Editorial La Jornada
En su conferencia matutina de ayer, el presidente Andrés Manuel López Obrador hizo un llamado a los dirigentes de los partidos políticos para que
actúen de manera consecuentey devuelvan a la Federación al menos la mitad del presupuesto que recibirán del Instituto Nacional Electoral (INE) para sus actividades ordinarias permanentes durante 2020. El mandatario consideró que la partida aprobada el martes por la Comisión de Prerrogativas y Partidos Políticos del INE resulta inmoral e incongruente, pues supone perpetuar las dinámicas de los tiempos de
derrochey
gastos superfluos, en las cuales coexistían
gobierno y partidos ricos con pueblo pobre.
Los montos que se asignarán a los partidos políticos por el concepto
mencionado resultan ciertamente cuestionables: un total de 5 mil 239
millones de pesos, de los cuales Morena recibirá mil 710.7 millones, el
PAN 943.2 millones, el PRI 888.9, el PRD 438, el PT 384 millones, el
PVEM 419 y Movimiento Ciudadano 403. Cabe recordar que estas
asignaciones son calculadas mediante una fórmula establecida en la
Constitución, por la que el total se obtiene multiplicando el número de
personas inscritas en el Padrón Electoral por 65 por ciento del valor
diario de la Unidad de Medida y Actualización (UMA), para luego
distribuirlo asignando 30 por ciento de manera igualitaria y 70 por
ciento de acuerdo con el porcentaje de votos obtenidos en la última
elección de diputaciones federales.
No sólo el presupuesto de los organismos políticos puede tacharse de
exorbitante, pues tal calificativo cabe también al de la propia
autoridad electoral. Si se considera que este año el INE recibió para
sus actividades 10 mil 397 millones de pesos y que, de acuerdo con el
propio instituto, se trata del presupuesto más bajo aprobado desde su
creación en 2014, ya puede imaginarse la escala de los gastos que se han
manejado en este organismo autónomo.
Como señaló el mandatario, debe ponerse fin a este nivel de dispendio
en el sistema político-electoral –que los gobernantes y los
funcionarios electorales del ciclo neoliberal insistieron en presentar
como necesario para el mantenimiento de la democracia mexicana– porque
resulta contradictorio tanto con las políticas de austeridad y
racionalización que conforman el nuevo paradigma político que triunfó en
las urnas hace un año, como con la propia realidad nacional.
Además, y ante todo, es necesario terminar con este derroche
consuetudinario por sus efectos nocivos sobre la vida democrática. Debe
reconocerse que el volumen de recursos manejado por los partidos
políticos en su operación cotidiana y en cada ciclo comicial induce una
distorsión tanto en su interior como en el conjunto del sistema
democrático: al buscar atraerse la voluntad ciudadana mediante
despliegues publicitarios desmedidos, los partidos propiciaron el auge
de toda una industria de la mercadotecnia política y la consecuente
sustitución de las lógicas democráticas por las mercantiles en la
elección de gobernantes y representantes. La visión mercantilista
introducida así supone el vaciamiento y la perversión de la vida
política, pues suplanta el debate ideológico y programático que
constituye el corazón de la democracia por la reducción del ciudadano a
un mero consumidor que se encuentra constreñido a optar entre las
distintas envolturas presentes en el
mercado electoral.
Por todo lo dicho, urge que la actual legislatura ponga manos a la
obra para modificar la fórmula constitucional mediante la cual se asigna
el presupuesto de los partidos políticos, a fin de que sea la ley y no
la buena voluntad de sus dirigentes la que acote un dispendio a todas
luces injustificable.
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