Orlando Delgado Selley
La Jornada
La llegada de una nueva
administración a la conducción de gobierno federal siempre involucra
modificaciones de mayor o menor medida en algunos ámbitos importantes de
las decisiones públicas. La administración de AMLO ha planteado una
ruptura fundamental con la manera en la que se tomaban las decisiones y
con las principales políticas públicas. Decretó incluso el fin del
neoliberalismo en México, aludiendo a las nuevas políticas públicas y a
la lucha frontal contra la corrupción. El neoliberalismo, por supuesto,
no se terminó con esta declaración. Por el contrario, cómo en el
funcionamiento del Banco de México (BdeM), se mantiene funcionando en
definiciones sustanciales para la construcción de la política económica.
Los dos pilares de la política económica son la política fiscal y la
política monetaria. La primera la propone el Ejecutivo a través de
Hacienda y la aprueba el Congreso de la Unión. Se decide el gasto
público y la manera en la que se financia ese gasto: la política
tributaria, la de precios de bienes y servicios públicos y la política
de endeudamiento público. La construcción de la política fiscal
involucra diversas instancias del Estado mexicano, produciéndose como
resultado de un consenso entre instancias gubernamentales,
parlamentarias y, por ello, partidarias. La ejecución le corresponde a
Hacienda, pero rinde cuentas al Congreso y lo supervisa la Auditoría
Superior de la Federación.
En cambio, la otra gran política: la monetaria, la decide
autónomamente el Banco de México. Lo hace a partir de sus propias
consideraciones. Esta autonomía se le otorgó al Banco de México como
parte de las reformas que liberalizaron el funcionamiento del sistema
financiero, a través de la desregulación, la privatización bancaria y la
apertura de los servicios financieros. Junto a estas reformas
neoliberales, en 1993 el Congreso aprobó la autonomía del banco central y
estableció el mandato de procurar la estabilidad de precios como
objetivo prioritario. Autonomía y mandato prioritario constituyen los
dos aspectos de la reforma neoliberal del Banco de México, que son
incompatibles con la 4T.
En la iniciativa para la nueva ley orgánica del BdeM, que se presentó
al Congreso de la Unión en 1993, se señaló expresamente que
un banco central con el mandato de procurar, sobre cualquier otra finalidad, la estabilidad de precios, permite contar con una institución dentro del Estado comprometida a largo plazo con ese objetivo. En el cumplimiento de este mandato el BdeM ha afectado la posibilidad de que la política fiscal sirva para detener comportamientos recesivos o situaciones de estancamiento al elevar la tasa de interés de referencia, encareciendo cualquier inversión. En momentos decisivos, en efecto, ha privilegiado la estabilidad de precios. Sin duda, ha servido para ese propósito. Pero también sin duda ha dificultado que el gasto público sirva para estimular a la economía.
En el primer semestre de 2019 la economía mexicana tuvo un
crecimiento de 0.2 por ciento respecto a diciembre de 2018, lo que
significa estancamiento y plantea la posibilidad de un escenario
recesivo para los próximos meses. En respuesta el gobierno federal
planteó darle
un empujoncito a la economíaa través de una inyección de 485 mil millones de pesos, que presuntamente se acompañarán de inversiones privadas. El
empujoncito, equivalente a 8.3 por ciento del gasto neto total aprobado para 2019, lo que es significativo, pudiera servir para que la economía mexicana se dinamice en el segundo semestre siempre y cuando las decisiones de política monetaria del banco central no contrarresten los posibles efectos positivos.
En la más reciente decisión de política monetaria, del 27 de junio,
tomada por la junta de gobierno del BdeM, cuando se sabía ya la
situación de nuestra economía, fue mantener la tasa de interés
interbancaria en 8.25 por ciento anual. Este nivel de tasa es
consistente con el propósito del banco central de que la inflación se
estabilice en 3 por ciento anual. Este nivel de tasa, al mismo tiempo,
es inconsistente con el propósito del gobierno federal de animar la
dinámica económica. En este propósito contracíclico coinciden el
Congreso, empresarios e inversionistas y cualquiera que tenga créditos
vigentes. Pero al Banco de México lo que le preocupa es la inflación, lo
que es congruente con su objetivo prioritario.
Lo que es incongruente es que este mandato del Banco de México,
otorgado en el marco de las reformas neoliberales, se mantenga en los
tiempos de la 4T. AMLO ha planteado que le gustaría que el Banco de
México redujese la tasa, como lo ha hecho recientemente el Fed
estadunidense, pero que si no lo hacen él será respetuoso de sus
decisiones. Respetará las decisiones de un banco central cuyas
obligaciones legales le hacen incompatible con un gobierno que pretende
erradicar el neoliberalismo. Reformar la reforma neoliberal del BdeM es
indispensable para que lo que se propone el gobierno federal no sea
afectado por las decisiones de política monetaria.
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