11/25/2010

Cápsulas del tiempo educativo



FOTO: Eduardo Miranda

Axel Didriksson

MÉXICO, D.F., 25 de noviembre.- Cuando despertó, pudo ubicar la calle y el lugar desde donde había realizado su transmutación temporal. Habían pasado más de 50 o 60 años, y tan pronto tuvo noción de su realidad circundante, pudo percatarse de los grandes cambios que habían ocurrido. Comenzó a caminar y todo le pareció novedoso, desconocido y hasta extravagante: las personas, sus vestidos, sus exagerados aditamentos, sus máquinas pegadas al cuerpo, los objetos con los que hablaban y los vehículos en que se transportaban.

Cuando encontró una escuela, su desconcierto fue grande, porque observó a un maestro y a un grupo de alumnos hablando de temas de una manera idéntica a la experimentada por él en su juventud, en posiciones o posturas similares. Pudo así constatar que todo había cambiado, menos lo que pasaba en la escuela.

Se trata de un cuento que muchos conocen, pero que muestra el arraigo que tiene --como chiste y como tragedia-- el modelo que se reproduce sin ton ni son en la escuela mexicana, en todos sus ámbitos y niveles. Con los resultados tan pobres y mediocres en materia de saberes, cultura y aprendizajes, el sistema educativo mexicano no ha propiciado ningún cambio trascendente, ninguna reforma sustancial durante las décadas transcurridas en la vida de ese mutante imaginario.

También viene a cuento el cuento porque se puso de moda, con los festejos de los centenarios, la hechura de cápsulas del tiempo en las instituciones educativas y en la SEP, en donde se están guardando las buenas y mejores intenciones e ideas para las generaciones futuras, menos la de que el sistema educativo será distinto en lo que se aprende y se conoce.

Los legisladores han aprobado (como lo han hecho antes otros, y así ocurrirá, sin ninguna duda, en lo que durará la actual legislatura) un presupuesto que da continuidad y refuerza lo peor de las condiciones con las que trabaja el sistema educativo. No pudieron, o ni siquiera imaginaron, que debían orientar recursos a cambiar o mejorar lo sustancial de lo educativo; tampoco se propusieron frenar el despilfarro que existe y que va directo a las arcas de los gobernadores, de los titulares de instituciones de educación en todos los niveles, o de los operadores del SNTE y del PANAL que sacarán de allí lo que quieran para las campañas políticas del 2011 y las preparatorias del 2012, en beneficio también de sus próximos y seguros aliados de todos los partidos.

De los casi 13 mil millones de pesos que se destinarán al sector educativo, la reasignación y ampliación de los recursos se dirigieron sobre todo: a) a la UNAM, aunque no a las restantes instituciones de educación superior federales ni estatales; b) al manejo a discreción de los gobernadores y de la dirección del SNTE por la vía del Fondo de Aportaciones para la Educación Básica y Normal (FAEB); la ampliación de lo presupuestado fue de mil millones de pesos), ante la falta de reglas de operación efectiva para su funcionamiento; y c) a equilibrar algunos desatinos flagrantes que había cometido el Ejecutivo federal en contra de programas tan elementales como los de educación básica para migrantes, desarrollo infantil, creación de plazas o escuelas de tiempo completo. Pero las ampliaciones al respecto fueron migajas, en lo general.

En términos presupuestales, no se hizo nada nuevo para superar la mediocridad en los aprendizajes dentro de la educación básica, para mejorar la relación educación-salud, procurar la educación permanente de la población adulta, elevar los niveles de acceso y escolarización de la población más pobre, superar las enormes iniquidades entre zonas territoriales y estados de la República, impulsar la producción del conocimiento y la investigación para la innovación social y productiva, así como la interculturalidad, el pensamiento crítico, las habilidades del lenguaje, etcétera, que nos permitan afrontar tanto la marginalidad educativa de las poblaciones indígenas como los bajísimos niveles de conocimientos en matemáticas y ciencias, o bien, atacar la baja calidad de la docencia y de la administración de los servicios educativos.

Con todo y los buenos deseos de las cápsulas de tiempo que se han sembrado, si la educación de los mexicanos no mejora, será muy difícil que las nuevas generaciones encuentren satisfacción por lo alcanzado en las próximas décadas, porque mucho habrá cambiado, sin ninguna duda, pero no lo importante.

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