La Jornada
En la medida que las políticas
o programas sociales suenan como las caras amables de los estados de
nuestra región, más allá de quienes los administren, resulta necesario
recordar sus orígenes y objetivos declarados. No alcanza con señalar que
buscan reducir la pobreza o que pretenden debilitar a los movimientos
antisistémicos. La historia se remonta a la guerra de Vietnam y a un
personaje llamado Robert McNamara, uno de los cuadros más astutos que
tuvo el capitalismo.
McNamara fue el primer presidente de la empresa Ford que no
pertenecía a la familia, en 1960, cargo que abandonó al ser nombrado
secretario de Defensa entre 1961 y 1968, durante la guerra de Vietnam.
Ese año pasó a presidir el Banco Mundial, hasta 1981. Durante la Segunda
Guerra Mundial había ingresado a la Fuerza Aérea, donde aplicó las
artes de la administración de negocios aprendidas en Harvard a la
eficiencia de los bombarderos estadunidenses, lo que le valió la Legión
al Mérito como teniente coronel.
Durante el conflicto en Vietnam comprendió que las armas, por más
sofisticadas que sean, no ganan guerras. Dirigió el Banco Mundial con el
objetivo de revertir la derrota militar y preparar el terreno para que
esa situación no volviera a producirse. Comprendió que la injusticia
social y la pobreza podían poner en peligro la estabilidad del sistema
capitalista, y para remediarlo concibió la política del
combate a la pobreza.
Entiéndase que para McNamara la pobreza es un problema en tanto, y
sólo en tanto, puede desestabilizar la dominación. Es una cuestión
instrumental, no ética. Bajo su gestión el Banco Mundial se convirtió en
el centro de pensamiento ( think tank) más citado por las
academias y pasó a definir las políticas de los países en desarrollo.
Como destacó uno de sus colaboradores, Hollis Chenery, se trata de
repartir un pedazo del crecimiento de la riqueza y no la riqueza*.
El
combate a la pobrezatuvo dos efectos más. Consiguió sacar la riqueza del centro del escenario político, como había estado hasta la década de los 70. Aunque hoy parezca increíble para quienes no vivieron la
revolución mundial de 1968, la izquierda creía que el verdadero problema social era la riqueza, por eso todos los programas de gobierno iban dirigidos a la reapropiación de los medios de producción y de cambio, como la reforma agraria, entre muchos otros.
La segunda es que se propuso, y consiguió, influir en los movimientos
antisistémicos de una manera muy sutil, a través de una política que
definieron como
fortalecimiento organizativo(recuerden el Pronasol), se eligieron movimientos de lucha para convertirlos –con apoyo del Banco Mundial– en organizaciones burocratizadas que, en adelante, se especializarán en hacer trámites ante agencias de desarrollo. El banco dejó de gestionar los préstamos y se limitó a
acompañar,
capacitar,
asesorary
fiscalizar.
Por todo lo anterior, es importante que las bases de apoyo del EZLN hayan conseguido derrotar esta
contrainsurgencia social. No es lo habitual. En mi país, Uruguay, el progresismo consiguió amortiguar el conflicto social con una batería de
políticas socialesque van desde el impulso a
cooperativasdigitadas desde arriba, hasta la creación de organizaciones sociales que tienen la apariencia de legítimos movimientos. Otros progresismos fueron más sutiles, clonando movimientos enteros.
El comunicado titulado Y rompimos el cerco, firmado por el subcomandante Moisés, enseña tres aspectos de esta derrota de los programas sociales.
El primero es que las bases de apoyo salieron de sus comunidades a encontrarse con otros abajos, con quienes se entendieron
como sólo se entienden entre sí quienes comparten no sólo el dolor, también la historia, la indignación, la rabia.
La segunda es el papel destacado que jugaron los jóvenes y las
mujeres en la tarea de romper el cerco. La tercera es que las mujeres
zapatistas no sólo marcaron el norte, sino que estuvieron también
a los lados para que no nos desviemos, y atrás para que no nos retrasemos.
Fue un encuentro entre abajos, entre iguales, más allá de las
opciones políticas coyunturales de cada quien. Fue un encuentro de
dignidades: la zapatista y la de las comunidades partidistas que se
rebelaron contra
el desprecio, el racismo y la voracidad del actual gobierno, que les entrega limosnas para dividirlas.
Me interesa destacar no sólo el hecho de que rompieron el cerco, sino
sobre todo cómo lo hicieron. Es una lección política y ética que
necesitamos en esta parte del mundo, donde los programas sociales
inspirados en el Banco Mundial y ejecutados por los progresismos, han
destruido la independencia del campo popular y atornillado la
dominación, para beneplácito de las grandes multinacionales.
Poder popular y programas sociales son dos fuerzas que se repelen. Cuando una triunfa, la otra pierde.
*Citado por Eric Toussaint, Banco Mundial. El golpe de Estado permanente , Abya Yala, Quito, 2007, p. 155.
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