Gilberto López y Rivas
El 1 de marzo se cumplieron
12 años de la masacre de Sucumbíos, Ecuador, en la que fueron
asesinadas 25 personas y sufrieron heridas graves tres sobrevivientes.
De los muertos, cuatro eran estudiantes mexicanos: Verónica Natalia
Velázquez Ramírez, Soren Ulises Avilés Ángeles, Fernando Franco Delgado y
Juan González del Castillo; mientras que, de los heridos, Lucía Andrea
Morett Álvarez, también era estudiante mexicana. Los cinco jóvenes, con
entrada legal a Ecuador, eran conocidos en los ámbitos políticos, y por
quien escribe, por su solidaridad con el pueblo colombiano, y habían
llegado el día anterior de visita al campamento guerrillero, sede del
considerado principal negociador y canciller de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia, el reconocido comandante Raúl Reyes, blanco
principal del bombardeo y ocupación por parte del ejército y la policía
de Colombia. Por las características técnicas y la información de
inteligencia del ataque de Sucumbíos, particularmente el uso de bombas
de precisión, el tipo de aviones, la logística detrás de las tropas
colombianas, así como los alcances estratégicos de la acción en el
contexto regional de esos años, es claro que Estados Unidos participó en
este acto de terrorismo de Estado, crimen de guerra y lesa humanidad,
que al violar la soberanía de otro país, pudo derivar en una guerra de
alcances inimaginables.
Ante este artero crimen, el papel del gobierno de México fue
lamentable, ya que no defendió los intereses de sus connacionales
muertos y heridos en el exterior, no exigió justicia ni condenó esta
agresión armada contra un país soberano. Por el contrario, tanto el
gobierno de Felipe Calderón como el de Enrique Peña Nieto permitieron
que los servicios de inteligencia colombianos se desplazaran por
territorio nacional a su arbitrio, llegando incluso a soslayar las
amenazas del embajador colombiano en nuestro país contra los padres de
los muchachos asesinados. A partir de Sucumbíos, los organismos de
inteligencia colombianos, estadunidenses y mexicanos montan en México
una campaña mediática e, incluso, judicial, encaminada a presentar a las
víctimas como peligrosos criminales, y a la UNAM, donde ellos
estudiaban, como
guarida de terroristas. Destacan, en ese tiempo, algunos sicarios mediáticos que, en sus artículos, no lograban sustraerse del formato policiaco de quienes les pagaban. También es necesario recordar que grupos de la ultraderecha mexicana presentaron denuncias judiciales intentando crear un clima de cacería de brujas en contra de quienes siempre nos hemos manifestado en favor de la justa lucha del pueblo colombiano, a partir de la incautación de unas supuestas computadoras del comandante Raúl Reyes, que milagrosamente sobrevivieron al bombardeo y el ametrallamiento del campamento guerrillero, cuyo material conspirativo nutrió a los medios informativos (sic) y los aparatos judiciales.
Pese al inmenso dolor de madres y padres por la pérdida de sus hijos,
se conformó, en ese mismo marzo de 2008, la Asociación de Padres y
Familiares de las Víctimas de Sucumbíos, Ecuador, que, acompañados por
la Liga Mexicana por la Defensa de los Derechos Humanos (Limeddh),
presentaron una denuncia de hechos por el asesinato de los jóvenes y las
lesiones contra Lucía, señalando como responsable al ex presidente de
Colombia, Álvaro Uribe Vélez, y la cadena de mando subsecuente,
involucrada en la llamada Operación Fénix. Se inició la averiguación
previa UEDE/041/2009, que no ha prosperado y que, según indica
recientemente la Asociación, recibieron la amenaza por parte del fiscal
asignado, de enviar el caso a archivo,
de no presentar nuevos elementos; esto es, hacer los padres y los familiares, el trabajo que corresponde a la actual Fiscalía General de la República.
Con independencia de que los cauces formales de la investigación de
la matanza competen a las instancias gubernamentales, el pasado 24 de
febrero la Asociación solicitó al actual representante del Estado
mexicano, presidente Andrés Manuel López Obrador, se
tuviera la voluntad política para reconocer la calidad de víctimas de nuestros hijos y otorgar la disculpa pública por haberlos criminalizado, petición que no recibió respuesta, sólo el burocrático acuse de recibo. Se demanda, además, el reconocimiento de los valores humanos y académicos de las víctimas y la apertura total del archivo político del caso Sucumbíos, en ejercicio del derecho a la verdad, pero también como material de coadyuvancia en las acciones encaminadas en busca de justicia. Finalmente, se exige, la garantía de no repetición de los hechos:
no más omisiones del Estado mexicano ante agresiones a connacionales en el extranjero.
Queda abierto llevar a la justicia internacional a los autores de la masacre de Sucumbíos.
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