En un artículo anterior, dedicado a los científicos que se oponen al gobierno y su Cuarta Transformación (La Jornada,
8/13/19), concluimos que se trata de la reacción de un grupo que ve
amenazado un estilo de hacer ciencia que ya no tiene sentido frente a la
situación de emergencia que hoy vive no sólo el país sino el mundo
entero. Hoy requerimos, con urgencia, de otra ciencia y tecnología capaz
de remontar tanto la mayor desigualdad social de toda la historia como
la mayor amenaza al equilibrio ecológico del planeta. Ello cuestiona
falsas ideas como que
más ciencia es sinónimo de progreso, y deja sin sustento un dogma mayor: que el trabajo de los investigadores es por definición moralmente bueno. Desde esa mitología los científicos quedan automáticamente bendecidos y convertidos en seres que realizan actividades inmaculadas.
¿Qué ha sucedido en México? Partamos de que la etapa contemporánea de
la ciencia en el país lleva casi cinco décadas, considerando como
evento clave la fundación del Conacyt en 1971. En este periodo la
investigación científica y tecnológica se expandió notablemente en
número de instituciones, investigadores, becarios, infraestructura y
presupuesto. Sin embargo, el porcentaje de mexicanos viviendo en pobreza
y pobreza extrema se incrementó, y el equilibrio ecológico y la calidad
ambiental del país sufrió un dramático deterioro. La curva del
crecimiento en ciencia y tecnología (95 por ciento de la cual se realiza
en instituciones públicas) contrasta con la pérdida de bienestar de los
mexicanos y el deterioro de su entono natural y ambiental. La
explicación a este fenómeno es una tarea pendiente. Aquí sólo apuntamos
algunos ejemplos destacados.
El caso de la agronomía es un ejemplo de incompatibilidad de la
investigación con el entorno social, cultural y ambiental de las áreas
rurales. Al abrazar el paradigma de la agricultura industrial, basada en
agroquímicos, plaguicidas, semillas mejoradas, maquinaria y riego, los
agrónomos orientaron sus esfuerzos a convertir el campo en
pisos de fábricacon monocultivos agrícolas y ganaderos. Ello orientó la investigación hacia los medianos y grandes productores, a la par de los subsidios del Estado, dejando a la deriva al sector campesino, sus saberes ancestrales y sus prácticas exitosas de pequeña escala. En estrecha relación con lo anterior la ciencia hidráulica dominante privilegió la construcción de miles de presas medianas o gigantes, que provocaron severos cambios en los equilibrios regionales, afectaron poblaciones humanas, y las cuales hoy se encuentran subutilizadas o en franco deterioro.
La biología mexicana ha tenido un despliegue inusitado en estas
décadas, completando inventarios, colecciones y bases de datos y
facilitando la creación de un sistema de áreas naturales protegidas que
alcanza 30 millones de hectáreas. El estudio y protección de la
biodiversidad siguió, sin embargo, un enfoque que ignoró o soslayó el
papel jugado por las culturas mesoamericanas que han interactuado con el
universo natural por cerca de 7 mil años. El resultado es que las
comunidades que habitan esas áreas, no sólo no participan mayormente (no
son aliados) en la conservación de la biodiversidad, sino que 80 por
ciento sufren altos grados de marginación social.
El caso de la química es especial, porque la investigación
originalmente ligada a industrias nacionales en cemento, hierro,
cerveza, jabón, papel, resinas, fibras, azúcar y, por supuesto, petróleo
fue sucumbiendo a los corporativos trasnacionales. Hoy, según la
Asociación Nacional de la Industria Química, 70 por ciento de las
materias primas que utiliza el sector en México es importada. Incluso
para algunos analistas la investigación química está limitada porque la
industria se ha tornado en maquiladora de desarrollos tecnológicos del
exterior.
De las varias irracionalidades, elegimos el caso del Gran Telescopio
Milimétrico construido a 4 mil 600 metros de altitud en la Sierra Negra
(Pico de Orizaba). El telescopio, el más grande de su tipo en el mundo,
se construyó durante 19 años y tuvo un costo de ¡4 mil millones de
pesos!, la mayor parte cubierta por el Conacyt, en una región rodeada de
pobreza y recientemente de violencia, a tal punto que el acceso ha
quedado reducido por la inseguridad. ¿Cómo justificar este costoso
proyecto? ¿Por qué tardó tanto tiempo su construcción? ¿Cuántos
investigadores terminaron utilizándolo? Finalmente, el caso estelar de
una ciencia anómala lo alcanzan destacados biotecnólogos de la UNAM y el
IPN en su intento por introducir cultivos transgénicos de maíz y soya
al territorio, que hoy por hoy es la tecnología agrícola de mayor riesgo
para la salud ambiental y humana, altamente contaminante (genética y
química por el herbicida que le acompaña) y causante de la mayor
destrucción de la biodiversidad en el mundo: 40 millones de hectáreas en
Sudamérica. A pesar de todo y por fortuna, en cada campo del
conocimiento existen ya incipientes o bien desarrollados núcleos de
investigación alternativa, guiados por nuevos principios, como son la
interdisciplina, el compromiso social y ambiental y sobre todo una ética
a toda prueba.
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