El desempeño de los partidos políticos ha provocado cierta
indignación ciudadana a causa de los frecuentes escándalos en los que se
ven envueltos dirigentes y miembros connotados, tanto como para llevar a
un sector de la sociedad, el que sabe hacerse escuchar, al hartazgo que
llega a ver con buenos ojos la posibilidad de que alguien ajeno a la
política de partidos llegue a gobernar.
No obstante, podemos pensar que tampoco es para tanto. Cuando se
revisan encuestas, independientemente de su fiabilidad o su
intencionalidad, el común denominador es que la mayoría de los
ciudadanos sigue teniendo preferencia por los partidos y sus candidatos,
con la excepción de algunas experiencias locales muy específicas.
No obstante, aun en las experiencias locales, el tufo partidista
contamina la legítima aspiración, pues la mayoría de los independientes
con éxito proviene de partidos políticos, llevan en sí la cultura
política partidista abrevada de los usos y costumbres priistas, con su
verticalidad autoritaria, paternalista y el maniobrerismo interesado en
la negociación.
Es posible que entre los 87 aspirantes a candidatos presidenciales
independientes hubiera algunos ingenuos bien intencionados cuya
participación no estaba influenciada por los grupos tradicionales de
poder. También que de los 48 aspirantes que fueron avalados por el
Instituto Nacional Electoral (INE), hubiera algunos que creyeran en el
ideal de la participación ciudadana en la vida política y que, con mejor
intención que posibilidades, se plantearan el sueño de sentarse en “la
silla”. Pero en cualquier caso no los conocimos porque eran demasiados.
Consciente de sus posibilidades, María de Jesús Patricio, la
aspirante indígena, fue la única independiente que sin venir de la
política de partidos tuvo cierta visibilidad. Se planteó irrumpir en el
proceso de aprobación para conseguir una candidatura anecdótica con el
objetivo de colocar en el debate la complejidad de las problemáticas del
mundo indígena. No alcanzó la cantidad de firmas necesarias, pero las
que consiguió fueron firmas honestas, válidas en más de 93%.
Quienes alcanzaron y superaron la recolección de firmas fueron los
tres aspirantes que vienen de la política de partidos. Pero lo hicieron
con las marrullerías históricas: una sofisticada reedición de los añejos
carruseles, taqueos, muertos que votan y dinero.
Ahí está el análisis de Buzzfeed, que documentó cómo en 15
días, comprendidos entre el 1 y el 15 de enero, el experredista Armando
Ríos Piter tuvo un crecimiento inusitado; la infiltración de reporteros
de Reforma a las brigadas del expriista Jaime Rodríguez
Calderón, que acreditaron la fórmula para engañar en la recolección de
firmas y una campaña que implicó hasta traslado de caballos; o las giras
por todo el país de la expanista Margarita Zavala, desde junio, con
autobús y equipo de colaboradores.
Un mismo resultado: el INE ya identificó fraudulencia en cientos de
miles de firmas en lo conseguido por los tres que patentan la
reproducción viciosa, la extensión de prácticas corruptas, la
hipocresía.
En el vetusto sindicalismo, cuando algún gremio articulaba su
autonomía, el charrismo corporativo solía descalificarlos en el
discurso: los (sindicatos) independientes eran los impertinentes. Nunca
como hasta ahora mejor empleada la paranomasia: que Ríos Piter, Zavala y
Rodríguez Calderón sean candidatos es una impertinencia.
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