Bernardo Bátiz V.
A fines del siglo XIX, el escritor francés Léon Bloy publicó el sugestivo libro El revelador del globo,
más poético que histórico; uno de los planteamientos de este genio
atormentado que fue Bloy, católico ferviente, radical y explosivo fue
proponer a Cristóbal Colón como un verdadero apóstol, el que ofreció al
cristianismo la mitad del mundo que le faltaba para la evangelización.
La reflexión es sugestiva, Colón abrió el camino para que llegaran a
América juntos aventureros, conquistadores, encomenderos, pero también
clérigos y misioneros imbuidos de un espíritu religioso profundo y
también práctico; de varias órdenes religiosas, dominicos, franciscanos,
agustinos y, al final, jesuitas llegaron a nuestro continente a fundar
ciudades, construir caminos y capillas, pero también escuelas y
hospitales; a su modo contribuyeron a construir sobre las culturas
tradicionales americanas el nuevo mundo, el virreinal, las provincias
españolas trasplantadas: Nueva España, Nueva Granada, Nuevo Reino de
León, Nueva Galicia y lograron en poco tiempo implantar una cultura
cristiana y al mismo tiempo renacentistas en estas tierras asombrosas.
Paradójicamente, tuvieron que pasar poco más de 500 años para que se
eligiera a un papa de este lado del mundo; un americano,
latinoamericano, argentino, además jesuita; una verdadera novedad que
inmediatamente además de admiración originó polémicas y críticas. El
nuevo papa, pronto se dijo, era populista, había tenido que convivir
como superior de los jesuitas con el gobierno de Perón, se insinuó
también que se trataba de alguien no a la altura de la cultura europea
ni de la profundidad de pensamiento de alguno de sus antecesores.
La verdad es otra; se le tilda de populista a quien se inclina del
lado de los marginados y de los pobres; eso, dentro del cristianismo
debería merecer un reconocimiento y no una crítica; y por lo que toca a
la cultura y formación sólida del Papa, hay que leer la biografía
intelectual de Jorge Mario Bergoglio, del italiano Massimo Borghesi, con
prólogo particularmente claro de otro latinoamericano, laico pero amigo
del Papa y con cargos en Roma, Guzmán Carriquiry.
Con abundancia de datos y citas, el libro se ocupa de la solidez de
su formación; maestros, lecturas, amistades durante su formación y larga
carrera, consolidaron la recia formación teórica que apoya su fe y
mística, pero también su posición ideológica. Contemporáneos, maestros
de una generación inmediatamente anterior a la suya, compañeros de
aventuras intelectuales, Pironio, Antonio Quarracino, Romano Guardini,
Methol Ferré y varias docenas más de nombres de sus mentores, desfilan
por el sólido proceso de su formación, pero también su apego a la
filosofía escolástica y sus lecturas de los renacentistas, Tomás Moro,
Campanella, Erasmo.
Quien se acerque a esta biografía intelectual, podrá constatar que el
Papa latinoamericano no es un improvisado, tiene, por una parte, para
sustentar su liderazgo y armadura para desempeñar su cargo, el más alto
en el cristianismo católico, una formación sólida y una cultura bien
cimentada; por la otra, su posición al lado de los más pobres y
explotados y su defensa enérgica del medio ambiente, ejemplo su fundada
defensa de la Amazonia.
Hay algo más. ¿Por qué escogió el nombre de Francisco?, fundador de
otra orden muy distinta a la suya, a la Compañía de Jesús, más
beligerante y más cercana a la filosofía y a la teología que al culto;
Francisco, el de Asís, fue un cantor de la naturaleza y de su creación,
un caminante, constructor de templos y capillas; en cambio, con carácter
y la disciplina castrense, San Ignacio de Loyola, serio, rígido,
lógico, riguroso defensor del catolicismo en el momento crítico de la
reforma protestante, no fue elegido para prestar su nombre al nuevo
Papa, si lo fue el
del mínimo y dulceFrancisco de Asís, preferido el místico y poeta, no el maestro de los ejercicios espirituales.
Chesterton escribió una biografía de Francisco, el de Asís. Lo
presenta como el modelo del santo cristiano, nada de encerrado en sí
mismo, abierto al mundo cantando y orando, construyendo y siempre
cercano a la gente más que a las teorías y a los libros; el contraste,
dice Chesterton, es el santón contemplativo del budismo, que se
contempla a sí mismo y aspira a identificarse en el nirvana con todo el
universo, mientras el cristiano afirma su personalidad siempre diferente
a todas las otras personalidades, aun a la de Dios.
El Papa actual se planta con firmeza, crítico de una economía de la exclusión y la inequidad, enemigo del
descarte, de la explotación y opresión fruto del neocapitalismo, la exclusión que afecta en su misma raíz la pertenencia a la sociedad. Como se ve, se trata de un papa nuestro, actual, comprometido con los pobres; por tanto, inserto en nuestro tiempo, encabezando y del lado de quienes buscan una nueva política y nueva economía, desde su altura moral, su sencillez y su solidez intelectual.
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