Luis Linares Zapata
La Jornada
La convivencia entre nutridos
grupos sociales y el nuevo gobierno de la República se atranca y torna
de difícil trato y trayectoria. No parece haber tregua en la abierta
disputa entre tales agrupamientos. La oficialidad, por su parte, afianza
la decisión de insistir en la línea de cambios iniciada, sin descanso y
con prisas audibles, desde hace varios meses. Trata, con premura, de
abarcar ámbitos y procesos con el ánimo dispuesto para trastocar los
sustentos del régimen sujeto a cambio. En contrapartida, los estamentos
que gozan de un bienestar, por demás envidiable para el resto de la
población, enraízan su notable coraje y redoblan la crítica opositora a
ultranza. Cuanta iniciativa va surgiendo, para dar cuerpo a la
transformación anunciada, desata una andanada que choca de frente y
generaliza sus alcances y consecuencias. No parece, entonces, haber
terreno disponible para la conciliación y el encuentro. Desde la cúpula
del poder político bulle y se expresa, de manera abierta y firme, el
propósito de conducirse de manera congruente con la voluntad popular
emanada de las urnas. Y, desde el entramado establecido del régimen bajo
asedio, se trasluce, también, el ánimo de defender sin tregua alguna
las consideradas como bien ganadas posiciones.
El diferendo, aún sin pleno desarrollo pero con aristas ya muy
rasposas, va dejando hondas huellas en el cuerpo social. No podía ser de
otra manera. La confrontación en proceso tiene, inevitablemente,
consecuencias no deseadas, al menos por una de las partes: la
gubernamental que debe superar numerosos obstáculos adicionales. Para el
otro contendiente, a juzgar por la retórica usada en su beligerante
crítica, se llega a desear que, ciertos males previstos, se concreten de
inmediato. De esta enredada manera, la recesión, predicada con tanta
enjundia por numerosos actores, se hace aparecer clavada en la puerta de
la administración federal. Recesión que, de materializarse,
robustecería la inducida percepción de ineficacia y falso voluntarismo
que, por muchos lados se le achaca. Toda una cauda de razones son
alegadas para asentar, en la mente colectiva esta disolvente condena. Es
por el lado opuesto, que el Presidente puede visualizar, como algo
destacable, el ralo crecimiento económico (0.1 por ciento) que, sin
duda, rebate pronósticos de quiebres y crisis inminentes. El Presidente,
entonces, llama a fijar la atención hacia el masivo esfuerzo de mitigar
las carencias de los grupos considerados vulnerables. Es, esta parte
renovadora de la política, lo destacable del trabajo hacia una sociedad
más igualitaria. El esforzado intento de insistir en la vigencia de los
valores humanos perseguidos aunque sean insuficientes y padezcan los
tropezones, recala en su intrépida puesta en operación.
El reporte de Coneval –recién publicado– de lo acaecido en la década
pasada, (2008-18) es claro ejemplo de la ruta, insuficiente y hasta
equivocada, seguida por los sucesivos gobiernos neoliberales. Ahondar en
tales mecanismos y políticas de esa fe atrabiliaria fue y sigue siendo
el meollo soslayado en la crítica sistémica. Esta ha incidido, de manera
conveniente y hasta con ferocidad, en la parte gubernamental de tal
responsabilidad. Muy poca atención ha sido puesta en la excesiva, rapaz
concentración del ingreso colectivo y en la grosera riqueza de sus
paladines. La abierta estrategia, de bloqueo legal sistemático (amparos)
hacia los programas prioritarios del nuevo gobierno recibe, por mustia
ausencia, apoyo tácito en la hegemónica difusión. Ningún miembro de la
conspicua opinocracia ha enfocado, con el rigor necesario, tal vertiente
de la lucha emprendida por la poderosa élite privada, todavía al mando
de influyentes recursos. Recurrir a lugares trillados, como la vigencia
de los mercados para salvar cualquier escollo argumentativo, sigue muy
en boga entre los analistas y académicos que tienen salidas mediáticas.
Pero, el lugar primigenio lo ha ocupado, por estos tiempos de polémica,
el huidizo y hasta inasible concepto de la confianza. Y es aquí,
precisamente, en este multicitado sentimiento, que se quiere,
falsamente, hacerlo extensivo a toda la sociedad, donde se fincan toda
clase de consecuencias y tragedias por venir. En realidad, la confianza
se concreta, tal y como se le aprecia hoy día, en sólo algunos centros
decisorios o, incluso, en particulares personas que tienen determinadas
capacidades de inversión. De aceptar tan resumida visión se evita dar
cabida a una más amplia concepción de la confianza: una que se
manifieste en el complejo cuerpo social.
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