Para cualquiera que llegue a ocupar la presidencia del partido habrá
de manejar un instituto casi en cascarón, sin fuerza para ser el fiel de
la balanza en los contrapesos políticos, y con una falta de
credibilidad interna que amenaza con generar profundas fracturas y
divisiones de grupos, muy parecidas a las sufridas en 1987 con la salida
de Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muños Ledo e Ifigenia Martínez a la
cabeza de un numeroso grupo de militantes.
Las cosas pintan mal para el PRI en este periodo de transición de su
dirigencia. Ninguno de los aspirantes –Ivonne Ortega, Alejandro Moreno y
Lorena Piñón–, han logrado encender el ánimo de los militantes para
participar en la votación que se realizará el próximo domingo.
Una muestra de esta desmoralización en el PRI es que después de dos
procesos de auscultación, no logró cubrir las 6 mil 156 casillas que se
prevén instalar en todo el país para la elección interna de su nueva
dirigencia. Sólo tienen el 10 por ciento de cobertura con presidente y
secretario de casilla y el temor entre algunos de los contrincantes es
que Alejandro Moreno imponga a sus seguidores, lo que amenaza con un
fraude.
La contienda interna ya está manchada por todos los escándalos que se
han presentado desde antes del inicio. Los aspirantes se confrontaron
con quien consideran el “candidato de la cúpula”, Alejandro Moreno,
quien recibió el apoyo de 11 de los 12 gobernadores que tiene el PRI
actualmente y a quien acusaron de usar los recursos del gobierno de
Campeche para su campaña de imagen e inflar el padrón con nuevos
militantes.
Fue tan fuerte la diferencia entre los contendientes, que el exrector
de la UNAM, José Narro, renunció al acusar que se estaba gestando una
simulación para imponer al exgobernador de Campeche, a quien llaman
“Amlito” por su supuesta cercanía con el presidente Andrés Manuel López
Obrador.
Ulises Ruiz, a pesar de su mala fama, fue uno de los más críticos de
la organización del proceso, acusando que Enrique Peña Nieto está detrás
de Alejandro Moreno. Esto le provocó que fuera rechazado de la
inscripción bajo el pretexto de que no cumplió con los requisitos
estatutarios de apoyo de los sectores partidistas.
Al quedarse marginado, el exgobernador de Oaxaca unió sus fuerzas a
Ivonne Ortega y José Alfaro, que tienen más posibilidades de pelear la
dirigencia, ya que desde hace un año la exgobernadora de Yucatán viene
formando una corriente interna desde que el año pasado quiso ser
candidata presidencial.
Tomar las riendas del PRI y sacarlo del atolladero en el que se
encuentra estancado parece una misión imposible si tomamos en cuenta que
de los 6 millones 605 mil 740 militantes que tenía inscritos ante el
INE, más de 5 millones sufren de inconsistencias e irregularidades.
Además, tiene una complicación económica que lo obligó a hipotecar
por 100 millones de pesos uno de sus edificios, ubicado en José María
Lafragua número 3, en la colonia Tabacalera, para organizar su elección
interna.
Quien se quede al frente del PRI tiene ante sí recuperar la
credibilidad, fortalecer la unidad y generar confianza para que sea
nuevamente una opción en las próximas elecciones.
Por cierto… así como están las condiciones en el PRI, no se
descarta que su elección interna se vaya a tribunales. Las acusaciones
de que se está fraguando un fraude con robo de urnas, relleno de
casillas y la compra de votos ya se han denunciado por algunos de los
candidatos.
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