9/04/2019

La crisis de Morena

Editorial La Jornada:

Durante el mes pasado, la renovación de la presidencia de la mesa directiva del Senado dio pie a una pugna entre los legisladores Martí Batres, aspirante a relegirse en el cargo, y Ricardo Monreal, quien impulsó la postulación de la senadora Mónica Fernández, triunfadora en el enturbiado proceso de elección interna. La confrontación y el intercambio de acusaciones entre los integrantes de la bancada de Morena en la Cámara alta han sido vistos como una extensión de la poco velada lucha entre Monreal y la secretaria general del partido, Yeidckol Polevnsky, de cara al próximo Congreso General ordinario de la organización, previsto para el 20 de noviembre próximo.


Las pugnas referidas, y otras que tienen lugar entre figuras del partido gobernante, deben ser vistas como expresión de una crisis. Es necesario recordar, a este respecto, que el 1º de julio de 2018 marcó el inicio de una crisis generalizada y grave en todos los partidos políticos del país, incluido, paradójicamente, el que obtuvo una victoria abrumadora en esa jornada electoral. Si las hasta entonces principales fuerzas políticas experimentaron un serio descalabro –que casi hace desaparecer a algunas de ellas–, la que encabezó la coalición Juntos Haremos Historia enfrentó consecuencias no menos devastadoras para su funcionamiento interno. En primer lugar, porque, al volverse el principal polo de atracción de la clase política, experimentó un crecimiento vertiginoso y desproporcionado que llevó a sus filas a personajes con actitudes y prácticas antidemocráticas, de las que Morena ha abominado oficialmente desde su formación como movimiento en 2011. A la adhesión de personajes poco comprometidos con el ideario del partido debe sumarse la pérdida de quien fue su máximo dirigente y su más importante elemento de cohesión, Andrés Manuel López Obrador, al convertirse el político tabasqueño en Presidente de la República. La llegada de éste a Palacio Nacional también propició que la mayor parte de los líderes y cuadros de Morena pasaran a ocupar puestos en la administración federal.

En las circunstancias descritas, el partido está a la deriva, sin lograr dotarse de una misión clara y consensuada –ni siquiera la de apoyar las políticas presidenciales– y ha sucumbido a una lucha facciosa, cuyo aspecto más lamentable es la total ausencia de cualquier referencia a cuestiones sustantivas en lo ideológico o programático, con lo que da la impresión de que los contendientes se mueven motivados por una mera ansia de ocupar posiciones de poder o aumentar las que ya tienen.

Como parte de esa deriva, los principales dirigentes de Morena con frecuencia desconocen la autoridad de las instancias internas y estatutarias dispuestas para la resolución de sus conflictos –como la Comisión Nacional de Honor y Justicia o el Consejo Nacional– y acuden (o amenazan con hacerlo) a los tribunales, lo cual no sólo conduce a una judicialización de la vida interna de la institución, sino que da un pésimo ejemplo a su militancia y proyecta a la sociedad en general una imagen, por desgracia acorde a la realidad, de caos, discordia y jaloneos. Para colmo, este panorama en el nivel nacional del instituto político se repite a escala en diversas entidades.

Se observa, pues, que funcionarios y líderes del partido en el gobierno están más concentrados en la pugna por los cargos y en los procesos electorales que en la generación de ideas y propuestas para concretar la transformación prometida a la ciudadanía. Y tal situación resulta de interés nacional por cuanto los pleitos internos de un partido gobernante necesariamente perjudican el buen desempeño del conjunto de las instituciones.

En suma, las ambiciones, personalismos y actitudes antidemocráticas de líderes y funcionarios partidistas constituyen una desnaturalización del partido que accedió al gobierno enarbolando la bandera de la transformación social, económica y política, así como una incongruencia con el mensaje de ética política y regeneración moral en que ha insistido su fundador, tanto en su papel de líder de Morena como hoy, desde la Presidencia.

Por último, si los dirigentes nacionales de Morena se revelan incapaces de deponer sus disputas y no logran establecer un equilibrio entre la democracia, la pluralidad y la unidad, es inevitable preguntarse qué pueden esperar los militantes de la principal fuerza política del país para las elecciones de 2021, y qué fuerza o conjunto de fuerzas podría dar continuidad a la Cuarta Transformación a partir de 2024.

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