Dolia Estévez
“El Cártel de los Sackler empezó en 1952, cuando tres hermanos médicos -Arthur, Mortimer y Raymond Sackler- compraron la farmacéutica Purdue Pharma”. Foto: AP
Washington, D.C.— El Chapo es un amateur en relación a los Sackler, líderes del poderoso cártel de los opioides, responsable por la muerte de 200 mil personas y de la epidemia de adicción que azota a Estados Unidos. A diferencia de El Chapo -quien morirá en una prisión inhumana estigmatizado como el criminal más peligroso del mundo- los Sackler son intocables. Nunca han enfrentado la justicia. Disfrutan de su dinero mal habido protegidos por un ejército de abogados y cabilderos que ya quisiera la NRA.
Mientras que la prensa internacional se embelesa con triviales detalles sobre la vida delictiva y sexual del famoso capo de Sinaloa, poco se ha escrito fuera de Estados Unidos sobre esta familia que inventó, impulsó y popularizó el opioide OxyContin, sedante altamente adictivo y potencialmente mortal. El caso de los Sackler, apellido desconocido en el mundo del hampa, es emblemático del capitalismo voraz y la criminalidad impune.
El Cártel de los Sackler empezó en 1952, cuando tres hermanos médicos -Arthur, Mortimer y Raymond Sackler- compraron la farmacéutica Purdue Pharma. En los noventa, la empresa lanzó al mercado el potente opioide OxyContin, cuyo uso y abuso pronto les dejó ganancias por mil millones de dólares anuales.
En 2013, los Sackler aparecen por primera vez en la lista de familias más acaudaladas de Forbes. En 2016, la revista estimó su fortuna en 13 mil millones de dólares, ocupando el ranking #16 en el listado. Son famosos en el mundo de la filantropía por sus generosas donaciones a museos de arte y centros de estudios de gran calado como el Tate, el Metropolitan y el Guggenheim, así como las universidades de Columbia y Yale. Veinte Sackler, hijos y nietos herederos de los hermanos fundadores, integran el clan.
En 1995, la Federal Food Administration (FDA), agencia federal a cargo de la aprobación de nuevos medicamentos, autorizó la venta de OxyContin, sin conducir estudios clínicos previos sobre la capacidad adictiva y propensión al abuso que pudiera tener. No sólo eso. La FDA pidió estipular en el empaquetado que la tableta de OxyContin es “más segura” que analgésicos rivales, pero que pulverizada e inhalada provoca dependencia. Miles de consumidores que murieron de sobredosis siguieron la sugerente advertencia. En 2015, la FDA autorizó el uso de OxyContin recetado para menores de edad. Farmacéuticas como Johnson & Johnson, también fabrican opioides, pero la peligrosidad de OxyContin no tiene comparación.
Para elevar la demanda de OxyContin, la compañía lanzó una agresiva estrategia de marketing dirigida a la comunidad médica. Vendedores entrenados en el arte del engaño fueron enviados a lugares seleccionados–comunidades rurales pobres y sin educación–para convencer a médicos y dentistas que OxyContin no era peligroso. Los médicos que más recetaban eran premiados con viajes pagados a Hawaii y Las Vegas. Muchos no trataban a pacientes de cáncer o de dolor grave, por lo que recetaban OxyContin para dolencias menores. El objetivo era enganchar al paciente. La epidemia que desataron no sólo produjo muertes de sobredosis, sino bebes recién nacidos intoxicados.
La crisis de salud nacional alarmó a las autoridades estatales. En 2007, tres ejecutivos de Purdue Pharma se declararon culpables de engañar a reguladores, médicos y pacientes sobre OxyContin. En un interrogatorio a puerta cerrada como parte del juicio estatal, Richard Sackler, hijo de Raymond, asumió una actitud desafiante y arrogante. “Parecía decir, ‘No es mi patio trasero, así que no me importa’”, dijo uno de los fiscales que lo interrogó. Cuando fue presidente de Purdue Pharma, Richard Sackler exigió a sus empleados generar más ganancias persuadiendo a los médicos aumentar la dosis de OxyContin a un número mayor de pacientes.
El juicio, en el que ninguno de los Sackler fue acusado, ocupó las primeras planas. Siguiendo el manual de la industria tabacalera, los Sackler compensaron la consecuente caída en ventas abriendo nuevos mercados internacionales. Sus tentáculos pronto llegaron a México.
En 2014, Mundipharma, brazo internacional de Purdue Pharma, abrió oficinas en Javier Barros Sierra 540, Torre 1, Piso 7, Colonia Lomas de Santa Fe. Mundipharma busca “desmitificar” el uso de opioides y convencer a 28 millones de mexicanos que sufren de dolor crónico que OxyContin es la solución. Francisco Rodríguez, presidente de la sucursal mexicana, dice en el sitio de Internet que Mundipharma ofrece medicamentos, “con un grado de seguridad sobresaliente”.
Los Sackler actualmente enfrentan un tsunami legal con el potencial de hacer desaparecer a Mundipharma. Cuarenta estados, condados y municipios en Estados Unidos han interpuesto 2 mil demandas criminales contra el cártel. La familia está negociando con las autoridades un acuerdo que le permita retener su fortuna—gran parte de la cual está oculta en paraísos fiscales. Quieren evitar la celebración de juicios espectaculares que documenten su culpabilidad y los lleve a la ruina. Ofrecen pagar miles de millones de dólares para cubrir costos de reparación a víctimas y gobiernos locales.
El Gobierno de Trump miente cuando achaca a México la epidemia de adicción a los opioides en Estados Unidos. Lo cierto es que los incentivaron y popularizaron los Sackler. Millones de adictos actualmente satisfacen la dependencia a OxyContin a la que fueron inducidos, con opioides más baratos y sintéticos como el fentanilo. Es imposible cuantificar la desgracia humana que la insaciable avaricia de los Sackler causó y sigue causando. Lo justo sería que acompañaran a El Chapo en la prisión Supermax. No va a pasar. A diferencia de los mexicanos, los carteles gringos tienen licencia para matar.
Con información de The New Yorker, Los Angeles Times, The New York Times
Twitter: @DoliaEstevez
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