México D. F., 24 nov. 10. AmecoPress/SEMlac.- Corina Giacomello, de origen italiano, desarrolló en México sus estudios de doctorado. Es sorprendente, menuda, sencilla, directa y con esa mirada de inteligencia que muchas mujeres despliegan en estos tiempos de "infierno", como el título de una película mexicana recién estrenada, en la que actores y personajes encarnan las dificultades de un país violento y sin gobierno, que los define sin destino.
El tráfico de drogas y la guerra militarizada para combatir a un enemigo de muchas cabezas involucra cada vez a más mujeres. Hasta 2007, la principal causa de apresamiento femenino fue el tráfico de drogas, aunque son considerables los porcentajes por extorsión, secuestro y lesiones, lo que ha reformulado el mapa del crimen organizado.
Giacomello revela algunos contornos de una realidad lacerante, "El número de mujeres involucradas en el tráfico internacional de las drogas ha aumentado vertiginosamente en los últimos 20 años en toda América Latina; el triángulo que ve entrelazados las relaciones de género, tráfico de drogas y un sistema penitenciario atrasado y terrible", refiere.
¿Y cómo es eso? "Hay que entenderlo a partir de la situación socio-económica de la región, de los sistemas penales y de la legislación de cada país en esa materia. En México reciben la aséptica definición de ’delitos contra la salud’ y de la situación de marginación y subordinación en la que todavía viven las mujeres en las sociedades latinoamericanas".
¿Cómo se involucran las mujeres? "Los modos de participación son múltiples: esposas, mulas o transportadoras de mercancía y las introductoras de drogas a centros penitenciarios", señala.
Corina realizó esta investigación directamente; hizo sus primeras entrevistas en 2005, con el objetivo de denunciar las violaciones a los derechos humanos que acontecían, y acontecen, en el Centro Federal de Readaptación Social Número Uno "Altiplano", comúnmente conocido como cárcel de alta seguridad de la Palma, situado en el Estado de México, la entidad que rodea y es vecina de la capital del país.
Fueron las esposas o familiares de policías corruptos, sicarios, narcotraficantes, e incluso de personas inocentes, quienes antes de escuchar un burlesco "Disculpe, nos equivocamos", pasaron varios años, en calidad de procesados, pero tratados como sentenciados. Esto llevó a las mujeres a vivir lo que es la cárcel, siendo libres.
En enero de 2005, por causa de varias muertes con arma de fuego ocurridas en el penal, la Policía Federal Preventiva y del Ejército realizaron un operativo, cuya consecuencia fue la instauración de un régimen represivo que poco tenía que ver con la seguridad, y sí mucho con la violación sistemática de los derechos humanos y el agotamiento progresivo de los internos y sus familiares.
Así se hicieron visibles las mujeres y empezaron a dar a conocer lo que acontecía en el centro "La Palma". Aplastadas entre el esposo, la cárcel y su condición de género, reorganizaron su vida alrededor del penal, volviéndose invisibles entre los invisibles.
De estas entrevistas, Corina publicó un libro titulado Rompiendo la zona de Silencio: testimonios sobre el penal de máxima seguridad del Altiplano, antes La Palma, que salió a la luz en 2007.
Luego publicó Los Secretos de Almoloya y hoy continúa sus investigaciones y da charlas y conferencias. Pone el dedo en la llaga: es verdad que las mujeres están formando parte del entramado, no sólo como familiares, sino también como parte del crimen.
Nos regala un testimonio: una mujer de origen colombiano resume la situación de violación a los derechos humanos de este modo: "Me siento presa, aún estando libre".
Y me lee al relatar sus hallazgos, al entrevistarla en Toluca, capital del Estado de México. Ella tuvo que ver con un penal, a partir de la detención del esposo. Toda la familia se mudó a las cercanías del penal.
"Te alejas de la familia, de los pocos amigos, porque te das cuenta de quiénes son tus amigos. Aquí tienes que amarrarte a los juzgados, y más con la situación que está pasando ahorita (después del operativo), tienes que estar pegada allá y no puedes desarrollar una vida normal".
"Siento mucha impotencia como madre y esposa, es bastante difícil, porque las que estamos dentro de todo esto sabemos lo que pasa y lo que estamos manejando, pero la gente que no está enterada de cómo están las cosas te etiqueta: ´Son esposas de lo peor´. En estos ocho años no he tenido amigas afuera de este círculo. Llevo a mis hijos a la escuela y me voy, no puedo hablar con nadie. No quiero que la gente me pregunte: ’¿Y tu marido?’ porque no quiero echarles mentiras…"
¿Qué es lo que realmente viven estas mujeres?: "El régimen de incertidumbre, atropello y de agotamiento descrito en los testimonios se tradujo, en 2006, en la formulación un nuevo Reglamento de los Centros Federales de Readaptación Social, firmado por el entonces presidente Vicente Fox, y actualmente vigente. Pero, en realidad, las cosas no han cambiado", precisa Corina Giacomello.
Con respecto a las vendedoras de drogas, sus historias son variadas y cada una se abre como una ventana sobre el conjunto de problemáticas que vive la región; el narcotráfico funge como un espejo, una amplificación aplicada de pobreza, falta de educación, desempleo, informalidad, machismo, corrupción y violencia.
Y agrega: "Las mujeres en reclusión por delitos contra la salud viven una situación híbrida, entre víctimas y culpables; sus delitos son, además de un acto individual elegido, el fruto de la ilegalidad de la sustancia transportada y, por ende, de su incomparable competitividad ante cualquier otra actividad de la economía informal, de la exclusión social, de la ignorancia, de la normalización del tráfico internacional de las drogas, de la corrupción de las fuerzas responsables del combate del narcotráfico y, finalmente, de relaciones de género desiguales".
La desigual situación de las mujeres que primero se acercan al penal por la vía familiar o de pareja es algo que convierte a las mujeres en obreras y cómplices ideales para la delincuencia organizada. Lo hacen muchas veces por "amor".
"Son las dueñas de su historia e incluso de su prisión; dueñas de un bien que nadie quisiera, ni siquiera regalado. Ellas lo donan, a veces, para obtener algo a cambio; otras, por no tener a quién contarlo, o también para que a otras mujeres no les pase lo mismo", expresa. Una de ellas describe así la cárcel. Es una ex interna, una mujer que fue ilegal y anticonstitucionalmente recluida en un pasillo de Almoloya.
"Mientras he estado encerrada aquí, he muerto centenares de veces, cuando podría haber muerto una. Ya he sufrido más allá de la capacidad de resistencia, cansada de luchar por algunas horas más de vida, siempre con la ilusión de que la verdad legal demostraría mi inocencia. Hay momentos en los que creo haber perdido la brújula, siento todo a flor de piel, ya no puedo controlar mecánicamente los acontecimientos; cada área de mi cuerpo está exigiendo restauración y enfrentamiento, para que saque la verdad desde mis entrañas y la encare en vez de seguirla guardando en lo más recóndito. No puedo seguir así, el tiempo me exige".
"De esas, afirma Giacomello, una se va dando cuenta que hay miles de historias".
Lo que realmente le preocupa a la investigadora es el sistema de desigualdad que hace a las mujeres víctimas de este vendaval de drogas, persecución e injusticia.
En primer lugar, las mujeres reformulan su vida, su universo de interacción social, sus posibilidades y formas de emplearse, de participar en la economía y el consumo.
De este modo, explica, la vida se convierte en una renuncia y reconfiguración de su identidad. El reclusorio es un monstruo que traga vidas y escupe sus pedazos.
Al mismo tiempo de luchar por su vida, luchan contra el amarillismo en los medios, el acoso sexual de algunos jueces y abogados, frente a la sociedad que discrimina, sospecha y excluye. También enfrentan los prejuicios y los estereotipos; por tanto, ser mujeres que se enfrentan solas en las paredes subterráneas de La Palma no se traduce en apoyo y solidaridad, sino frecuentemente en acusaciones por ser mujer de narco.
En los últimos años, las esposas han organizado protestas y quejas a la Comisión Nacional de Derechos Humanos; las enroladas en el tráfico, de las que Corina tomó historia, son en 80 por ciento colombianas y venezolanas.
Existe, dice Corina, un alarmante abuso de autoridad del personal de la Policía Federal Preventiva, que las obligan a ponerse contra la pared, piernas extendidas y cara agachada, exigiendo que se bajen sus pantalones y la ropa interior. Además, afirma, hay tortura psicológica, por las revisiones al entrar a los penales, cuando ya están presas, cuando quieren comunicarse con sus familiares.
Lo cierto es que la participación de las mujeres en la vida pública las coloca como parte de lo que sucede hoy en México, donde la guerra contra el narcotráfico ha dejado 33.000 ejecuciones, miles de apresamientos y cerca de 50.000 infantes huérfanos.
Jóvenes involucradas
La diputada Yudit del Rincón Castro, presidenta de la Comisión de Género y Familia del Congreso de Sinaloa, una de las regiones más antiguas en México, donde se desplegó la producción y tráfico de drogas en los años ochenta, sostiene que en esa región hay decenas de jóvenes involucradas.
"Jóvenes sinaloenses por ser familiares directas de algún capo encarcelado, por baja autoestima, se han ido enrolando. Las noticias hablan de ellas a diario, hay mujeres extorsionando, secuestrando, transportando droga, se han convertido en jefas liderando alguna organización, como Sandra Beltrán Ávila o Enedina Arrellano".
Lo grave es que la cultura del narco genera un halo de poder. "Al cuestionar a una joven de 17 años que llamaré Esmeralda, alzó sus hombros y me contestó: pues no más, así tengo todo lo que quiero, las otras morras (chicas o mujeres) o me respetan o se les arranca una bronca, y el que no agarra la onda, como mi padre o mi viejo, se tiene que alinear".
¿Y la escuela, Esmeralda? "Pos sí voy, estoy en la prepa, casi ni entro, al cabo hay profes que jalan y si no ¡ya saben!"
Afirma Yudit que hay muy pocos indicadores y la falta de información es un problema, "lo que está claro es que el rol de las mujeres en el crimen organizado también es una derivación de la violencia de género, que responde a una situación de sometimiento, explotación y discriminación".
"La mayoría de las presas por delitos contra la salud, extorsión o secuestro fueron obligadas por fuerza o por amor: de esa forma ingresan al narcotráfico", precisa.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Información, en 2007 los tres delitos de mayor incidencia atribuidos a las mujeres fueron narcotráfico, robo y lesiones.
Foto: Archivo AmecoPress
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