Alguien los convenció de que son simpáticos, suspicaces, ingeniosos y
que esos son recursos de los que pueden echar mano para posicionarse,
mantenerse en las primeras planas y los titulares del día, irrumpir en
las redes sociales desde donde actúan otros ejércitos, los de sus
simpatizantes y los de robots, unos y otros programados para aplaudir la
ocurrencia del candidato o reprobar a su adversario.
Frivolizan los candidatos las problemáticas de un país conflictuado,
profundamente desigual, injusto y expoliador de las mayorías, a las que
ven como público presto a dejarse convencer por la apariencia de
bonhomía y singularidad discursiva.
Hace 18 años funcionó con aquel fatuo que hoy propios y extraños
repudian por haber enarbolado la bandera del cambio para terminar de
matraquero del PRI en 2012 y 2018. Era la ruptura de los usos y
costumbres, de lenguajes y símbolos, asociados al monopolio de la
política, al autoritarismo simulador de republicanismo, al abandono de
las añejas retóricas que daba paso a la narrativa de tepocatas, víboras
prietas y otras alimañas.
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Pero han pasado los años y es claro que el problema no era la
retórica, que el cambio no es mal decir, y que el gran riesgo de eso es
que, mientras se frivoliza el debate público, hay quienes sacan tajada
de los distractores.
En los últimos tres sexenios, los gobiernos han concesionado la mitad
del territorio nacional. Se trata de 98 millones de hectáreas
concesionadas a la minería, la mayor parte en los sexenios panistas, que
en la mayoría de los casos provocan terribles impactos ambientales por
los procesos de extracción, transporte y fundición.
Pero el compromiso de Ricardo Anaya con el medio ambiente es en sí
una frivolidad: usar un automóvil híbrido. Y el compromiso se vuelve
anécdota de cuando no pudo echarlo a andar. Fue el 22 de febrero y su
adversario, José Antonio Meade, se burló del incidente y recibió a
cambio un comentario mordaz.
El mismo día se publicó el Índice de Percepción de Corrupción, una
medición global que coloca a México en el lugar 135 de 180 países, un
retroceso significativo desde que el PRI, partido que postula a Meade,
regresó a la Presidencia. Los escándalos de corrupción para ese partido
–del que no es militante, pero al que clama “háganme suyo”—están a flote
y justo ese día toma fuerza un informe sobre mal manejo de recursos en
Sedesol (la friolera de cinco mil 251 millones). Naturalmente, es más
cómodo burlarse de Anaya en redes sociales.
Así que el día 22 todos parecen de acuerdo para no abundar en lo
trascendente y dar inicio a la tanda de picardías. Andrés Manuel López
Obrador ironiza con introducir “en el populismo” a sus vinculadores con
las oligarquías, Alfonso Romo y Esteban Moctezuma. Un día después, se
muestra con Cuauhtémoc Blanco, candidato a gobernador en Morelos, con
quien escribe, combinará “La Cuauhtemiña con la Pejemoña” para golear y
finalmente, exhibe un video en el que un trío le canta “Morenita mía”,
en Nuevo Laredo, una de las ciudades más afectadas por la violencia en
un país con alrededor de 250 mil muertos desde que inició la
militarización.
Para ellos, hombres del poder, encumbrados, satisfechas sus
necesidades indispensables, con aparatos de seguridad y ejércitos de
colaboradores que los protegen, arropan y están siempre prestos a sus
caprichos, los problemas del país son secundarios. Para el Instituto
Nacional Electoral también que ya prohibió los debates para el período.
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