Raúl Díaz
En forma totalmente involuntaria, Aurora Cano, autora de Moscú, obra que actualmente cumple una breve temporada en el teatro El Galeón (ahora justamente apellidado
Abraham Oceransky), da la entrada para este comentario. Es que, al
principio de la puesta en escena, una de los personajes pregunta a otra:
¿qué dijo el crítico?, y esta última responde:
dijo que era pretenciosa, le pareció pretenciosa y no le gustó.
Tengo que aunarme al juicio de ese hipotético crítico porque a mí,
real y no hipotético ni personaje de ficción, igualmente me pareció
pretenciosa.
Supuestamente, tres actrices acaban de estrenar su particular versión de Las tres hermanas,
de Chéjov y, sobre esta base se desenvuelve toda la trama que, a fuerza
de querer ser, acaba no siendo –perdida– sin llegar a ningún lado.
No sé si ese llegar a ningún lado es una pretensión de la autora de
escribir una pieza siguiendo la línea marcada por Chéjov, el gran
maestro creador en ese género pero, si es así, fue una intención
fallida.
Hay, a lo largo de toda la obra, una enorme presunción intelectual y
menosprecio al público, al que, incluso, la autora se siente obligada a
explicar en qué consiste y cómo se inició el uso-deseo de la palabra merde
–en francés–, que tan conocida es entre los teatreros y el público en
general, sólo que aquí ni siquiera la usa en esa lengua, sino claramente
la repite una y otra vez en español (mierda).
Haciendo frecuente alusión a las tres hermanas originales, para que
el público no se olvide de que sobre esa obra está bordando, e incluso
llamándolas por su nombre del personaje –Masha, por ejemplo–, la autora
desarrolla su propia trama, siempre en tono altisonante de gran
conocedora de múltiples materias y personalidades entrándole, sin
decirlo, al sicoanálisis y, a la manera de Chéjov, al retrato sicológico
de personajes, sólo que, con pena, a años luz del dramaturgo ruso.
Así, cada una de las hermanas va exponiendo su problemática personal,
que, claro, se entrelaza con la de las otras y que, por extensión y
puesto que somos entes sociales, está ligada también a los factores
exógenos del mundo que las y nos rodea.
Es aquí donde me pierdo yo, porque no alcanzo a comprender el mensaje
o los mensajes que Aurora Cano quiere darnos, si es que quiere darnos
uno, o tal vez sea que no quiere dar ninguno. Así las cosas, la obra por
algún momento me pareció con propósitos nihilistas, pero luego me dije
que no, que más bien era una intención de denuncia y protesta contra
este sistema inmundo en el que estamos inmersos, pero en un tercer
momento pensé que no, que de lo que se trataba es de un llamado a la
fraternidad, a la solidaridad. Confieso que al final no logré concluir
si estas o alguna otra alternativa era la buena.
Bastante menos complicada resulta la apreciación del montaje que la
propia autora se encargó de dirigir. Aunque conscientemente repetitiva
en algunas escenas, la directora consigue en general acciones limpias,
trazos amplios y, cuando se requieren, pasajes íntimos, manejado todo a
buen ritmo pero que es necesario repetir, no es el ritmo de la pieza
aunque, reitero, no sé si la intención de la autora era escribir una
pieza. A esta dirección responden con acierto las tres actrices del
cuento, Carmen Mastache, Teté Espinoza y Tamara Vallarta, citadas en el
orden en que aparecen en el programa de mano. Original, llamativo y
funcional es el vestuario de Jerildy Bosh y, lo mejor, la muy
imaginativa, atractiva a la par de práctica, escenografía e iluminación
de Jesús Hernández que contribuye grandemente al desempeño visual de las
intérpretes.
Las funciones de Moscú son los jueves a las 16 y 20 horas, los viernes a las 20 horas, los sábados a las 18 y 20 horas y los domingos a las 18 horas.
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