Elena Poniatowska
▲ María Cortina en el memorial dedicado al periodista Javier Valdez, corresponsal de La Jornada en Sinaloa y fundador del semanario Ríodoce, en la Casa Refugio Citlaltépetl.Foto proporcionada por la articulista
María Cortina dirige la Casa
Refugio Citlal-tépetl, que tiene una larga tradición de apoyo a los
escritores perseguidos en su país. Inaugurada en 1999 en la calle de
Citlaltépetl, era lógico que su fundador fuera el entonces jefe de
gobierno, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, porque al igual que su
padre, Lázaro (quién recibió a los refugiados de la guerra civil de
España en 1939), Cuauhtémoc siempre se preocupó por quienes están en
situación de peligro.
Primero, la Casa Refugio recibió a 40 personas a raíz del terremoto
del 19 de septiembre de 2017, e inauguró la Biblioteca Memorial 19 con
los libros rescatados del edificio Ámsterdam 107. Cada volumen fue
recogido por vecinos de la colonia Condesa y restaurado amorosamente. La
vocación original de la casa era proteger a quienes protestan contra el
régimen de su país. Entonces, llegaba un escritor a vivir entre
nosotros durante uno o dos años y se comprometía a terminar una obra.
Así lo hicieron varios refugiados serbios y argelinos que después
escogieron incorporarse a la comunidad literaria de México.
María Cortina nos cuenta que hace tres años, después de haber sido
una asociación civil, la casa pasó a pertenecer a la Secretaría de
Cultura.
En tiempos de la guerra de los Balcanes, los escritores venían de aquellos países, pero ya no hay guerra. En esos años, la Casa Refugio cobijó a 17 escritores perseguidos. Vivían en México uno o dos años, todos terminaron su obra en la Casa Refugio. Hubo magníficos poetas de Senegal, Zimbabue, Egipto, poetas, críticos de arte, ensayistas, cuentistas, novelistas; dos de ellos permanecen en México, uno es maestro en la Universidad Autónoma Metropolitana, otro en la del estado de México, ambos tienen hijos y nietos mexicanos.
Philippe Ollé-Laprune dirigió la casa, y los miembros del consejo
fueron Álvaro Mutis, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, Tito
Monterroso, Vicente Rojo, Margo Glantz, Bárbara Jacobs, Juan Villoro y
Carmen Boullosa, principal fundadora, hoy casada con Mike Wallace,
Premio Pulitzer 1999. Wallace es quien mejor conoce la ciudad de Nueva
York. Su libro, escrito al alimón con Carmen, se llama Greater Gotham: a History of New York City to 1898”.
“La casa consta de tres pequeños apartamentos con una cocinita, una
salita, baño, etcétera. Uno de los tres es más grande, porque se pensó
en una pareja con hijos. En esos años, la gran mayoría de las
actividades de la Casa Refugio giraron en torno a la literatura:
presentaciones de libros, talleres de escritura, conferen-cias,
reuniones de estudiantes, exposiciones y homenajes, como el que se le
hizo al director de La Jornada, Carlos Payán, quien ese mismo día presentó su libro de poesía.
“Ahora hemos dado un nuevo giro a la casa en Citlaltépetl, una
reflexión en torno a qué necesita nuestro país. México tiene muchas
heridas y quizá mediante la cultura podamos intentar sanarlas. En este
momento la Casa Refugio no acoge a personas perseguidas, no hay nadie.
Sin embargo, considero que es un refugio de la memoria. Tenemos el
Memorial Javier Valdez, que consta de su biblioteca personal, donada por
Griselda Triana, su esposa. Cuando Griselda regresó a Culiacán, ya sin
Javier, me dijo:
Yo sabía que esto iba a ser muy difícil, pero lo que más tristeza me dio fue ver la soledad de sus libros. Quiero hacerte la propuesta de que Casa Refugio Citlatépetl sea un refugio para su biblioteca. Ahora tenemos sus cuadernos, sus plumas de La Jornada, de la que fue corresponsal; ejemplares de Ríodoce, semanario que fundó en Culiacán. A él lo balearon a unos metros de Ríodoce, cuando entraba a trabajar; ya había tenido muchas amenazas e incluso contaba con el apoyo de La Jornada, para salir no sólo de Culiacán, sino del país. Periodista de investigación, dio voz a las víctimas del narcotráfico y eso le costó la vida. Todos sus libros hablan de cómo el narcotráfico se apropia de los niños, de las mujeres, como denuncia en Miss Narco. Con ese acervo y los 11 libros que escribió, hicimos un llamado a todos los que aman la libertad de expresión para que nos donen un libro. Mi sueño es convertirla en una biblioteca especializada en periodismo. Nos han llegado libros que van abrazando a los de Javier, dedicados a Javier: ‘Javier, cómo nos haces falta’; ‘Tu ejemplo nos sirve, pero te necesitamos a ti’; ‘Javier, eres mi guía en la vida’. En ese memorial se dan cursos y talleres a reporteros que han tenido que salir de su estado porque han sido amenazados, perseguidos, y llegan a la Casa Refugio. Un gran porcentaje de ellos cubría la nota roja. Nos han apoyado periodistas como Pepe Reveles, Blanche Petrich, Daniel Larrea, Marcela Turati que dan cursos a los reporte-ros desplazados o a los jóve-nes aspirantes o a quien quiera asistir. También tenemos cursos de protección en redes, y reflexionamos sobre el tema del desplazamiento forzoso que va de la mano de la migración y de los derechos humanos y culturales de cada desplazado.
“Presentamos obras de teatro ligadas a derechos humanos: Los migrantes que no importan, inspirada en El faro, de un salvadoreño. La representamos en un salón en el que caben 90 personas sentadas. También en nuestro jardín presentamos La tropa, en la que recibimos a 100 personas a quienes no les importó sentarse en el suelo.
Lo que más nos interesa es ver de qué manera la cultura se convierte en herramienta para reflexionar y actuar contra todos los males que nos aquejan. A la Casa Refugio asisten mujeres que cuentan su historia, chavas feministas radicales que nos dicen a las feministas de otra generación que tenemos que cambiar nuestra forma de hablar, y muchos estudiantes.
María Cortina, corresponsal de guerra, fue la primera en llegar a El
Salvador y en combatir allá varios años. Allá trabajó al lado de Blanche
Petrich; Marlise Simons, corresponsal del Washington Post y esposa de Alan Riding, del New York Times.
“A los cuarteles no entran las mujeres –ordenaron los militares
salvadoreños–, pero cuando vieron nuestro trabajo y escucharon nuestras
preguntas, los impactamos y hasta nos llevaron en helicóptero a
operativos riesgosos. Abrimos para la mujer un espacio en un mundo
absolutamente de hombres.”
María Cortina es una niña bie n; sus dos apellidos,
Cortina e Icaza, pertenecen a los llamados Popoff que el Duque de
Otranto ensalzó en su diccionario aristocrático Los Trescientos y algunos más. Por cierto, Margarita González Gamio, colaboradora de La Jornada,
es hija del Duque de Otranto. María Cortina, esa niña rubia preciosa y
con inteligencia muy poco común, escogió ser corresponsal de guerra en
El Salvador. Única mujer entre seis hermanos, su padre la consentía
demasiado y al verla entrar a la sala, gritaba:
¡Se iluminó la Tierra y se hizo la luz!Estudiante de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, se especializó en lingüística. A través de Anne Maríe Mergier colaboró en la revista Proceso y ambas se apasionaron por Centroamérica. María Cortina vivió nueve años en zona de peligro y escribió un libro, El Salvador: memoria intacta.
“El pueblo que vamos a tomar es mi pueblo. Ahí está mi
hermano…”, le confió un guerrillero al entrar en El Salvador. Además del
peligro cotidiano, María Cortina apareció en una lista negra de los
escuadrones de la muerte. “Una noche me amenazaron; otra, un coronel se
enamoró de mí y tuve que escapar del acoso… En Panamá me capturaron y me
torturaron”.
Total, ahora, en el año 2020, nadie más indicado que María Cortina
para comprender qué sienten quienes han sufrido persecución y pérdida de
su patria y de sus seres queridos. Nadie mejor que ella para
recibirlos, la nueva directora de Casa Refugio Citlaltépetl en la Ciudad
de México.
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