"Todas las mujeres como una sola",
Marta Lamas
MÉXICO, D.F., 24 de noviembre.- Un libro puede, al mismo tiempo, ser un placer y ser profundo, conmover y provocar fuertes reacciones. Hace unos días recibí uno que me conmocionó, no sólo por lo que cuenta, sino por cómo lo cuenta. Coordinado por dos líderes indígenas y una académica feminista, logra lo que se propone, “recuperar la mirada, la voz y la emoción” de las mujeres que participan en la Coordinadora Guerrerense de Mujeres Indígenas (CGMI). Gisela Espinosa Damián, Libni Iracema Dircio Chautla y Martha Sánchez Néstor han logrado lo más difícil: transmitir un complejo proceso de organización y participación de las mujeres pertenecientes a los cuatro pueblos indígenas de Guerrero: el amuzgo, el mixteco, el nahua y el tlapaneco. Y han armado un libro autocrítico, con una información que la mayoría de los mexicanos desconocemos, sobre la valiente y dura lucha de las indígenas de esa región.
El libro, publicado por la Universidad Autónoma Metropolitana en su colección Teoría y análisis con el apoyo de GIMTRAP, UNIFEM y el Foro Internacional de Mujeres Indígenas, incluye, además del análisis sociopolítico y de la historia de la CGMI, 13 testimonios que, en palabras de Gisela Espinosa, la investigadora feminista, “descubren el plano más íntimo y cotidiano de esta historia”.
Los títulos de esos testimonios son elocuentes:
1. Tenemos que hablar, liberar los pensamientos;
2. Todas las mujeres como una sola;
3. Nunca pensé que iba a volar;
4. Liberarse del miedo;
5. Esto no se acaba aquí;
6. Hablamos de derechos;
7. Nunca es tarde cuando una quiere;
8. ¡Cómo que no soy nada!;
9. Mi primer logro: saberme defender;
10. Cuando volví no era la misma;
11. Lo que me estuve perdiendo;
12. Queremos participar y queremos el reconocimiento;
13. Háblame en castilla.
Todos ellos retratan la dramática desigualdad de género que las indígenas viven.
Libni Iracema Dircio Chautla y Martha Sánchez Néstor son las dos líderes, una nahua y la otra amuzga, que hacen la presentación y el balance del libro. Al igual que Felícitas Martínez Solano (tlapaneca) y Hermelinda Tiburcio Cayetano (mixteca), iniciaron su activismo jóvenes, tienen estudios profesionales o técnicos y manejan las modernas tecnologías de comunicación. Ellas, que representan “una nueva intelectualidad femenina en el movimiento indígena”, tendieron puentes entre mujeres de las cuatro etnias.
El libro relata el largo recorrido por el cual “dejamos hace mucho tiempo el silencio, estamos quitando las espinas que atravesaron nuestra piel, hemos cortado el velo que impusieron sobre nuestros ojos, pintamos de vivos colores nuestras voces”. Y señalan: “Resistimos desde nuestros pueblos, en nuestras montañas, en nuestros hogares, en las asambleas de las comunidades, en las organizaciones sociales, ante los gobernantes, en todos los espacios tratamos de liberar nuestras voces y nuestro aliento, de adueñarnos de nuestros cuerpos. No ha sido fácil”. ¡Claro que no! Basta leer sus testimonios para calibrar la hazaña que ha significado “sembrar conciencia y derechos” en las condiciones de miseria, machismo y violencia de sus comunidades.
Libni Iracema Dircio Chautla y Martha Sánchez Néstor consignan “rezagos y problemas muy dolorosos”, y concluyen que “en ocasiones se actúa como si no importara la salud, la vida y la voluntad de las mujeres indígenas”. Por ello: “Destinamos mucho tiempo y recursos a capacitar y formar a las compañeras y a nosotras mismas. No sabíamos muchas cosas; nos hemos dado cuenta de la importancia de conocer nuestros derechos, que la muerte materna no es natural, que tenemos derecho a una vida libre de violencia; nos hemos dado cuenta que nos amparan las leyes nacionales e internacionales, que no hay derecho a hacernos a un lado en las decisiones sobre nuestra vida y nuestros cuerpos, sobre la vida en nuestras comunidades, que la autonomía a la que aspiramos es para nuestros pueblos pero también para nuestras personas, que la lucha por los derechos colectivos no está peleada con la lucha por los derechos individuales”. Y este proceso impresionante se ha apoyado en algo muy sencillo: “Saber es poder. El poder no para andar mandando a los demás sino como un arma para defender lo que nos corresponde, para que nos respeten, para que nos reconozcan como personas y ciudadanas”.
En estos siniestros tiempos políticos, con el recrudecimiento de las políticas racistas y excluyentes que no reconocen la diversidad cultural de los pueblos indígenas, estas mujeres indígenas muestran lo que son capaces de lograr cuando reclaman igualdad, derechos y libertades ciudadanas. Y como estas líderes guerrerenses están seguras de que “el camino no es para andar solas”, invitan a las mujeres como ellas a emprender reflexiones paralelas desde el relevante convencimiento de que hay nuevas formas de asumirse como mujer e indígena sin olvidar ni negar sus raíces étnicas. Ojalá que el mensaje liberador de la importantísima contribución de la CGMI impulse experiencias similares de escritura entre otras mujeres de los demás grupos indígenas para que también presenten en un libro las vicisitudes de sus historias y batallas. Justo esos valiosos testimonios, junto con el sólido análisis político, es lo que deben conocer quienes luchan en nuestro país por la justicia.
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