Tal hecho da pie a este artículo que trata de ideas que delinquen
moralmente, de palabras que son su expresión, y de otras que salvan; de
la inconsistencia e hipocresía de muchos que condenan el hecho -en sí
perverso-, pero que, por otro lado, son responsables por acción u
omisión, de fomentar la atmósfera propicia, el caldo de cultivo para que
se produzcan esas conductas contra la vida humana de inocentes.
El problema de fondo no es el de las armas, es el de ideas, palabras y
políticas antimigratorias que motivan y explican el uso racista de las
mismas. Por otro lado, ¿es congruente acaso, enarbolar la defensa de la
memoria y honra de los mexicanos asesinados en El Paso y de los
perseguidos a diario en redadas siniestras, y al mismo tiempo, seguir
complaciendo aquí al trumpismo, mediante la política de persecución de
refugiados centroamericanos que son devueltos al infierno del que huyen,
y que cobró en Saltillo hace días, la vida de Marco Tulio Perdomo,
hondureño de 29 años, a quien vio caer abatido por balas homicidas, su
hija de 8 años? ¿No es eso barbarie?
Las ideas no andan vagando inofensivas en las nubes, dice Gustav
Radbruch, uno de los grandes juristas alemanes, sino bajan a los campos
de la vida real a librar sus batallas. Una idea es el principio de la
acción; es una acción a punto de empezar. Tienen una fuerza descomunal.
Pueden ser para bien o para mal. Y las palabras, su expresión.
Las ideas plasmadas en el libro de Hitler, “Mi lucha”, un día negro
para la historia del hombre, se tradujeron en campos de concentración
donde fueron al matadero millones de seres humanos inocentes.
Las que plasmaron Lenin, Stalin, Trostki, en sus obras de filosofía
política, justificando el terror policíaco con el fin de obtener el
poder y mantenerse en él, salieron de los libros para asesinar a
millones de personas, incluso marxistas, anticipando el infierno en un
“sangriento lodazal”, en cárceles y gulags.
Las ideas de Friedman y de los neoliberales, enseñadas en varias
universidades, han producido una concentración inaudita de la riqueza en
unos cuantos y una desigualdad brutal en el mundo, cuyas consecuencias
son hambre, violencia, miedo, desesperación, migración forzada de
millones de seres humanos que huyen de esos azotes apocalípticos:
Centroamérica, como ejemplo.
Las de los militaristas, verdaderos buitres semihumanos, que al ser
aplicadas, devastan países enteros, niños que dejan sin piernas, sin
infancia; mujeres embarazadas que pisotean a taconazos; ancianos que
aterrorizan con bombardeos infames; hombres que corren despavoridos
cargando en brazos a sus hijos mutilados o muertos: Irak, Siria,
Afganistán.
Las ideas “líquidas” descritas por Bauman en una entrevista de 2016, a
sus 91 años, divulgadas en las redes sociales e inoculadas por
políticos en las mentes de las masas, donde un tiempo moran para después
salir apresuradas y convertirse en hechos condenables.
Ideas desparramadas por el mundo digital para atrofiar la capacidad
crítica de los pueblos, para cerrarles los ojos, blindarlos contra el
enfrentamiento con la vida real y sus conflictos cotidianos, para
desterrar el diálogo con los que piensan diferente, para uniformar y
exiliar todo debate de fondo, sustituir la educación para la libertad,
por el adoctrinamiento cobarde que atiza el miedo al extranjero, al
extraño, al otro, al refugiado, con el propósito de encubrir la
ineptitud en la resolución de los grandes problemas y retos del presente
y por venir, como dice el autor de la “modernidad líquida”.
II
El acoger al refugiado, “al extraño que llama a la puerta”, en otro
tiempo, deber sagrado de perentorio cumplimiento, ha sido convertido por
los políticos, afirma Bauman, de problema eminentemente moral, en un
asunto de seguridad obsesiva, es decir, patológica, mítica, a causa del
miedo y la incertidumbre hábilmente inoculados en el inconsciente de las
masas.
Si el extraño es criminal según eso, entonces la comunidad queda
liberada de toda responsabilidad ante quien toca a la puerta
desesperado, hambriento, violentado. Y si es un criminal, habrá que
aniquilarlo, proclaman las mentes fanáticas.
La idea expresada en palabras de que todo inmigrante pobre es un
criminal, un terrorista, brinca con facilidad pasmosa a la vida de los
hechos reales para que los que no son extranjeros, atenten en su propia
tierra y de manera brutal, contra los “extraños que llaman a la puerta”.
Y el trumpismo, fiel a su concepción racista ¿no lanza a diario su
mensaje fanático contra los migrantes pobres que vienen del sur,
mexicanos y centroamericanos, en especial? ¿No enjaula a los niños
refugiados en verdaderos campos de concentración? ¿No impone a México
una política migratoria semejante, cruel, despiadada, implacable, contra
nuestros hermanos de Centroamérica? ¿Y no se acepta dócilmente por el
gobierno, sin resistencia alguna de índole legal, tal política que
deshonra?
¿Y no celebran esa política vastos sectores de nuestro país que han
exiliado la honra, el decoro, el deber mínimo de caridad cristiana
exigida por el Evangelio en la parábola del buen samaritano, unos por
ignorancia, otros por egoísmo, otros muchos por xenofobia o
indiferencia?
Y ese mensaje cotidiano surtidor de ideas de odio al extraño, al
otro, al mestizo, que se repite con inaudita tenacidad en el país vecino
del norte, juega un papel aleccionador, consciente o inconscientemente,
en la mente de los que masacran a mexicanos, a centroamericanos, pobres
o no pobres, por el hecho de ser hispanos, extraños, por considerarlos
delincuentes.
Y no cargan con responsabilidad solamente los políticos que siembran
odio y tempestades, sino también los ciudadanos que los secundan, pasiva
o activamente, dice Bauman sin tapujos.
Éste último destaca la personalidad valiente del Papa Francisco,
solidaria y fraterna para con los refugiados a los que ha ofrecido
hospitalidad concreta en el Vaticano, para contrastarla con la de esos
gobiernos generadores de miedo, de ansiedad porque un extraño, un
miserable en estado de necesidad, supuestamente privará a sus gentes
encerradas en sí mismas, narcisistas, de una fugaz alegría. Gobiernos
esos desalmados, como el de Salvani en Italia que sanciona por “ley” el
rescate humanitario de refugiados en trance de naufragio ¡Qué remedo ese
de ley!
III
Esos gobiernos como el trumpista, que difunden y practican el
racismo, carecen de legitimidad para rasgarse las vestiduras por
masacres como la de El Paso. Sus políticas migratorias contra
refugiados, por su finalidad y métodos sistemáticos, constituyen
presuntamente crímenes de lesa humanidad, incluso peores que los
perpetrados por particulares, al ser políticas de Estado. Su rasgarse
las vestiduras, es propio de los fariseos de siempre, “sepulcros
blanqueados”.
Cuando muere asesinado en Saltillo un migrante pobre, cuando es
encerrado un niño refugiado, o una niña en sitios inhóspitos, como el de
Acayucan, según reporte del New York Times del 5 de agosto, cuando se
desata una cacería de centroamericanos para deportarlos, condenando sus
vidas a un infierno de hambre, violencia y violación de hijas y esposas
por las mafias, entonces no hay escándalo, no hay sacudimiento
generalizado de conciencias, no hay indignación masiva, sino aislada de
gente buena.
Hay silencios culpables de innumerables sectores sociales y políticos; hay lenguas en conserva porque no hablan cuando se debe.
Una sola muerte de un refugiado pobre produce el rompimiento de todo
el orden moral, de todo el mundo del espíritu. ¿Por qué esa doble vara
al medir desgracias? Por la mentalidad capitalista de desprecio al pobre
y a la pobreza, tan anticristiano, tan filisteo, tan deplorado en el
famoso libro, “Humanismo Integral” de J. Maritain.
No se requiere que mueran 10 o 20 inocentes, pobres o no pobres,
basta una vida humana truncada por el odio racista para que la
conciencia de los hombres y mujeres de buena voluntad, clame al Cielo.
La dignidad humana no es cuestión de números o de estratos sociales.
El número no la define, ni la riqueza. Una sola alma humana vale más que
todo el universo material por su filiación divina que la hace libre y
responsable, y por consecuencia, digna, anhelante de grandeza.
México entero condena indignado la masacre de El Paso, pero
igualmente debe condenar la política migratoria que se sigue en el país
para complacer al trumpismo fanático. Es momento, oportunidad
providencial de rectificación para que los reproches gubernamentales a
raíz de la masacre, sean consistentes, auténticos, eficaces.
No se puede servir a dos señores. No se puede defender la memoria y
honra de los mexicanos caídos en El Paso, y al mismo tiempo, en materia
migratoria, condescender con el trumpismo que a diario nos insulta, que a
diario se nutre de racismo puro.
La retórica del gobierno de pedir el control de las armas o
la extradición del asesino, es ruido mediático para párvulos. Lo
inaplazable por ser la raíz del drama, es la condena enérgica, sin
eufemismos de tibia nota diplomática, franca, al discurso de odio del
gobierno yanqui y a su política migratoria; lo inaplazable: exigir a
dicho gobierno que cumpla con sus obligaciones de dar asilo a refugiados
que llegan a su territorio, conforme a su propio derecho y al
internacional, violados a diario por quienes ahora se rasgan las
vestiduras como fariseos; lo inaplazable: terminar con la inhumana e
ilegal política migratoria, aplicada en México para complacer al
trumpismo, emulando aquí lo de allende el Bravo.
El sometimiento, sea o no por razones económicas, no deja de ser
sumisión y, por tanto, cosa condenable. Que la injusta e infortunada
muerte de los mexicanos en El Paso, que la desdicha, amargura y caída de
refugiados centroamericanos que cruzan México rumbo a los Estados
Unidos, hagan cambiar el rumbo de la política migratoria mexicana y del
sentir de tantos mexicanos. Urge retomar el camino de la fraternidad,
del decoro nacional, para responder con generosidad a pesar de las
carencias, al extraño pobre, desesperado, que llama a la puerta,
simplemente para que lo dejen llegar al país vecino del norte.
El egoísmo, disimulo y cálculo políticos, no dan frutos en realidad,
solamente desengaños a la postre; la solidaridad en cambio, los
multiplica y brinda alegría, paz, esperanza. El cumplimiento del deber
de caridad, de solidaridad, es lo “único que está a salvo del
desencanto”. ¿Y con qué armas se logra ello? Con VER la realidad tal
cual es, nuestra y del prójimo; con ver lo desnudo del poder como en el
cuento de Andersen -no como lo describen los aduladores que no ven nada,
salvo su interés faccioso y sus moros con tranchete; con valor y
conciencia de identidad.
Reproduzco como anticipé al comienzo, palabras que salvan. Son ellas
de Lope de Vega, fénix de los ingenios, monstruo de la naturaleza, como
lo llamó un día, Miguel de Cervantes:
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!
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