Luis Linares Zapata
Juntarse con los suyos ha sido
permanente uso y hasta disfrute. Planear la defensa de sus adquiridas
posesiones se les da de manera natural. Unos, de esencia burocrática,
acarrean sus charolas de políticos profesionales en búsqueda de palancas
y parapetos para afianzar su sobrevivencia. Van y vienen, entre
cenáculos, elucubrando la manera de prolongar, un rato más aunque sea,
su notoria decadencia. Trajinan, sin mucha enjundia, para conjuntar
adherentes interesados que puedan emplear aunque sea algo de su dilatado
tiempo disponible. La promesa que mueve a los fundadores de Futuro 21
aparece, sin mayores alcances, como entretenida aventurilla partidaria.
La publicitan como interesante y de movido cuño. Pero, en verdad, se
asemeja a un alboroto mediático para, a continuación, retornar las
usuales y hasta confortables rutinas en las que están entrenados.
Otros se han embarcado en los ardores que acarrean las
incandescentes, aunque pequeñas, contiendas que catalogan como heroicas.
Con visión achicada por lo perentorio, han decidido pasar a un ataque
que mucho tiene de trasmano. El terreno propicio para su batalla lo
encontraron en los vericuetos legaloides del aparato jurídico. Ahí se
han atrincherado con densos expedientes de amparos y con el fusil
apuntando a detener hacia la obra pública. Precisamente sobre aquella
que consideran vulnerable y propiciatoria. Los asideros de la escaramuza
los soportan sus acendradas fobias y las muchas alarmas por entrevistos
daños inminentes a la nación. La leguleya resistencia así planteada
lleva atados un numero indeterminado, pero ciertos, de daños laterales.
En su afán de permanecer en el cuarto de las decisiones políticas, de
donde fueron expulsados por millones de votantes, han retomado la
iniciativa de entrar, aunque sea de forma no tan airosa, por cualquier
puerta trasera. Para lo cual han lanzado por delante un batallón de
aguerridos soldados afiliados, con alegada y sonriente fe, a su no tan
oculta causa.
Qué tanta innovación a la lucha partidista futura conseguirá el
dilecto grupo de personas pergeñadas, por aquí y de allá, por los
usufructuarios del PRD queda en franca duda. Todavía mayor nebulosa
impregna el pretendido efecto –político y electoral– de tan dilecto
ensamble. Por los perfiles de los citados o si se atiende a su capacidad
mostrada en el pasado, poco o nada transformador se podrá esperar. Aun
otorgando el beneficio de la sana intención de los participantes, el
panorama dibujado no alcanza para mucho más de una amigable algarada.
Las militantes tribus que, paso a paso y con perseverancia notable,
llevaron al otrora gran partido de las izquierdas a su triste situación
actual, no harán cosa distinta a lo acostumbrado. Tratarán de
usufructuar el escaso prestigio que les puedan extraer a los personajes
por ellos invitados. Todos en conjunto permanecerán circulando por los,
no tan variados, restaurantes y medianas oficinas de la gran capital. En
esos apacibles lugares diseñarán sus estrechos movimientos y endebles
esperanzas de llegar a influir o ser llamados a trabajos mayores.
Respecto a los organismos que han emprendido su feroz trifulca en los
tribunales para detener las obras de Santa Lucía, se dirigen a un
choque frontal con la Presidencia de la República. Dilatar, hasta hacer
inoperante el proyecto del puerto aéreo, impactaría en dos aspectos
neurálgicos de la vida organizada. Uno, en la capacidad directiva del
poder Ejecutivo y, el otro, en un daño severo a la economía nacional. Ni
uno ni otro de estos golpes son factibles. Se orillará al Presidente a
usar las varias facultades que tiene en la ley para salvar tales
obstáculos. Algunos de los contendientes privados ya entrevén el
obligado desenlace venidero. Preparan, para tal efecto, toda una
artillería mediática para colorear el panorama con densos tintes
autoritarios. Pero ésta será otra etapa de la disputa por el liderato
del país y sus derivadas ramificaciones en el cambio en marcha.
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