León Bendesky
La Jornada
El estancamiento define
hoy la
situación de la economía, y las previsiones del crecimiento del
producto y el empleo para este año son muy reducidas. Hacienda anunció
aumentos del gasto, con recursos existentes que no se habían ejercido.
La intención expresa es dar
un empujoncitoa la actividad económica. Esta es una noción difusa, por decir lo menos, y no alcanza, tal vez, para superar la usada el trimestre anterior, cuando se habló de que la economía nos había dado una
cachetadita.
El empujón es necesario, aunque no se sabe si corresponde a las
convicciones que ha manifestado el gobierno. En todo caso, sirve para
ordenar siquiera la austeridad autoimpuesta.
El mayor gasto está dirigido a provocar cierta expansión productiva y
para ello tiene que ser oportuno, estar bien asignado y aplicarse de
modo eficaz. En los cinco meses restantes tiene que lucir y, sobre todo,
dejar mejores bases para una expansión el próximo año.
Para cuánto alcance el gasto y cuál sea su impulso ya lo veremos,
pero el entorno económico en el país sigue sometido a la incertidumbre
de los consumidores y los inversionistas. Hay medidas legislativas y de
corte político, que son contradictorias, con el objetivo de crecer más.
En el campo social, los programas de apoyo se están implementando y aún
tienen que demostrar la eficacia que les asigna el plan de gobierno.
Este escenario se coloca en uno más amplio y definido externamente.
Esto requiere ya de adaptaciones en materia de políticas públicas. Según
las previsiones, la situación podría ser aún más complicada el año
entrante.
La posibilidad de que la economía de Estados Unidos entre en un
periodo de menor crecimiento y, según algunos, incluso en una recesión
en 2020, se discute abiertamente.
Trump y Xi están enfrentados en una dura disputa comercial que se
ahonda. El primero ha amenazado con extender las tarifas a las
importaciones de todos los productos provenientes de China, lo que
representa un valor adicional del orden de 300 mil millones de dólares.
Esa economía está creciendo menos y tiene una deuda muy grande. Las
repercusiones adversas de la política proteccionista en la producción y
los precios pueden ser significativas para ambos países.
Además, el efecto positivo creado con la reducción de los impuestos
en 2017 está llegando a su fin y existe el riesgo de un alza en el
precio del petróleo derivado del conflicto político con Irán que
contribuiría con la inestabilidad.
Las tensiones comerciales y de los precios representan lo que se
llama choques sobre la oferta, pero que finalmente inciden en las
condiciones de la demanda agregada. El efecto se trasmite como un menor
ingreso disponible de la población y menos recursos del gobierno, lo que
conlleva el descenso del gasto en consumo e inversión.
Los indicadores financieros apuntan en esa misma dirección de un
menor crecimiento. Así ocurre ahora, por ejemplo, con los rendimientos
de los bonos del Tesoro, que son mayores en el corto plazo (tres meses)
que en el largo (10 años) e indican el estado negativo de las
expectativas.
Las condiciones que se están prefigurando llevaron hace unos días a
la Reserva Federal a reducir la tasa de interés de los fondos federales,
que sirve como referencia para fijar las diversas tasas en el mercado.
La Fed ha indicado expresamente que quiere prevenir los riesgos de un
deterioro de la economía.
Las posibilidades de que desate una nueva crisis provocada por un
evento de peso suficiente no escasean. Pueden ser las condiciones de
menor crecimiento junto con un alto nivel de endeudamiento, los riesgos
políticos y económicos en la Unión Europea o bien las consecuencias
imprevistas de un entorno general de crecientes conflictos, a los que
ahora se suma la terminación del acuerdo entre Estados Unidos y Rusia
para eliminar los misiles nucleares de medio y corto alcances y que data
de 1987.
Pero, a diferencia de lo ocurrido en la crisis de 2008, las
instituciones públicas (gobiernos y bancos centrales) o multilaterales
(FMI y otras) no tienen la misma capacidad para intervenir a gran
escala.
Esto es así, en términos de los instrumentos fiscales y financieros
asequibles hoy y su menor efectividad. Tampoco debe descartarse, por
supuesto, la reacción adversa de la gente ante un nuevo ejercicio de
salvamento que deteriore de nuevo las condiciones sociales. Véanse al
respecto el curso de los debates para la próxima elección presidencial
de noviembre de 2020 en Estados Unidos, o bien el caso de los recientes
comicios en Grecia.
Nada de esto es ajeno a la situación que hay en México y las posibles
formas de su desenvolvimiento. El gobierno y la sociedad necesitan de
una visión clara de la complejidad prevaleciente a escala global y de
una estrategia bien diseñada y dirigida para enfrentarla.
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