Gustavo Gordillo/II
La Jornada
Después de la Segunda Guerra
Mundial y para evitar las tragedias humanas que acompañaron a las dos
guerras, se generaron dos grandes barreras civilizatorias. Por una
parte, Naciones Unidas y el acuerdo de Bretton Woods. La primera, para
organizar los temas que requerían cooperación internacional, siendo el
mantenimiento de la paz en el mundo el aspecto central. Se generaron dos
incentivos para la participación de todas las naciones. El primero fue
que cada país independiente era un voto, independientemente de su tamaño
físico, el número de habitantes y el peso de su economía y activos
militares. El segundo, para asegurar que las grandes potencias
triunfadoras en la Segunda Guerra Mundial tuvieran garantías en su
participación, fue el diseño del Consejo de Seguridad, con el derecho de
veto de esas potencias, a las cuales se añadió, a partir de su entrada
en el sistema, la República Popular China.
El acuerdo Bretton Woods, a su vez, estableció mecanismos de
gobernanza para un nuevo orden económico, en el cual se confirmó la
hegemonía de Estados Unidos.
La segunda barrera civilizatoria fue, hasta cierto punto, una barrera
invisible, pero tan eficaz como la primera. Se hizo a base de infinidad
de luchas sociales de diversos tipos de minorías y de mayorías tratadas
como minoría, como en el caso de las mujeres. Partió de la Declaración
Universal de Derechos Humanos, los dos pactos de derechos económicos y
sociales, y de derechos políticos y protocolos facultativos. Su efecto
civilizatorio impregnó organismos internacionales, nacionales, la
sociedad, distintos actores e incluso el lenguaje. Lo políticamente correcto buscaba ser parte de ese valladar contra la discriminación, el fanatismo y el racismo.
Con el crecimiento de países independientes miembros del sistema de
Naciones Unidas y la multiplicación de prioridades a atender por
agencias especializadas de ese mismo sistema –a petición,
frecuentemente, de los miembros más poderosos– se volvió cada vez más
compleja la administración de la paz mundial, que fuertemente dependió
durante la guerra fría de la amenaza creíble de aniquilamiento.
Lo mismo ocurrió con la gobernanza económica, en la medida en que
avanzaba el mundo hacia un sistema de múltiples poderes no sólo
estatales, sino crecientemente de consorcios trasnacionales y complejos
financieros.
Pero son el 11 de septiembre de 2001 y la crisis económica de 2008
las gotas que derraman el vaso de la gobernanza política y de la
gobernanza económica.
Lo que priva desde entonces son los famosos instintos animales, que
lo mismo inventan amenazas para invadir países que ejecutan los actos
terroristas más horripilantes y despreciables, que dañan el medio
ambiente y el futuro del mundo de la manera mas cínica e irresponsable.
Pero todo lo anterior es finalmente alimentado por una serie de
empresarios, políticos mediocres y merolicos que desde sus espacios de
poder prohijaron la emergencia de los Putin, Duterte, Bolsanaro y Trump.
Esos personajes, probablemente, no merecerán ni siquiera un pie de
página cuando se escriba la historia de estos años horripilantes, pero
han sido clave en el desmantelamiento de estructuras imperfectas e
injustas, pero que mantuvieron cierta estabilidad y, sin duda, progreso
económico y social. Son, si se quiere, las nodrizas del autoritarismo.
Hoy, los payasos asesinos se ven complementados por segmentos de las sociedades en estado quiliaista.
Kari Mannheim (1973) forjó el tipo ideal de una utopía que denominó
quiliaismo. En ese tipo de utopía se trata de reflejar la mentalidad de
sociedades tradicionales que se ven desgarradas …Sociedades
fundamentalmente agrícolas, caracterizadas por una pérdida total de las
certidumbres simbólicas y valorativas.
Twitter: gusto47
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