Cristina V. Masferrer León*
Los daños causados por los sismos en pueblos mixtecos y afromexicanos también son consecuencia del descuido y menosprecio de autoridadesFoto La Jornada
Tenía la esperanza de que fuera de esos temblores casi imperceptibles que otras veces han activado la alerta sísmica en la Ciudad de México. Salí apresuradamente para ponerme a salvo y mientras los perros ladraban y la alarma sonaba, me decía mentalmente que sería un movimiento de baja intensidad. Todo empezó a moverse y, junto con el mareo, me invadió el temor de que se repitieran las pesadillas del 7 y del 19 de septiembre de 2017, pero en plena negación seguía repitiéndome que todo estaba bien, que no habría heridos, ni muertes, ni daños, ni siquiera grietas que lamentar.
Fue en Pinotepa Nacional, magnitud 7.2. Al escuchar esas palabras, mi corazón se pasmó y mi mente se ensordeció, como si me sumergiera en un denso mar de preocupación. La mitad de mi mundo y de mi alma se derrumbaron. No había señal de celular y los números fijos que marqué no lograban completar la conexión; la costa oaxaqueña estaba incomunicada. Conozco la región Costa Chica de Guerrero y Oaxaca gracias a mi trabajo como antropóloga porque se trata de la zona con mayor concentración de personas afromexicanas, quienes han convivido cotidianamente y durante siglos con personas indígenas, en particular ñuu savi (mixtecos), ñomndaa (amuzgos), me’phaa (tlapanecos) y kitse cha’tnio(chatinos), entre otros.
Apenas en septiembre aprendí a decir ni taan iku (ayer tembló) en mis clases de tu’un savi Ñuu Oko (idioma mixteco de Pinotepa) con el maestro Hermenegildo López Castro. Tenía la ingenua ilusión de no tener que pronunciarlas nunca. Prendimos la radio y los noticieros decían calmadamente que no había daños ni víctimas humanas… en la Ciudad de México. ¿Y el epicentro del sismo? –pensaba– ¿Y los pueblos originarios y afromexicanos de la costa de Oaxaca que habían sido sacudidos fuertemente? Poco a poco las noticias empezaron a llegar y se mencionaban las afectaciones de Pinotepa y Jamiltepec, dos ciudades que son centros económicos y políticos de gran importancia a escala regional.
El epicentro se identificó 11 kilómetros al sureste de Pinotepa Nacional, pero de acuerdo con algunas fuentes, la estación que detectó el sismo de manera más cercana fue la de Huazolotitlán. Son pocas las noticias que mencionan a Santa María Huazolotitlán, cabecera municipal, cuyo nombre en mixteco es Ñuu Tyendi. El municipio tiene 11 mil 400 habitantes, de los cuales 49.5 por ciento se autoadscriben como negros o afromexicanos, mientras 45.3 por ciento se reconocen como ñuu savi; además, 30.9 por ciento de los mayores de cinco años hablan el idioma mixteco u otra lengua originaria (Encuesta Intercensal del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, Inegi, 2015).
A cuentagotas, se restauró la comunicación con los pueblos mixtecos y afromexicanos del epicentro. Así supe que no había víctimas mortales ni personas heridas, con excepción de las ocasionadas por el helicóptero de Alejandro Murat y Alfonso Navarrete Prida que, aparentemente, sin protocolos de seguridad y ningún sentido de responsabilidad, aterrizó en la penumbra de una ciudad sin energía eléctrica. Estamos bien, sólo el susto, sigue temblando, pasamos la noche a oscuras y en el patio, seguimos sin luz, no hay heridos, pura gente asustada, me decían docentes, madres y padres de familia.
Las casas de lámina, de tejas, de adobe y algunas de cemento se vinieron abajo o se dañaron severamente; se cayeron las bardas; varios de los salones de las escuelas quedaron inutilizables; los hornos de pan se rajaron; en los panteones se abrieron las bóvedas; las iglesias se agrietaron y el palacio municipal corre el riesgo de desplomarse; hay derrumbes en carreteras y caminos; los centros de salud y hospitales de localidades cercanas tienen deterioros evidentes. Todo eso me narraban las personas con quienes logré comunicarme, entre ellos, la profesora Enedelia Zanábriga, Efrén Piña y Martín Alemán, quienes continúan evaluando la situación en el municipio.
Los daños materiales no se deben únicamente al movimiento telúrico. Cuando visité la zona en octubre del año pasado noté que muchas de las construcciones tenían grietas que revelaban daños estructurales. Si no fueron reparadas a tiempo por las personas de estos pueblos mixtecos y afromexicanos es porque les ha costado años de arduo trabajo edificarlas y no cuentan con recursos suficientes como para volverlas a erigir o reforzarlas. Son personas que trabajan, ¡y mucho!, pero las profundas condiciones de desigualdad de México se han asegurado durante siglos de obstaculizar su crecimiento económico.
En mi opinión, el estado en que se encontraban las construcciones también es muestra del menosprecio y el descuido de los gobiernos federales y estatales hacia los pueblos originarios y negros que incluso han dejado en el desamparo a los gobiernos y las agencias municipales, alimentando tensiones locales con desgastantes pugnas partidistas. Desde 1998 Oaxaca reconoce los derechos de los pueblos y comunidades indígenas y afromexicanos; sin embargo, 20 años después aún es pertinente preguntarnos cuál es el verdadero alcance de ello. ¿Es sólo un logro de papel o se traduce en acciones efectivas en favor de los pueblos originarios y afromexicanos? ¿Cuánto podría haberse evitado si el Estado hubiera tomado medidas preventivas?
17:39, 16 de febrero de 2018. Las placas tectónicas de Cocos y de Norteamérica se estremecen en Ñuu Tyendi, Huazolotitlán, como suplicando a todo México que dirija la mirada hacia los pueblos ñuu savi y afromexicanos del epicentro que históricamente han enfrentado condiciones de racismo, discriminación y desigualdad; los mismos que por más de cinco siglos han contribuido en términos económicos, sociales, culturales y políticos a construir lo que hoy es México. Con este sismo, las grietas [de temblores pasados] se hicieron más grandes y en algunos lugares están por todos lados, me escribió Juliana Acevedo (licenciada en derecho, madre y mujer negra de uno de estos pueblos). También se han hecho más grandes y evidentes las grietas de los sistemas que históricamente han negado y oprimido a los pueblos originarios y afrodescendientes de México. ¿Cuántos sismos más necesitamos para despertar?
* Profesora-investigadora de la Dirección de Etnología y Antropología Social del Instituto Nacional de Antropología e Historia (DEAS-INAH). Autora del libro Muleke, negritas y mulatillos. Niñez, familia y redes sociales de los esclavos de origen africano de la Ciudad de México (INAH, 2013) y de publicaciones sobre racismo y discriminación en México. Integrante de la Red de Investigación Interdisciplinaria sobre Identidades, Racismo y Xenofobia en América Latina y de Afrodescendencias en México AC
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