Sara Sefchovich
Ahora que se festeja el centenario de la Revolución, vale la pena recordar uno de sus logros: la asistencia social. Los siglos anteriores habían visto ejercer labores de caridad de las esposas de los gobernantes y las damas de sociedad, que entre los siglos XVI y XVIII fundaron o apoyaron conventos, hospitales y hospicios, pero esta labor se abandonó después de la Independencia, cuando la difícil situación no sólo impidió que se abrieran nuevos establecimientos, sino que varios los ya existentes se tuvieron que clausurar. Hacia mediados del siglo XIX, los liberales quisieron quitarle a la Iglesia la función de apoyar a los pobres y transformarla en un servicio público de la administración civil, para lo cual dictaron leyes pertinentes, que sin embargo no se cumplieron por la bancarrota en que se encontraba el Estado.
La esposa de Porfirio Díaz hizo algunas acciones, como crear una Casa Cuna, un asilo para la niñez indigente y las llamadas Casas Amiga de la Obrera, donde vivían y se educaban hijos de madres trabajadoras. Eso estimuló el renacimiento de la filantropía privada, la que practicaban con entusiasmo las señoras de sociedad, excluidas como estaban, según escribió Michela di Giorgio, de cualquier otra actividad pública.
El siglo XX vio el surgimiento de dos fenómenos sociales: la entrada masiva de las mujeres en la fuerza de trabajo y la salida a la luz de sectores de la sociedad en los que antes nadie se había fijado: obreros y campesinos, mujeres, niños, ancianos. México no se quedó atrás en el proceso, y tuvo una revolución cuyos objetivos incluían la justicia social.
Por eso Sara Madero y Virginia Carranza hicieron repartos de ropa y María Obregón visitó escuelas, hospicios y orfanatorios y por su labor recibió una condecoración de la Cruz Roja.
Para fines de los años 20, se habían liquidado varios movimientos opositores, se había llegado a un arreglo con la Iglesia que había auspiciado el levantamiento cristero y se empezaban a crear los mecanismos que darían lugar a las instituciones. Pero esto no se lograría de un día a otro en un país de caciques y caudillos, inmerso en gran turbulencia política. Por eso para muchos estudiosos, la Revolución llega hasta fines de los años 30.
Cuando es asesinado el presidente electo, el Congreso nombra al gobernador de Tamaulipas. Su esposa Carmen Portes Gil hizo un decidido e importante trabajo de asistencia social: creó y dirigió el Comité Nacional de Protección a la Infancia, fundó 10 hogares infantiles en barrios pobres de la capital y estableció “La gota de leche”, un programa de distribución de desayunos escolares que llegó a repartir 500 raciones diarias; obsequió ropa y juguetes, y encabezó campañas de salud y la muy importante contra el alcoholismo. La señora Josefina Ortiz Rubio continuó la labor y aumentó el número de las casas hogar y de los desayunos escolares, e instauró un programa dominical de desayunos exclusivo para niños indígenas. La señora Aída de Rodríguez, alarmada por la gran mortalidad infantil, escribió un libro dirigido a las madres donde les daba consejos de puericultura.
Curiosamente, la señora Amalia Cárdenas, esposa del presidente cuyo régimen ha sido considerado arquetípico de una revolución, es la que menos hizo, porque según cuenta en sus memorias, al general eso no le gustaba. Pero conforme avanzaba el sexenio se fue involucrando e incluso llego a formar una Asociación del Niño Indígena y el Comité de Ayuda a los Niños Españoles que llegaron a México huyendo de la Guerra Civil Española. Y cuando el decreto de la expropiación petrolera, se encargó de hacer un llamado nacional a las mujeres para apoyar la medida y presidió en el Palacio de Bellas Artes la colecta pública destinada a reunir fondos para el pago de la deuda contraída.
No era mucho lo que se hacía, menos aún considerando las grandes necesidades y carencias del país. Sin embargo, lo importante es que se estableció el antecedente para lo que a partir de mediados del siglo se convertiría en los programas de asistencia social de los gobiernos subsecuentes.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
La esposa de Porfirio Díaz hizo algunas acciones, como crear una Casa Cuna, un asilo para la niñez indigente y las llamadas Casas Amiga de la Obrera, donde vivían y se educaban hijos de madres trabajadoras. Eso estimuló el renacimiento de la filantropía privada, la que practicaban con entusiasmo las señoras de sociedad, excluidas como estaban, según escribió Michela di Giorgio, de cualquier otra actividad pública.
El siglo XX vio el surgimiento de dos fenómenos sociales: la entrada masiva de las mujeres en la fuerza de trabajo y la salida a la luz de sectores de la sociedad en los que antes nadie se había fijado: obreros y campesinos, mujeres, niños, ancianos. México no se quedó atrás en el proceso, y tuvo una revolución cuyos objetivos incluían la justicia social.
Por eso Sara Madero y Virginia Carranza hicieron repartos de ropa y María Obregón visitó escuelas, hospicios y orfanatorios y por su labor recibió una condecoración de la Cruz Roja.
Para fines de los años 20, se habían liquidado varios movimientos opositores, se había llegado a un arreglo con la Iglesia que había auspiciado el levantamiento cristero y se empezaban a crear los mecanismos que darían lugar a las instituciones. Pero esto no se lograría de un día a otro en un país de caciques y caudillos, inmerso en gran turbulencia política. Por eso para muchos estudiosos, la Revolución llega hasta fines de los años 30.
Cuando es asesinado el presidente electo, el Congreso nombra al gobernador de Tamaulipas. Su esposa Carmen Portes Gil hizo un decidido e importante trabajo de asistencia social: creó y dirigió el Comité Nacional de Protección a la Infancia, fundó 10 hogares infantiles en barrios pobres de la capital y estableció “La gota de leche”, un programa de distribución de desayunos escolares que llegó a repartir 500 raciones diarias; obsequió ropa y juguetes, y encabezó campañas de salud y la muy importante contra el alcoholismo. La señora Josefina Ortiz Rubio continuó la labor y aumentó el número de las casas hogar y de los desayunos escolares, e instauró un programa dominical de desayunos exclusivo para niños indígenas. La señora Aída de Rodríguez, alarmada por la gran mortalidad infantil, escribió un libro dirigido a las madres donde les daba consejos de puericultura.
Curiosamente, la señora Amalia Cárdenas, esposa del presidente cuyo régimen ha sido considerado arquetípico de una revolución, es la que menos hizo, porque según cuenta en sus memorias, al general eso no le gustaba. Pero conforme avanzaba el sexenio se fue involucrando e incluso llego a formar una Asociación del Niño Indígena y el Comité de Ayuda a los Niños Españoles que llegaron a México huyendo de la Guerra Civil Española. Y cuando el decreto de la expropiación petrolera, se encargó de hacer un llamado nacional a las mujeres para apoyar la medida y presidió en el Palacio de Bellas Artes la colecta pública destinada a reunir fondos para el pago de la deuda contraída.
No era mucho lo que se hacía, menos aún considerando las grandes necesidades y carencias del país. Sin embargo, lo importante es que se estableció el antecedente para lo que a partir de mediados del siglo se convertiría en los programas de asistencia social de los gobiernos subsecuentes.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
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