Ahora Machete es un largometraje. Rodríguez es un ávido partidario del reciclaje y no iba a desperdiciar una idea, sobre todo si ésta cumple otra vez el machote aplicado por él desde su debut, El mariachi (1992), su remake Pistolero (1995) y Érase una vez en México (2003). En todas, el héroe es un invencible matón que acaba con las bandas de narcotraficantes, gángsteres y políticos corruptos (es difícil diferenciarlos) ayudado por chicas buenotas en breves atuendos. Lo que distingue al personaje titular es su rudo físico –Trejo parece esculpido a machetazos, en efecto– y su preferencia por armas punzocortantes que cubren la gama de instrumentos médicos o implementos de jardinería, además de espadas, sables y cuchillos.
Machete se sitúa en el contexto real de conflictos fronterizos, el dominio del narcotráfico en la zona y los intentos de la política republicana por impedir la inmigración de mexicanos ilegales. Pero nada puede tomarse en serio de una película aún ignorante de que el singular de federales es federal, no federale, como dicen los gringos desde tiempos de la Revolución (o sea, un equívoco que ya ha cumplido su centenario, por lo menos).
Nacido en San Antonio, Texas, Rodríguez ha exhibido en dichas películas un concepto de lo mexicano tan caricaturesco como Speedy González y tan falso como la comida de Taco Bell. El cineasta es incapaz de desarrollar una intriga coherente, es torpe para resolver sus secuencias de acción, sus ocurrencias son más bien sangronadas y su principal gimmick es hacer pastiches de las películas serie B de los años 70 y 80. Que Rodríguez goce de cierto prestigio –ha sido invitado a la sección oficial de Cannes un par de veces– es una muestra de cuánto pesa el nombre de Tarantino, quien lo ha apadrinado por compartir similares fijaciones de cinéfilo adolescente.
En ese sentido, Rodríguez aplica las peores enseñanzas de su maestro y todo está salpicado de referencias para los entendidos, chistes privados y dudosos homenajes. Para el papel de los buenos se ha seleccionado a actores hollywoodenses de origen mexicano –Jessica Alba, Cheech Marín, Michelle Rodríguez y el propio Trejo– que sólo hablan español de manera fonética y no saben pronunciar ni la palabra tacos
sin acento. Los malos son encarnados por puros cartuchos quemados –Don Johnson, Jeff Fahey, Steven Seagal–, cuya irrelevancia ha crecido en la misma proporción de su abotagamiento. También aparecen otros intérpretes en vías de serlo, como Lindsay Lohan, quien intenta burlarse sin gracia de sus problemas personales, o Robert De Niro, insensible al ridículo mientras sea compensado por un billete.
La música –acreditada a algo bautizado Chingón– responde también a esa mentalidad de guiño de ojo a sus fuentes, y pasa del heavy metal al pasodoble y la guitarra plañidera con la misma gratuidad. Usar El rey, de José Alfredo, para acompañar uno de varios intentos por asesinar a Machete carece de sentido fuera de la chistosada. La puerilidad es tan patente como el dolor de cabeza provocado por una banda sonora que no ofrece descanso.
Hace décadas, Machete hubiera sido prohibida por las autoridades por considerarla denigrante a México
. En la actualidad los únicos susceptibles de indignarse serían los narcos. El tieso Seagal hace un grotesco intento por parecer hispano (dice puñeta
en cada frase) para caracterizar al capo Torrez (así con zeta), pero evoca más bien a un hermano deforme del líder norcoreano Kim Jong-il. Yo que la Barbie o el Chapo ya estaría tomando medidas para vengar esa afrenta.
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