Elena Poniatowska
Para Adela Salinas, autora de los libros Dios y los escritores mexicanos, Primero Dios, Reina fúnebre, Crónica del delirio. El oscuro reflejo de Paul Antragne, Piel viva. Del amor y otros tatuajes y el recién publicado Constructores de paz en México,
la marcha de mujeres del viernes 16 de agosto de 2019, que culminó en
el Ángel, “fue un grito de hartazgo y de indignación ante la creciente
ola de violencia contra las mujeres, cuyos casos de tortura y asesinato
quedan siempre impunes.
“Vivimos en un país tan ciego que nos fijamos más en las pérdidas
materiales y en las pintas a los monumentos, que en el maltrato y la
pérdida de vidas humanas. ¿No es más vandálico el acto mismo de
introducirse miserablemente y con toda la saña en el cuerpo de una mujer
para después matarla? ¿Y no es más vandálica todavía la omisión de las
autoridades? La impunidad es la que realmente nos está destruyendo.
“Las mujeres que se manifestaron el 16 de agosto no han violado a
ninguna persona, no han lastimado ni destazado ningún cuerpo y su
‘vandalismo’ no fue sino la voz de una sociedad oprimida, temerosa y
manipulada que busca ser tomada en cuenta. Si no se ve el problema, nada
pasa, así que éste ya fue un alarido necesario para despertar a la
sociedad mexicana que ha estado tan callada y generar reflexión y
conciencia.
“En mi libro, Pietro Ameglio, por ejemplo, habla de las
manifestaciones de la resistencia pacífica que han respondido a
diferentes gritos masivos de gran indignación moral. Menciona el ‘estoy
hasta la madre’, de Javier Sicilia y su movimiento a raíz del asesinato
de su hijo; el Yo soy 132 de los jóvenes que se levantaron en contra de
la imposición de Enrique Peña Nieto a la Presidencia; el ‘ya no’ del
doctor José Manuel Mireles y las autodefensas en Michoacán, y el ‘fue el
Estado’ ante la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, entre
muchos otros. Ahora toca el alarido #NoMeCuidanMeViolan, que demanda
una urgente conciencia de género en todas las áreas de la vida de
nuestro país en aras de una verdadera construcción de paz. Aunque claro
que no es sencillo, pues este problema es tan antiguo como la humanidad,
pero, como dice Dolores González Saravia, la paz implica cambios, pero
los cambios implican conflictos.”
–¿Cuál es la actitud de los hombres acerca de la violencia contra las mujeres?
–Están conscientes de la violencia machista y tienen el deseo de
erradicarla. El padre Solalinde, por ejemplo, tiene la convicción de que
el día en que las mujeres tengan puestos de autoridad en la Iglesia
católica se erradicará, en gran medida, la violencia en el mundo.
Emilio Álvarez Icaza trabajó asuntos de género al frente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, al grado de contratar a una mujer para que fuera su chofer y colocó a hombres en puestos de recepción. Carlos Cruz reconoció la determinación de las mujeres cuando se responsabilizaban de la vida de los hombres que están en la cárcel, y en los recientes años han sido mujeres quienes dirigen la organización que él fundó. Y no se diga Lincoln Carrillo, quien ha sido promotor de la diversidad dentro de los más grandes corporativos.
El libro Constructores de paz, que publica ahora la
Universidad Iberoamericana, consta de 16 entrevistas a quienes se lo
saben todo sobre la construcción de paz: a Alejandro Solalinde, defensor
de los migrantes; Andrea Medina, defensora de la causa de las mujeres
asesinadas en los campos algodoneros de Chihuahua; Carlos Cruz, quien
rescata a jóvenes que han caído en la delincuencia; Dolores González
Saravia y Sylvia Aguilera, mediadoras de conflictos entre grupos
vulnerables y el gobierno; Emilio Álvarez Icaza, impulsor de derechos
humanos en México; Julio César Viveros, comandante que participó en las
caravanas por la paz de Javier Sicilia; Lincoln Carrillo, defensor de
los derechos del movimiento LGBTI dentro de las empresas; María de Jesús
Zamarripa, monja activista por el derecho a la educación; el payaso y
mimo Mario Galíndez, defensor de los derechos de los niños; Marisa
Belausteguigoitia, reivindicadora de las mujeres más marginadas; Marta
Fernández, maestra del arte marcial de la paz (aikido); Paloma Saiz,
rescatista de libros y promotora de la literatura en ferias; Pietro
Ameglio, experto en movimientos de resistencia pacífica, y Tomás Darío,
muralista en barrios.
El subtítulo de esta obra de Adela Salinas reza:
Perspectivas, procesos y acciones que desarticulan la violencia. Adela afirma que lo que la llevó a ese tema es el miedo a la violencia y la necesidad de encontrar respuestas y formas de acción social que devuelvan la esperanza a la sociedad mexicana. “A algunos de mis entrevistados ya los conocía y quise reconocerlos como luchadores sociales. A otros los conocí en marchas, mediante lecturas y por recomendaciones. Me interesaba platicar con esos héroes porque, a pesar de vivir bajo el peso de las amenazas, persisten en la lucha y generan procesos de paz. Son héroes porque son espíritus fuertes, evolucionados, que enseñan distintas formas pacíficas y no violentas de participación social.
“Al entrevistarlos para mi libro descubrí que el activismo no se
traduce en marchas, sino que detrás hay un gran trabajo de análisis, de
estrategia y un gran compromiso con el país. Mis entrevistados han
encontrado distintos mecanismos para construir la paz: Mario Galíndez,
el payaso, con la risa, el teatro y la mímica; Julio César Viveros, el
escolta, mediante técnicas militares de defensa, que casi no ha usado
porque es gran observador del entorno; el padre Solalinde y la hermana
María de Jesús Zamarripa, mediante la fe y los ejercicios espirituales
que les dan la capacidad de reflexionar durante la acción de justicia
social; Dolores González Saravia, de gran presencia y autoridad moral,
con el diagnóstico y creación de estrategias para mediar los más fuertes
conflictos de tierra y territorio y desaparición.
“Andrea Medina, por medio de la ley y de los derechos humanos de las
mujeres y, sobre todo, con gran fuerza interior, que la mantiene en pie
ante tanta barbarie; Pietro Ameglio, con estrategias de resistencia
pacífica al estilo Gandhi y gran experiencia en conflictos de América
Latina; Marta Fernández, por medio del arte marcial aikido (el arte de
la paz), que desarrolla gran fortaleza física, energética, mental y,
sobre todo, gran respeto por la vida; Tomás Darío, mediante técnicas del
Teatro del Oprimido, que creó Augusto Boal y que sirven para dar
expresión a la represión social, así como con la creación de murales en
barrios en conflicto; Marisa Belausteguigoitia, mediante murales en
comunidades indígenas y en la cárcel de mujeres.
“Emilio Álvarez Icaza, con la defensa de los derechos humanos y de su
gran capacidad de análisis sociopolítico, porque además creció en la
cuna del activismo en México; Sylvia Aguilera, por medio de la sicología
social, la justicia restaurativa y un desarrollo de la comunicación no
violenta en procesos de negociación; Lincoln Carrillo, con su capacidad
empresarial para crear redes de apoyo al movimiento LGBTI dentro de los
corporativos; Paloma Saiz, por medio de la promoción de la lectura y de
la férrea defensa de los libros que están a punto de ser guillotinados
porque no se vendieron; Carlos Cruz, a través de procesos de rescate y
rehabilitación a jóvenes en situación de delincuencia.
“La paz no es estática, sino dinámica e imperfecta; no puede haber
paz sin justicia, y la justicia está íntimamente relacionada con el
respeto y la dignidad humana. Mis entrevistados coinciden en que la
fuerza del amor reúne, unifica y permite abrazar de nuevo al ser humano.
“A quienes entrevisté son personas sensibles que se relacionan con
las víctimas de la violencia. Acompañan a niños maltratados, a
familiares de desaparecidos, a migrantes, a campesinos con problemas de
despojo. Creo que es enorme el número de mujeres que han sido
torturadas, asesinadas. Los mexicanos somos víctimas de una cultura que
promueve un sistema educativo profundamente violento que recurre a la
desinformación para confundirnos.
En síntesis, mis entrevistados me hicieron ver que hemos crecido pensando que el éxito tiene que ver con la jerarquía y no con un servicio a la sociedad; que el poder tiene que ver con el dinero, la apariencia y el autoritarismo y no con la integración de la persona y su capacidad de amar; que la disciplina tiene que ver con el castigo y el sacrificio más que con el gozo, la autonomía y la libertad de acción; que la competencia tiene que ver con una superioridad y no con un ejercicio que favorezca a la sociedad, y que la única solución es seguir trabajando desde donde podamos para que la espiral de la paz siga moviéndose hasta envolver y neutralizar la espiral creciente de la violencia.
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