Bernardo Barranco
La Jornada
¿Qué necesidad tiene la 4T de
estrechar vínculos entre religión y política? Justo cuando aspira a
separar la economía de la política. Comparto la preocupación por la
crisis ética del México contemporáneo, pero no acompaño hacer uso de las
iglesias para moralizar la sociedad. Está en riesgo construir una nueva
forma de Estado confesional. La relación entre ética y política es un
debate filosófico antiquísimo. La idea de crisis es obligada referencia a
la eclosión de valores y a las huellas en la historia del pensamiento,
es decir, al incesante cuestionamiento de los principios. Caracterizar
la crisis del tejido social consiste en tomar una posición con respecto
al significado que le atribuye a la ética.
Comparto la inquietud por la circunstancia. La violencia convertida
en barbarie, la inseguridad que lacera el temple y la corrupción que
indigna la comprensión, son factores que han permeado todas las capas de
la sociedad. México ha venido perdiendo rumbo. Se entró a la deriva en
una larga noche oscura. Los señores de la política fueron voraces y
defraudaron la confianza de los ciudadanos. Se asiste a una crisis ética
sin precedentes en este país. Bajo los gobiernos de Calderón y Peña
Nieto el país implosionó, entró en una larga deriva. Por fortuna, este
cúmulo de presión y tensiones sociales reprimidas tuvieron válvula de
escape en las elecciones de 2018. La explosión social fue total,
histórica y pacífica. Se dirimió en las urnas de manera contundente una
eclosión de esperanza.
La crisis de valores es la crisis de la cultura. Las iglesias no
escapan y me atrevo decir que también toca las prácticas religiosas. Las
iglesias y las pastorales también han fracasado en forjar una cultura
del diálogo, paz, tolerancia y de los principios. Sin embargo, no
podemos soslayar que la mayor crisis cultural la encontramos en la
cultura política. La lucha, sea tersa, encarnizada o pactada por el
poder, ha llevado a deformaciones calamitosas. Lo político se ha
disminuido a lo electoral, a la contienda de las urnas como horizonte de
largo plazo. El ejercicio del poder se convirtió en un cínico juego de
espejos. Desde la cañería del sistema se pactan acuerdos. La clase
política fue tasando la realidad por cuotas de poder, repartos voraces y
equilibrios imperfectos. Era el reino de los intereses particulares;
floreció el imperio de camarillas cuyo móvil es el provecho propio.
¿Esta lógica pervertida ha desaparecido con la 4T?
Todos sabemos que AMLO tiene la convicción de que existe una crisis
de valores profunda en todos los estratos de la sociedad. Igualmente en
el ámbito público hay una fractura entre los valores y la política,
entre la ética y el poder. Para reconstruir el tejido social es
necesario utilizar la reserva religiosa presente en las iglesias. Usar
las iglesias como portadoras de propuestas morales, sociales e
ideológicas de gobierno es una hipótesis arriesgada. La propuesta
recuerda aquella iniciativa fallida de Miguel de la Madrid en 1982,
la renovación moral de la sociedad, ante el aparatoso desastre del gobierno de José López Portillo. Es obvia la desviación entre la ética y la práctica política del México contemporáneo. El punto de quiebre es la corrupción que ha invadido todo, en especial lo político –que lejos de la escuela clásica del neotomismo, que indujo el pensamiento católico a pensar la política como la forma más elevada del amor y de caridad– retoma la concepción kantiana de la moral social como búsqueda del bien supremo. En ese contexto, ¿se explica la llamada constitución moral? ¿El uso de las iglesias evangélicas para avivar una renovación generosa del espíritu? Usar las iglesias tanto la católica como las evangélicas para moralizar la sociedad tiene sus riesgos. Éstas por su propia configuración no distinguen la moral social de la religiosa. Por ello desde el siglo pasado no sólo han resistido a recluirse al ámbito privado, sino que han desplegado la reconquista de espacio público o, dicho de otra manera, colonizan bajo los designios divinos la esfera del poder. Las normas públicas emanadas del proceso democrático se pueden convertir en verdades morales suministradas por Dios. El laicismo anticlerical, la laicidad y la laicidad no laicista, peligran. ¿Para qué usar las iglesias para moralizar la sociedad?¿Habría misioneros del evangelio y del poder? Por resolver un problema agudo, la crisis de valores, se puede engendrar otro, es decir, correr el riesgo de neoconfesionalizar la política.
Me pregunto por qué, en lugar de buscar en las reservas religiosas de
las iglesias los principios morales, no se recurre a la ética de la
laicidad. En los derechos civiles, políticos, económicos y sociales se
proclaman en documentos de los derechos humanos y subsecuentes tratados
internacionales. En la creencia del hombre en su propia dignidad frente
al autoritarismo. En los principios racionales, que permitan dar los
valores desde los derechos humanos con dimensión universal. La laicidad
como fundamento de los derechos cívicos y potenciar los principios
morales que justifican racionalmente la dignidad humana y la libertad,
lo que permitirá el establecimiento de una universalidad legitimada de
estos. La crisis de valores no sólo es secular, es también religiosa.
Las iglesias, en especial la católica, son igualmente responsables de la
degradación de los principios y de la corrupción imperante en el país.
Por ello tampoco son una garantía absoluta de una renovación moral ni de
fortalecer la ética en la sociedad.
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