León Bendesky
Seguramente Philip K.
Dick haría una sugestiva narración sobre el asunto que hoy acapara
buena parte de la atención en el mundo: el brote del nuevo coronavirus,
sus condiciones y posibles consecuencias.
La Organización Mundial de la Salud ha emprendido una fuerte campaña
de alarma sobre el brote del nuevo virus; propone una serie de acciones
preventivas, esencialmente de higiene y cuidado, y contempla la
posibilidad de que ocurra una pandemia.
Se cree que el nuevo virus probablemente provenga de los murciélagos,
pero no se sabe si pasó a otro animal antes de transmitirse a los
humanos. Hay quienes dicen que el origen del brote puede ser un
laboratorio en Wuhan, lo que niegan las autoridades chinas. Así que, al
respecto, todavía prevalece la incertidumbre.
Se discute, en otro nivel, el efecto de las formas de producción
prevalecientes en la agricultura y ganadería en el surgimiento de nuevas
cepas de virus, además de las prácticas de las farmacéuticas y el
consumo de medicamentos entre la población.
Algunos reportes establecen la manera en que el nuevo virus se
propaga y los efectos sobre la salud de quienes lo contraen. Una nota de
la revista Nature (11/II/20) afirma que
el nuevo coronavirus (2019-nCoV) es distinto de los previos brotes de SARS y H1N1, y que la enfermedad, así como la información y la desinformación, ahora viajan más de prisa.
Un aspecto relevante del proceso de infección y propagación del nuevo
coronavirus tiene que ver que quien lo contrae puede tener síntomas
leves durante días y en ese lapso transmitirlo, lo que dificulta la
contención.
Aparte de las condiciones estrictamente médicas asociadas con una
enfermedad de este tipo, las medidas para controlar su propagación y
encontrar un remedio, afloran distintas manifestaciones de índole social
y política alrededor de la emergencia.
La desinformación y la ignorancia juegan en la forma en que la gente
enfrenta una situación como la actual. Es posible oír a quien dice que
no cree en esas cosas. Mientras los efectos más graves del brote se
mantengan alejados, esa postura podrá sostenerse. Si se dan de manera
más visible y extendida en las comunidades, la percepción cambiará. Ese
es un riesgo político que los gobiernos deben considerar. Aquí, la
postura oficial ha sido que el brote del virus no es algo terrible o
fatal, y no equivale siquiera a la influenza. Además, que el sistema de
salud está preparado para enfrentarlo.
Siempre hay quien recurre a alguna forma de teoría conspirativa
frente a una situación como ésta y así obtener ventaja. Es el caso de
Donald Trump, quien criticó la narrativa de la prensa de su país y de
sus opositores del Partido Demócrata respecto del nuevo virus. Afirma
que de tal manera pretenden usar el asunto para destruir su presidencia y
hundir los mercados financieros.
Esa postura la mantuvo hasta que ocurrió la primera muerte provocada
por el nuevo virus en territorio estadunidense, el fin de semana. A
partir de ese hecho ha dejado de referirse al mercado financiero.
Seguramente adoptará alguna otra fórmula en el mismo sentido. La
megalomanía y el poder concentrado son tipos de infección social.
No se conocen con certeza las formas en que se propaga el nuevo
coronavirus. Algunos de los casos de contagio podrían ir disminuyendo en
la medida en que la gente desarrolle cierta inmunidad, ya sea por la
propia infección o mediante alguna vacuna. Pero, por ahora, aún se está
lejos de eso.
Las condiciones sociales y políticas seguirán desarrollándose en
torno al nuevo virus por un tiempo que hoy es indefinible. Las
posibilidades representarían un amplio abanico y tendrán mucho que ver
con la inclinación política de los gobiernos en distintas partes del
mundo y con las modalidades de reacción de las poblaciones. En todo
caso, no es un proceso políticamente inocuo.
En el entorno de preminencia financiera que prevalece en el mundo, la
reacción ante la posible extensión del efecto del nuevo virus ha
ocupado un amplio lugar en el escenario.
El miércoles 26 de febrero Trump sostuvo una rueda de prensa centrada
en el nuevo virus. Fue muy controvertida. Ofreció una visión que no
corresponde con lo que está ocurriendo en ese país e intentó mostrar de
modo muy elemental que su administración tenía las cosas bajo control.
Esto iba a contrapelo de la postura de los científicos y los médicos, y
precipitó la caída de los mercados y generó dudas acerca de la
preparación efectiva que hay para enfrentar una epidemia.
Hay ya un impacto negativo de la extensión del nuevo virus en la
actividad económica y en el valor de las empresas. El viernes pasado el
índice Dow Jones del mercado accionario había caído 3.5 por ciento, lo
cual significa que se ha destruido valor por un monto de alrededor de 2
trillones de dólares (según se mide allá); el índice S&P 500 caía
3.2 y el Nasdaq 2.4.
Estas cifras son cercanas a las que se registraron en octubre de
2008, en plena crisis financiera. La economía se está resintiendo por el
efecto adverso del virus en las cadenas de abastecimiento de la
industria, especialmente la automotriz, turismo, comercio y transporte.
El estado de la economía es crucial en la intención de Trump para
relegirse en la presidencia.
Ciertamente, el comportamiento del mercado accionario no responde
sólo al efecto del nuevo coronavirus, lo que exhibe en la inestabilidad
que persiste debido a las condiciones generales asociadas con las bajas
tasas de interés prevalecientes y que repercuten en una mayor
especulación en otras inversiones, sean las acciones de empresas,
inmuebles, oro o cualquier otro tipo de activo.
Las condiciones del brote del nuevo coronavirus, las formas de su
propagación, la posibilidad de una epidemia de largo alcance y, por un
lado, el efecto concreto sobre la gente, y, por otro, los intereses
políticos y económicos, y las capacidades reales de atención y gestión
de los gobiernos, se irá definiendo de a poco. Puede ocurrir también que
el asunto no sea de la virulencia que hoy parecería tener.
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