Los desafíos que plantea el avance de la derecha conservadora y
del fundamentalismo religioso para los feminismos de América Latina
centraron la última conferencia de las Jornadas de Debate Feminista,
organizadas la semana pasada por los colectivos Cotidiano Mujer y
Encuentro de Feministas Diversas. La encargada de dar el debate fue la
teóloga feminista brasileña Nancy Cardoso, quien ahondó en los espacios
de militancia feminista que están en disputa frente a la arremetida que
lideran las iglesias neopentecostales y abogó por un feminismo no
elitista, que deje de “buscar espejos” y, en cambio, “abra ventanas”
para ir al encuentro de las mujeres más marginadas.
“¿Por qué la religión funciona con la mayoría de mujeres pobres? ¿Qué
quieren? ¿Qué están buscando?”, son algunas de las preguntas que según
Cardoso tienen que responder las teólogas feministas. Sin esas mujeres
pobres que hoy encuentran refugio en la religión, asegura la pastora
metodista, no puede haber América Latina feminista. La clave está en
convivir con ellas, entender qué es lo que encuentran en esas iglesias y
apostar por la educación popular y el trabajo de base para crear otros
espacios en los que puedan ser libres. “Sólo estando ahí con ellas”,
afirmó, “se puede ir construyendo alternativas”.
Cambiar la trayectoria
Cardoso dijo que hoy en día el fundamentalismo religioso juega un
papel “muy pesado y muy fuerte” en toda la región, pero advirtió que en
Brasil lo hace “de manera muy fea y escandalosa”. La teóloga aseguró que
el grupo con más fuerza es el de los evangélicos pentecostales, que son
los que “todavía siguen apoyando al fascista que es presidente del
país” –Jair Bolsonaro– y los que “se sienten representados en las
políticas y en la ruptura con los derechos”.
En este contexto, planteó que las iglesias neopentecostales también
siguen siendo las elegidas por muchas mujeres trabajadoras y pobres para
pasar su tiempo libre, pese a que allí “las aplastan, controlan y
disciplinan”. “A esta hora está por empezar el culto. Las señoras
trabajaron todo el día como empleadas, explotadas, alienadas, invisibles
y en situaciones indignas, tomaron un bus desde lejísimos pero antes de
irse a casa van a la iglesia. Van a entrar y van a decir la paz del
señor, encontrarse con las hermanas y escuchar las palabras de un varón
que está en el frente. Las señoras van a cantar y cerrar los ojos. Ese
es el fenómeno religioso”, relató la teóloga. “Estaba pensando en qué es
lo que sostiene a estas mujeres, por qué la fe es importante para
ellas, por qué en este momento están en una iglesia cantando ‘sólo el
poder de Dios puede cambiarme así’ y se sienten de alguna manera
felices”, reflexionó. Y se preguntó: ¿por qué?
“Hay un fenómeno que yo como estudiosa de la religión y teóloga tengo
que plantearme: ¿por qué la religión funciona con la mayoría de mujeres
pobres? ¿Cuál es la eficiencia?”, preguntó. La brasileña aclaró que con
su trabajo no busca “destruir a estas mujeres ni aislarlas o dejarlas
lejos del feminismo, de la lucha, del proceso de derechos”. Por el
contrario, considera que dar respuesta a estos interrogantes es una
tarea que tienen las teólogas feministas que se proponen ocupar y
disputar estos espacios. A su entender, la mejor manera de empezar a
hacerlo es involucrándose con ellas desde la sororidad, escuchar sus
voces, y a partir de ahí entablar un proceso de educación popular y
trabajo de base.
Para ella, este es “el primer movimiento importante en la teología
feminista”: asumir el proceso de estas mujeres que encuentran las
respuestas a sus problemas en las iglesias fundamentalistas y “cambiar
su trayectoria”. Y esto es urgente, aseguró, “porque la América Latina
feminista que queremos no va a ser posible sin las mujeres pobres que
hoy encuentran refugio en la religión, no puede ser una vanguardia de
feministas”.
Más adelante, a raíz de una de las preguntas del público, Cardoso
retomó la cuestión de clase y dijo que hay que “sacar el elitismo” del
feminismo, que parece ser exclusivamente “de mujeres universitarias y
profesionales”. En ese sentido, dijo que conocemos la “percepción de la
violencia” de las mujeres pobres pero, por ejemplo, no tenemos idea de
cómo viven la sexualidad. “¿Cómo goza la vendedora de limones, gritando
el precio de su producto sin ropa interior? ¿Cómo se liberan las mujeres
de pueblo en medio de tantas violencias, de tantas limitaciones?”,
disparó la teóloga. “Creo que no hay que buscar espejos”, agregó, “sino
abrir ventanas para encontrarnos con estas mujeres”.
Lo que ellas quieren
Entonces, ¿por qué funcionan los fundamentalismos religiosos? ¿Cuál
es la carnada? Una vez planteadas las preguntas, la teóloga se dedicó a
proponer algunas respuestas. En primer lugar, planteó el argumento del
“pánico moral”.
Según Cardoso, el pánico moral sólo funciona si va de la mano del
pánico económico y el pánico político. “La gente siente miedo, está
insegura, no le alcanza para comer, no sabe cómo va a pagar el alquiler,
y en la calle hay violencia, marginalidad y droga. Hay un pánico
generalizado”, explicó la teóloga. “Estos pastores actúan en esos
grupos, que son frágiles y enfrentan precarias condiciones de vida. No
van a hablar de desempleo, ni de la desigualdad salarial entre varones y
mujeres, ni del escándalo de lo que cobran las empleadas domésticas y
las mujeres que trabajan en servicios y que son explotadas a diario.
Pero lo que van a tomar es el pánico moral”, agregó Cardoso, y aseguró
que esto es lo que funcionó en las últimas elecciones en Brasil. “Decían
que las feministas, los gays y el gobierno de centroizquierda estábamos
para destruir la familia, y usaron los ejemplos más groseros con
ninguna proximidad científica, pero no interesó”, dijo la experta.
La teóloga consideró que la estrategia de pánico moral “es muy
eficiente” y dijo que, en Uruguay, es por ejemplo la que utilizan
quienes promueven la campaña Vivir sin Miedo. Al respecto, advirtió:
“Ojo, así empieza, toman la vida de la gente que ya es fragilizada y les
genera pánico para luego ofrecerse como los que pueden garantizar
seguridad a la gente”.
Otra de las razones por las que Cardoso cree que los fundamentalismos
han calado hondo en algunos sectores sociales es lo que llamó el
“familismo”, esa idea de que hay que proteger el modelo tradicional y
heteronormativo de familia frente a los ataques de las feministas que
con su “ideología de género” lo quieren destruir. “Esto en las iglesias
cae como lluvia en el desierto, porque la tradición cristiana ya es muy
familista, muy centrada en estos valores de familia que –en realidad–
quiere decir de protección de los varones dentro de los espacios de
poder”, explicó.
“La cara más fascista del patriarcado es la que sale de las iglesias”
El otro argumento que propuso es el del extractivismo erótico, que la
teóloga feminista explicó así: “Estas iglesias son iglesias de éxtasis,
son iglesias carismáticas que promueven un ritual que alimenta a las
personas para que se liberen, entonces cantan, bailan, y las personas
van entrando en otra esfera, van saliendo de sí mismas, que es lo que
tenemos en otras religiones, como las africanas. Esto pasa en el
fundamentalismo y en las iglesias neopentecostales”. Esto constituye un
“despertar erótico”, un “goce que está ahí tan aplastado por la vida tan
dura pero en estos cultos tiene técnicas de despertar”, se explayó
Cardoso. Pero no es todo trance y goce, resaltó: “Es un proceso
colectivo de éxtasis que libera en las personas su fuerza más vital,
sacude sus cuerpos y los libera para después disciplinar con familia,
con moralismo y con obediencia”. Esto es llamativo y seduce porque,
muchas veces, la mayoría de las mujeres que van a esas iglesias “viven
en la miseria sexual, no son dueñas de sus cuerpos, no se orgasmizan
para nada, y en estos cultos van a ser sacudidas por un placer”.
En medio de este éxtasis funciona con el pánico moral y el familismo
lo que Cardoso va a calificar de “guerra espiritual”, que no es más que
la advertencia o el llamado de la iglesia a los fieles a vencer los
“demonios” y las “fuerzas del mal”. Estas fuerzas pueden tener forma de
feministas, comunistas o integrantes de la comunidad LGBT, por poner
algunos ejemplos.
Hacerle frente
“La cara más fascista del patriarcado es la que sale de las
iglesias”, apuntó contundente Cardoso, y llamó al movimiento feminista a
oponer resistencia por medio de tres mecanismos: la crítica, la
autocrítica y la creatividad. La crítica se basa en “usar todos los
instrumentos teóricos” para entender, en primer lugar, lo que está
pasando.
Segundo: mantener la autocrítica. ¿De qué manera? Evitando caer “en
el cuento de la modernidad secular, que nos dijo que Dios está muerto y
que la religión ya no tiene espacio en el público. Esto es mentira. La
modernidad nunca fue para todos, nunca cumplió sus promesas, y la
igualdad y la democracia nunca fueron plenas en las poblaciones, en
especial en América Latina”. En definitiva, mirar los fenómenos que
tienen lugar en la región sin el velo neocolonial.
Por último, la creatividad, que tiene que ver con las formas en las
que el acervo feminista es transmitido a las mayorías de mujeres y, en
especial, a las mayorías pobres. Cardoso propone opciones como la
educación popular y el teatro del oprimido. “Si podemos”, dijo, “vamos
caminando juntas”.
Más allá de la religión
La experta hizo un pequeño paréntesis en su presentación para
advertir que no se puede comprender la totalidad del fenómeno tomando la
religión como único modelo explicativo. Hay que entender que no sólo
los grupos religiosos son fundamentalistas, dijo Cardoso: también
estamos marcados “por una economía fundamentalista, un capitalismo
fundamentalista que se expresa en las claves más cotidianas de nuestra
vida”.
Puso como ejemplo el sistema de producción de alimento, que definió
como “un proceso totalitario a partir del hambre”, que controla “desde
la tenencia de la tierra y los modos de producción hasta la circulación
de los productos en los mercados o la concentración en algunas marcas”.
En este esquema, “lo único que podemos hacer nosotras es ir al
supermercado y consumir; esa es nuestra libertad”, criticó Cardoso.
“Entro en el supermercado con mi carrito y voy a elegir lo que el
mercado ya organizó para mí. Vamos eligiendo, pero es un proceso de
elección totalmente controlado y disciplinado, y no nos damos cuenta”,
agregó.
Para la teóloga, “estamos viviendo un proceso de un capitalismo
avanzado que controla la producción, la reproducción, la distribución y
el consumo”, y la religión tiene su papel en este proceso. ¿Cómo? Siendo
apropiada por el capitalismo como mecanismo de resolución de conflicto
de las promesas que el mercado no puede cumplir. Explicó Cardoso: “Hay
un llamado al consumo general que no puede ser cumplido por la
población. Entonces el capitalismo se apropia del lenguaje religioso
para hacer las compensaciones, justificar y legitimar esa promesa
incumplida. Hay una clase que circula por el mercado y que cumple las
promesas, pero las mayorías pobres en el continente latinoamericano no
participan. Entonces hay que buscar algunos mecanismos de justificar que
el sistema funcione pero de legitimar la ausencia de las promesas del
capitalismo y del mercado”. Para la pastora, esta es la expresión de un
capitalismo patriarcal y “extremadamente fundamentalista”, porque retira
de la sociedad la posibilidad de evaluación, de elegir, y de crear
otras relaciones y otros valores. De esta explicación surge su primera
respuesta a qué es el fundamentalismo: “la suspensión del derecho de
decidir en todas las áreas”.
Antes de terminar, Cardoso insistió en que la “generación
fundamentalista” es internacional y cuenta con el financiamiento de
distintos grupos fascistas del estilo de Con mis Hijos no te Metas.
Alertó que los tentáculos de estos grupos incluso llegaron a tocar los
organismos internacionales. “Forman gente, producen materiales, tienen
una red de información bastante moderna, y ahora empezaron a presentarse
en los espacios de la Organización de las Naciones Unidas, de la
Organización de Estados Americanos, de las comisiones de derechos
humanos, a incidir en la política. Aprendieron con nosotras y ahora
están disputando esos espacios”, denunció la teóloga. Y volvió a decir
esa expresión que aprendió durante su visita a Uruguay y que tan bien le
vino para hablar de este tema: “Ojo”.
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