los alumnos no alcanzan el nivel de competencia básico
en lectura y matemáticas, persiste una deserción de 55% durante el
bachillerato, la mitad de los maestros evaluados en 2015 obtuvieron
resultados insuficientes y suficientes (en oposición a buenos y
sobresalientes). Aún hay mucho camino por recorrer en la capacitación y
evaluación de los docentes. Las diferencias regionales siguen siendo
abismales (OCDE, 2016).
Vanagloriarse de que México está en paz resulta ofensivo, tanto para
las víctimas de la violencia como para los que temen padecerla. La
violencia del narcotráfico se extiende sin control, lo mismo que la
complicidad entre autoridades y delincuentes. La política de seguridad
del gobierno peñista ha sido un rotundo fracaso; más aún: impunemente,
el propio gobierno viola los derechos humanos, espía e intimida a
ciudadanos críticos. Los asesinatos de periodistas tampoco son
investigados ni castigados. Durante la administración peñista han
ocurrido 104 mil 602 homicidios dolosos (Proceso 2131). El México de
Peña Nieto ostenta el menor desempeño en seguridad y corrupción entre
los países de la OCDE.
Ante la evidente disparidad entre la ficción creada y protagonizada
por el mandatario actor y la realidad del país, queda de manifiesto el
deseo de engañar a la ciudadanía. Demagogia y cinismo en su más pura
expresión.
Entre la multitud de embustes y farsas gubernamentales ocurridas
durante la presente administración, hay una que despunta por su
trascendencia y gravedad: la imposición del procurador Raúl Cervantes
como primer fiscal general de la nación. Si el presidente y su partido
logran su propósito, se habrá anulado la condición fundamental para
garantizar la autonomía, esencia de la nueva institución. (Al momento de
escribir este texto el hecho no se ha consumado, pero existen todas las
condiciones para que así ocurra).
La independencia probada del fiscal frente a toda autoridad
gubernamental o filiación partidaria es la base para el buen
funcionamiento de la fiscalía. Raúl Cervantes representa exactamente lo
contrario: sumisión total a Peña Nieto y filiación al PRI. La
trayectoria del procurador Cervantes muestra con claridad que durante su
gestión la justicia ha estado supeditada a los intereses y órdenes del
presidente (OHL y Odebrecht, Tlatlaya, Tanhuato, Apatzingán, etcétera.)
Además, la evasión del pago de la tenencia de su Ferrari lo pinta de
cuerpo entero. Todo ello lo descalifica para ocupar el cargo de fiscal
general.
No obstante, el mandatario en turno se empeña en imponerlo, a fin de
garantizar su propia impunidad y la de sus secuaces frente a cualquier
acusación de corrupción u otros delitos durante nueve años. La
cleptocracia peñista tiembla ante la posibilidad de que se ejerza la
justicia contra el mandatario y su banda una vez que abandone el poder,
como ha ocurrido recientemente en países como Brasil, Guatemala, Perú o
Panamá, entre otros.
Por ello, la imposición de su incondicional Raúl Cervantes como
fiscal es la prioridad imprescindible e inamovible de Peña Nieto. Es la
única forma de asegurar su impunidad transexenal. Para lograr el pase
automático de procurador a fiscal, el PRI cooptó a cinco senadores del
PAN, cercanos al expresidente Felipe Calderón, incluido Ernesto Cordero,
que fue nombrado presidente de la Mesa Directiva. Una vergüenza. Con
ello no sólo aseguró la aprobación del pase automático de Cervantes,
sino produjo una crisis en el PAN.
El histrionismo presidencial va más allá de ser un mero instrumento
mercadotécnico o una muestra de autocomplacencia. Revela una mentalidad,
una forma de concebir y ejercer el poder político: como hurto,
simulación y engaño. Así llegó a la Presidencia y así se despedirá de
ella. El presidente actor y sus comparsas tienen una cita pendiente con
la justicia.
Este análisis se publicó el 10 de septiembre en la edición 2132 de la revista Proceso.
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