Soledad & Género
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La falta de compañía es un problema de salud pública: se ha vinculado a la enfermedad física y mental y al mayor riesgo de mortalidad. Los expertos dicen que irá a más. |
Amelia acompaña a su amiga María Victoria al médico cuanto
lo necesita, que cada vez es más frecuentemente y no tiene a casi nadie
que se ocupe de ella. También va a menudo a visitar a la residencia a
una prima carnal. El otro día a Amelia le dio mucha pena que esa prima
se pusiera a llorar desconsoladamente cuando se despedía de sus antiguas
vecinas después de la misa que se daba en su vieja parroquia por su
marido fallecido: no quería volver a la residencia porque está muy lejos
de la que siempre fue su casa y allí aún no tiene confianza con nadie.
Amelia no durmió en toda la noche después de aquello.
Ella aún es joven,
apenas traspasa los 65 años, vive con su marido y está bien de salud,
pero tiene miedo de quedarse sola porque sus hijas viven lejos. Ve
reflejado su futuro en las mujeres a las que acompaña y echa una mano.
Confía en que a ella tampoco le dejarán que vaya sola al médico, en que
le traerán la compra a casa, como hacía ella misma con la viejecita de
su bloque impedida tras una mala caída, o la irán a visitar cuando esté
enferma, como hizo con su mejor amiga, soltera y con poca compañía, que
murió de cáncer hace unos años. Esta historia ilustra lo que cuentan los
expertos sobre la soledad en general y la femenina en particular.
“La soledad se está convirtiendo en un problema social en España y en
el mundo, especialmente en el más desarrollado”, afirma el sociólogo Juan Díez Nicolás.
Ello se explica por el incremento de la esperanza de vida, indicador en
el que España es el segundo en el mundo, tras Japón; la crisis del
modelo de familia tradicional, debido al incremento del número de
personas que viven solas, especialmente jóvenes (que no se casan por
razones económicas pero también por el cambio de valores); y por el
cambio de hábitat: de vivir en pequeñas comunidades en que el individuo
estaba protegido y apoyado por la familia y los vecinos, se ha pasado a
vivir en grandes centros urbanos y metropolitanos, que ofrecen más
oportunidades vitales, pero que llevan al desarraigo.
¿Cuál es la fotografía de la soledad en España? La tiene la Encuesta Continua de Hogares, del INE,
que informa de que en 2018, de los 18 millones y medios de hogares, 4,7
millones eran unipersonales, una cifra superior a la de 2013 en 320
mil. La mayoría (casi 2,7 millones) correspondían a menores de 65 años y
los otros 2,037 millones, a personas de 65 o más años. En 2018 había
más hogares unipersonales de mujeres –2,5 millones– que de hombres –2,1
millones–. Y esta diferencia obedece a lo que ocurre con las personas de
65 o más años: en este caso, si hogares masculinos había 572.000, los
femeninos eran 1,465 millones.
Francisco Novo Vázquez, trabajador social de la Unión Democrática de Pensionistas (UDP),
sintetiza: “El retrato de la persona en solitario en España corresponde
con el de una menor de 65 años si es hombre y mayor de esa edad si es
mujer”. Este fenómeno se achaca a la mayor longevidad femenina.
Soledad física y emocional
El INE no tiene la foto completa de la soledad. Vivir solo no es lo
mismo que estar solo. Alguien puede vivir solo y contar con una red de
relaciones abundantes y sólidas y otra persona puede vivir en compañía y
sentirse desconectada de su entorno.
No se llega a conocer la verdadera incidencia de la soledad con las
respuestas a preguntas directas del tipo “¿te sientes solo?” o “¿estás
solo?”. Javier Yanguas, director científico del Programa de Mayores de la Obra Social de La Caixa,
aclara por qué: “La soledad se disfraza, no hablamos de ella. La gente
oculta que está sola porque se siente culpable, o cree que algo habrá
hecho mal para sentirse o estar así”. La soledad se esconde porque
avergüenza.
Yanguas explica que para estudiar la soledad se analiza la red social
de que se dispone: cuántas personas se tienen alrededor, la cercanía
emocional con ellas y la confianza en que, de surgir un problema grave,
se contará con su apoyo. Desde ahí se puede profundizar más y medir la
soledad social o el sentimiento de pertenencia a un grupo, y la soledad
emocional, que explora los sentimientos de desolación y la falta de
relaciones significativas.
El estudio que realizó la entidad en 2018 revela altos niveles de
soledad en todas las edades, también entre los jóvenes: el 34,4% de los
individuos entre 20 y 39 años presenta soledad emocional y el 26,8%,
soledad social. Estos porcentajes se disparan en las personas de más de
65 años: el 39,8% sufre soledad emocional y el 29,1%, soledad social. Y
se agravan a partir de los 80 años: el 48% registra soledad emocional y
el 34,8%, soledad social. La gente acusa más la vacuidad de las
relaciones que el aislamiento físico.
Las mujeres expresan más soledad, pero la sufren menos
En la expresión de la soledad existen diferencias de género. Mônica
Donio Bellegarde es autora junto a la profesora Sacramento Pinazo de un libro sobre la soledad de las personas mayores a
partir de la tesis doctoral de la primera. Bellegarde afirma que, a
primera vista, parece que las mujeres se sienten más solas que los
hombres. Pero ello no implica que sea así. Lo que ocurre es que está
socialmente más aceptado que las mujeres hablen de sus sentimientos.
A
la pregunta directa de “¿te sientes solo?”, las mujeres tienen menos
problemas que los hombres en responder afirmativamente. Si se profundiza
con preguntas indirectas o de control, la cuestión se complica. Según
el estudio de La Caixa, mientras la soledad social (sentirse miembro de
un grupo) es similar entre las mujeres y los hombres, la soledad
emocional (que mide la profundidad de las relaciones) es mayor en ellos
que en ellas.
Según Novo, las mujeres, pese a vivir en mayor soledad que los
hombres, se sienten menos solas. Además, ellas parecen estar más
preparadas para la soledad: “El 36,1% de las mujeres mayores de 65 años
que no viven solas piensan que en algún momento lo harán, frente al
29,8% de los hombres”. Las mujeres también establecen lazos sociales o
familiares mayores que los hombres, lo que hace que ellas tengan mayor
posibilidad de recurrir a alguien cuando tienen un problema o necesitan
consejo o apoyo afectivo.
Novo insinúa que “nuestra sociedad
androcéntrica y cargada de estereotipos machistas” es la responsable de
que tengamos la imagen de que las mujeres no tienen capacidad de
desarrollo personal y que ello las aísla por completo. Aunque desde la
ONG Accem, Alberto García Cerviño recuerda que hay una realidad material
que les puede hacer sentir a las mujeres mayores que han perdido su
utilidad después de haber dedicado su vida a los cuidados, primero de
sus hijos, después de sus padres y suegros y finalmente de su marido
antes de morir. Quizás es esto lo que está detrás del sentimiento que
muestran algunas mujeres y que revela Yanguas: el de vacío existencial,
mucho menos prevalente en los hombres.
Yanguas abunda en las diferencias de las relaciones que construyen
los hombres y las mujeres: las de los primeros son más instrumentales
(para echar la partida, para ir al fútbol...), las de las segundas son
más relaciones de cuidados, de cercanía afectiva y de petición y
préstamo de ayuda. Por ello Yanguas considera que los hombres tienen más
riesgo de aislamiento social.
Desde Accem también destacan cómo las mujeres mayores muestran mayor
resiliencia y esfuerzos para superar situaciones de soledad y tener un
envejecimiento activo, con participación en actividades o voluntariado. Y
ponen de manifiesto cómo las mujeres expresan una mayor preferencia por
vivir de forma activa en su casa: “Para muchas es un reto y una
oportunidad de desarrollar una independencia y autonomía que no tuvieron
antes en sus vidas”.
La cuestión material... ¿determinante de la soledad?
¿Cómo influyen en la soledad los recursos económicos? Para Yanguas,
la pobreza genera exclusión: no puedes gastar un euro en un café en el
bar y sientes vergüenza porque en tu casa hace frío o no la tienes bien
acondicionada y, por ello, no recibes visitas.
Bellegarde recuerda que las variables sociodemográficas son
desfavorables para las mujeres: muchas de las que hoy son mayores no
tuvieron la oportunidad de incorporarse al mercado laboral ni de tener
una educación más allá de la básica y ahora cuentan con menores recursos
económicos. Desde Accem apuntan que esta situación puede provocar un
mayor aislamiento en el envejecimiento de las mujeres.
Por ello, existe
la tentación de considerar que, al igual que la fotografía de la pobreza
en España es la de una mujer, la de la soledad podría serlo la de una
mujer mayor y pobre. Díez Nicolás aclara: “El sentimiento de soledad sin
recursos económicos es mayor, ser mujer mayor y pobre puede conducir a
una mayor probabilidad de sentir soledad, pero no es ni mucho menos
determinante; ello no debe hacernos pensar que los que tienen más
recursos no pueden también sentirse solos”.
¿Qué pesa más?, ¿el género, que favorece que las mujeres tengan
relaciones de más calidad, o la situación material, que ayuda a tener
mejores relaciones a quienes tienen más dinero, es decir, a los hombres?
Teresa López, presidenta de Fademur, una organización de mujeres del
ámbito rural, da una posible respuesta: aunque los hombres solos del
campo pudieran tener en el pasado una mayor vida social y cuentan ahora
con mayores recursos económicos, puesto que las mujeres en muy pocos
casos pudieron cotizar, ellos resuelven lo básico de su supervivencia
con dificultades y tienen menos habilidades sociales que ellas.
¿Soluciones?
La soledad es un problema de salud pública: se ha vinculado a la
enfermedad física y mental y al mayor riesgo de mortalidad. Los expertos
coinciden en que la incidencia de la soledad irá a más porque cada vez
se tienen menos hijos y, por tanto, menos hermanos. Además, cualquier
tipo de relación tiende a ser fugaz y menos profunda. A ello hay que
sumar que se presume que cada vez más gente vivirá esa soledad con
escasez material, dada la precariedad laboral y la mayor dificultad para
acumular derechos con vistas a la jubilación. Así dibujado el panorama,
parece que la solución que se requiere debe tocar muchos palos de las
políticas públicas.
En Reino Unido, en enero de 2018, se creó el Ministerio de la
Soledad, que Bellegarde valora porque, más allá de su utilidad práctica,
al menos, hace tomar conciencia del problema. Para Yanguas, dada la
complejidad de las administraciones españolas, sería más idóneo que se
abordara en el ámbito municipal. Y, en este sentido, señala que la
soledad también es una consecuencia de los procesos de gentrificación
que viven las ciudades, de políticas urbanísticas generadoras de
aislamiento que hurtan a los vecinos de los servicios de proximidad y de
los ambientes donde se reconocían y creaban redes. Aunque Bellegarde da
una nota de esperanza: la sociedad se organiza a veces antes de que
reaccionen las Administraciones y ya se han construido redes de apoyo
mutuo, como la de Grandes Amigos, que funciona en Madrid, Galicia y el País Vasco.
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